Es medianoche de lunes, pero todavía siento la resaca del domingo.
No lo digo porque haya bebido —ya no tomo desde hace un par de meses—.
Lo digo porque el domingo lo que me embriaga es una inmensa tristeza. Inexplicable.
Es una sensación de melancolía idiopática.
Entre ayer y hoy me quedé leyendo a Pizarnik. Me di cuenta de que no solo soy yo quien siente este fenómeno dominical.
La diferencia es que ella sufre por un existencialismo profundo, orientado a su alma y al mundo (por lo que leo hasta el momento).
Yo, en cambio, cavilo en el amor. Mi tema preferido.
Que si lo racionalizas crudamente, acabas en un par de líneas.
Pero, junto con Pizarnik y unas películas que acabo de ver, entiendo que al ser humano se le dio el razonamiento para cuestiones de ciencia.
Aplíquenlo entonces los hombres de ciencia y comprueben todo lo que necesiten comprobar.
Cuando hablo del sentimiento rojo, hablo de mi alma, de mi pasión, de mi emoción.
No te digo que está bien; solo te digo, expreso y registro lo que siento.
Aquí no valen sermones, no.
La belleza del sentir es saber que no se debe encasillar en cómo lo debes hacer.
Solo se logra, se siente y se recuerda.
Incluso ahora, por más que yo sea una persona con dotes notables para el manejo de la prosa y descripciones de índole espiritual, nunca podré realmente expresar lo que siento al cien por ciento.
Nunca.
De todas formas, hago el intento.
Calcar mi alma en lo que escribo: esa es la tarea del escritor.
Ella (mi alma) me dice que la amo. ¿Es así? Puede ser. No lo descarto del todo.
Le pregunté, entonces, qué amamos de ella.
Resulta que hoy, justo domingo, concordamos en que extrañamos su presencia (seca), su conversación (vaga, en mi recuerdo) y la posibilidad de verla.
Quisiera abrazarla, sí.
Quisiera conversarle todo el día, sí.
¿Creo entonces que le correspondo? No. Incluso mi alma entra en duda.
Puedes extrañar a alguien, quererlo con unas ansias tremendas, y aun así creer que no es para ti.
Lo fue, antes.
Pero se fue y volvió en un estado más amical que romántico.
No funcionó.
Su cuerpo se mezcló con el mundo ajeno a mí, y volvió distinto, marcado por lo carnal y lo emocional —sin que yo participara—.
Y ahora encuentro su figura en un limbo de sí y no.
A veces eres un sí, y otras no.
Ya tengo bastante sueño, así que hoy, por ser domingo, te dejo en un sí.
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