Dejemos de mandar a la gente a terapia

Fragmento de “Alegoría de la caridad”. Francisco de Zurbarán, 1655. El significado de la obra no tiene nada que ver con el texto, pero es que a una le puede el sentido de la estética.
“No es fácil nombrar la falta de amigos. ¿Qué palabras tenemos para referirnos a una persona ‘soltera’ de amigos? Es una soledad sin épica y sin nombre, que bascula entre la lástima y la sospecha. (…) La amistad, cuando es vivida como un problema, se convierte -y te convierte- en un problema”.
La pasión de los extraños. Una filosofía de la amistad. Marina Garcés.
La amistad es un tema en el que pienso muy a menudo, aunque, curiosamente, no suelo hablar de ello. Pero el texto de Marina Garcés me ha animado a hacer una confesión: soy una persona que no tiene muchos amigos. Soy muy introvertida, me cuesta bastante socializar y tiendo a pasar mucho tiempo en casa porque mi cuerpo y mi cabeza necesitan mucho descanso para recuperarse de la fatiga. Tiendo a estar hacia dentro y hay cierto tipo de interacciones sociales que me cuesta gestionar, así que eso ha derivado en que me sea difícil mantener muchas amistades a largo plazo.
Soy consciente de que parte de esto es culpa mía: cuando no socializas de la forma que la gente espera, te sales de la ecuación. Cuando tienes dificultades para comunicarte, muchas veces te vuelves incomprensible para el otro. Decir que no tienes amigos produce vergüenza, rechazo. Algo tiene que estar mal en ti. Se produce ahí una sospecha sobre tu bondad y tu validez como persona.
Independientemente de esto, la cuestión es que creo que la amistad se ha teñido de un halo de idealización tal, de una necesidad de perfección – y, a veces, de egoísmo e individualismo-, que no nos permite acercarnos a las personas de verdad, sino que nos hace buscar eso que nos gustaría que fueran para nosotros.
Dice Marina Garcés que la amistad no es utilitarista, pero es útil, en el sentido de que es una relación que crea comunidad, porque construye relaciones sociales para sostenernos, para acompañarnos. ¿Cómo podemos sostenernos si lo que buscamos en el otro es un ideal inalcanzable?
“Me inquieta escuchar historias plácidas de amistad. La confianza y el confort con el que mucha gente se refiere a sus amigos despierta en mí una alarma.” afirma Garcés. A mí me pasa exactamente lo mismo, tal vez porque nunca he vivido la amistad como algo plácido y bonito, sino como algo difícil, a veces tormentoso, muchas veces casi incomprensible.
En estos momentos en los que proliferan los carruseles de instagram hablando de asertividad y responsabilidad afectiva, en los que no dejan de publicarse artículos donde se afirma que si una persona no se comporta como tú crees que tiene que comportarse debes alejarla de ti, en los que se usan con una ligereza vergonzante calificativos como “personas tóxicas” o “amigos narcisistas” y se dan consejos para protegerte y deshacerte de ellos, tenemos que replantearnos qué amistades estamos construyendo y a quiénes estamos dejando fuera. En este clima en el que la inercia nos lleva a mandar a la gente a terapia en lugar de escucharla, de acoger sus fallas y su vulnerabilidad, negarnos a ello e intentar entender juntas qué es lo que sucede es algo casi revolucionario.

No hay nada que me parezca más aterrador que ese discurso meritocrático y de optimización de una misma que subyace a esta tendencia a la terapeutización. Para ser mi amiga, tienes que mejorar. De nuevo la idea de meritocracia incrustada también en nuestras relaciones.
Mandar a la gente a terapia de forma sistemática en lugar de construir amistades que intenten comprender a aquellas personas que no saben bien cómo comportarse, que no son asertivas o que tienen comportamientos derivados del trauma, lo que está haciendo es dejarlas solas y aisladas, es ahondar en sus dificultades. Por supuesto, no estoy hablando de comportamientos que impliquen violencia, sino de reacciones como encerrarse en sí mismas, no saber contar lo que les sucede, necesitar estar solas o sentirse incapaces de quedar con personas que no conocen de antemano.
Dice Garcés que “la amistad es un fantasma”, porque estos ideales no nos permiten construir relaciones reales que se erijan verdaderamente con la otra. Cuando ponemos sobre la amistad esa idea de perfección, dejamos de mirar la realidad de la persona que tenemos delante y pasamos a buscar un ideal normativo que, si no se cumple, se desecha.
La amistad también es conocer y aceptar las limitaciones de la otra persona, ayudarla -ayudarnos entre nosotras- a que sepa que puede ser una misma sin miedo, que podemos acompañarla en sus dificultades y comprenderla. Tenemos que dejarnos afectar por las otras, pero de verdad. No podemos decidir que cualquier cosa que nos moleste o no se amolde a lo que consideramos que debe ser una relación o una forma adecuada de comunicarse no es digna de amor. Las relaciones requieren de fricción para avanzar. Hay que ir adaptándose, conociendo los puntos débiles, aquellas cosas en las que la otra necesita una mano tendida, un espacio para ser, sin miedo.
En el lado contrario, entender la amistad como una cura también la pone en peligro. La encierra, la idealiza, la desproblematiza, la erige como algo que no es. La amistad no está aquí para salvarnos, no tiene la responsabilidad de hacernos mejores, ni de estar para el otro de forma incondicional, ni ninguno de esos ideales que se le asumen. Pero, si algo debería ser, es un acompañamiento de la otra, en sus posibilidades y capacidades. Un espacio seguro donde poder mostrarse y aprender juntas, donde poder ser vulnerable y decir: yo no sé comunicarme de otra manera y arrastro cosas que, aunque pueda trabajarlas, no creo que vayan a desaparecer, pero te quiero y estoy aquí de la manera que puedo.
Por otra parte, el ideal también es perverso cuando no tiene en cuenta las condiciones en las que se puede dar la amistad. Porque, en las vidas precarias que llevamos, ¿quiénes tienen tiempo para estar con las amigas en esas condiciones ideales que se le presuponen?
En la vida adulta, es muy complicado mantener amistades cuando tienes trabajos precarios que se apropian de tu tiempo libre, o cuando ese tiempo libre no coincide con el de los demás porque trabajas en un sector que abre cuando la mayoría descansa. Cuando no puedes ser divertida ni hacer planes porque trabajas a horas intempestivas. Cuando tu cuerpo no se comporta como el del resto, porque el cansancio crónico -u otras cosas- te frenan en tu día a día. Cuando tu vida se ha visto deslocalizada porque has migrado, porque has tenido que empezar de cero en un sitio extraño.
También cuando no tienes dinero y tus amistades no lo entienden y siguen haciendo planes a los que no puedes ir, a los que terminan cansándose de invitarte porque siempre tienes que decir que no. O cuando no tienes la capacidad económica para ir a ese psicólogo al que te mandan sistemáticamente.

Marina Garcés se pregunta si, en este individualismo feroz que caracteriza a nuestra época, no estaremos caminando también hacia una sociedad sin amistad. Yo espero que no, espero que seamos capaces de resistir y de construir amistades que se opongan a esa idea terapéutica e individualista, que también sostenga a esas personas que tienen dificultades para comunicarse, para socializar, para mantener relaciones a largo plazo. Amistades que comprendan, que den espacio al malestar, que no lo barran bajo la alfombra para hacerlo desaparecer.
En ese sentido, entender la amistad como ese espacio que debe ser perfecto, donde las personas ya lleguen terapéuticamente mejoradas, es renunciar a la naturaleza de la relación misma y renunciar también a la colectividad y al acompañamiento en pos de una “verdad” terapéutica, individualista y meritocrática que lo único que hace es excluir en lugar de buscar soluciones estructurales para problemas estructurales.
OPINIONES Y COMENTARIOS