La sexualidad es una parte vital de nuestro bienestar emocional, físico y psicológico. Sin embargo, poco se habla de lo que sucede cuando esa energía se desvanece. La depresión sexual no es simplemente “no tener ganas”; es un estado profundo donde el deseo desaparece, la conexión se enfría y la intimidad se convierte en un recuerdo lejano.

Este tipo de depresión puede afectar tanto a hombres como a mujeres, sin importar la edad ni el estado civil. A menudo está relacionada con el estrés, la ansiedad, la baja autoestima, el uso de ciertos medicamentos, conflictos en la pareja o incluso experiencias pasadas no resueltas. Lo preocupante es que muchas personas lo sufren en silencio, creyendo que “ya se les va a pasar”, o peor aún, sintiéndose culpables por no “funcionar” como se espera.

Y en este mundo hiperconectado, donde la sexualidad se muestra como algo siempre activo, fogoso y espontáneo, es fácil sentirse inadecuado. Pero la verdad es que todos pasamos por etapas, y la pérdida del deseo no te hace menos hombre ni menos mujer. Te hace humano.

Lo importante es entender que la depresión sexual no es un castigo ni una sentencia, sino una señal de que algo necesita atención. Puede que el cuerpo esté agotado, que las emociones estén reprimidas o que la relación necesite nuevas formas de conexión. Y no, no todo se soluciona con un viaje romántico o un cambio de lencería: a veces, hace falta ayuda profesional, conversaciones sinceras y mucho amor propio.

Recuperar la salud sexual es también recuperar el gozo de estar vivos. Se trata de reconectar con el cuerpo sin presión, con el otro sin expectativas, con uno mismo sin juicio. Se trata de sanar, de soltar culpas y de permitirnos vivir el placer desde un lugar genuino, libre y consciente.

Porque cuando el deseo vuelve, no solo se enciende el cuerpo… también el alma.

«Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.»
— 3 Juan 1:2

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