Entré al banco, como todos los meses en fecha de cobro. En el trabajo ya saben que me tomo un par de horas de la mañana para cobrarle la jubilación a mi abuelo. Di un suspiro, un paneo general a la cantidad exorbitante de ancianos esperando y me ubiqué (en cualquier lado, para ser sincero). Miré el reloj, ese que me regaló precisamente él cuando cumplí dieciocho y sonreí. Tal vez la fila avanzara rápido. Levanté la vista y fue cuando la ví.
Estaba parada a unos diez metros. Remera blanca y pantalón azul muy, muy clarito, y muy, muy ancho. Tenía el pelo suelto, lacio hasta la cintura. Lo primero que se me vino a la mente fue la figura de un ángel que está colgada en una pared de la casa de mis viejos, que no se qué pariente de Italia le había mandado a no sé qué tatara qué, y hacía casi un siglo que estaba ahí colgada.
Me miró, volvió a mirar y sumergió su rostro nuevamente en un libro que tenía en las manos, mientras sonreía. En la punta de los dedos tenía sostenido su número, como quien sostiene un cigarrillo. Sonreía. Sola. No, sola no, con su libro. Nunca vas a estar solo, siempre que tengas un libro. Quién lo dijo? No sé… miró de nuevo. Solo levantando la vista por encima de unos grandes lentes redondos. Hizo un gesto y cerró el libro. No podía dejar de mirarla, y al mismo tiempo estaba muy lejos para hablarle. Podría haber empezado con un “Disculpá sos la hermana de…?” y me inventaba un nombre. Qué estoy diciendo? Salí de una película berreta? Bueno, dije podría… como poder, podría haberlo hecho.Se acercó a la ventanilla y pensé que cuando saliera, me iba a pasar por al lado. Si, si, como si tuviera quince años de nuevo. Que huevón. Pero era así, lo pensé.
Empezó a caminar hacia la puerta acomodando los papeles en la cartera. Hizo un par de pasos más lentos y levantó la mirada, me vio (probablemente la cara de estúpido con la que la miraba) y sonrió. Siguió hacia la puerta y yo contuve las ganas de mirar cómo se iba.“Fernando?” dijo una voz de mujer.
Quedé paralizado sin saber qué hacer. Si, era mi nombre, pero, hay dos Fernandos por metro cuadrado, así que no era garantía qué me hablara a mi. Cómo me iba a hablar a mi?
Giré y la vi mirandome.
“Si?” contesté con inseguridad y extremamente confundido. En ese momento mi cabeza funcionaba como una gran locomotora a vapor tratando de descifrar como podía ser posible que llevara más de media hora fascinado con una mina que, visto lo visto, sabía mi nombre.
Sonrió y se acercó.
“Disculpá, me pareció que eras vos y no quería quedarme con la duda a esta altura de la vida”.
La miré sonriendo y haciéndome un poco el simpático dije lo primero que se me vino a la mente.
“Disculpá, se me fue tu nombre”.( Verdaderamente lamentable).Me levantó ambas cejas, como quien, claramente, escucha la más grande absurdidad y con una sonrisa apretada, pero amable, me contestó.
“No creo que te acuerdes de mí…”
Los engranajes de mi cerebro descalibraron, lejos… Y la miré, como preguntando solo con la profundidad de mis ojos, porque mucho más ya no me quedaba.
“Cuando era adolescente estaba muerta de amor por vos, yo era amiga de Juani Marcenaro, y te veía en los cumpleaños, tenía este super amor platónico por vos”.
Mi cara se asemejaba mucho a los dibujitos de la Warner, cuando al lobo se le caía la mandibula al piso. Parado ahí, sin saber que decirle.
“Yo usaba el pelo más corto y oscuro eeeehh, igual re sabía que ni me registrabas, quedate tranquilo, pero fue lindo verte de nuevo”.
Dejé caer un gracias, aunque la verdad tenía hasta la médula llena de preguntas.
Me sonrió, me dio un beso en el cachete (de esos que se dan con la boca), me acarició la cara y mirándome a los ojos me dijo “Me gustó encontrarte”.
Esta vez la miré irse.
Y sonreírme una última vez, por arriba del hombro.
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