Un reflejo que me desconoce 

Tengo 46,
y aquí estoy, sentada,
desnuda frente al espejo,
intentando encontrarme,
pero no reconozco ni una pincelada
de la mujer que fui.

Me pregunto,
¿en qué me he convertido?
¿quién soy ahora?
A lo largo de esta existencia
efímera y delirante,
he sido tantas mujeres,
tan distintas,
que ya no reconozco la piel que habito.

El espejo me devuelve una mirada,
me descubre,
me susurra que esta soy hoy.
Este cuerpo,
este cuerpo que a veces siento tan desconectado,
es mío:
con sus heridas,
con las cicatrices que deja una vida
tocada por el silencio y la soledad,
con las risas marcadas en la piel,
con una caricia suave,
una tarde bajo el sol
o una cerveza helada,
con las lágrimas que se fueron
despidiendo corazones.

Todo parece tan ajeno,
tan lejano,
tan ambiguo,
como si hubiera sido de otro cuerpo,
o de otra vida.

Pero aquí estoy,
desnuda, sola, vulnerable,
haciéndole preguntas al reflejo.
Y ese silencio
que resuena mientras nos miramos
no me permite encontrar
a la mujer que alguna vez fui.
Quizás deba inventarme de nuevo,
renacer,
y esperar que algún día
el espejo me permita encontrarme.

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