En la pantalla, tus dedos
dejan trazos que no veo, pero siento.
Códigos que arden un poco,
como si cada palabra llevara saliva y piel.
Y es que, entre gemidos eléctricos,
tu voz aunque lejana,
se cuela como un susurro
que roza el borde tibio de mi cuello.
A veces me parece mentira.
No hay cuerpos, no hay roce.
Solo esta tensión que late
cuando escribes «te deseo»,
y yo… me derrumbo un poco por dentro.
La verdad es que no sé cómo explicarlo:
me toco pensando en tu risa escrita,
en tus pausas, tus puntos suspensivos,
en cómo nombras mi nombre
como si fuera algo secreto y sucio.
Y mientras tanto, el COPASST del alma
(quien debería estar vigilando esto)
mira para otro lado.
Además, hay algo brutalmente honesto
en que todo quede en letras,
porque ahí, aunque no haya piel,
todo lo que somos queda escrito.
Dos cuerpos sin contacto, sí,
pero dos fuegos que se encuentran,
como si el deseo tuviera Wi-Fi,
y supiera exactamente dónde Penetrar.
OPINIONES Y COMENTARIOS