A las historiadoras del arte nos cuesta salir de la cama 🛏️

A las historiadoras del arte nos cuesta salir de la cama 🛏️

Laura Duarte

04/06/2025

Sobre el agotamiento y el hacer algo con tu descanso

A partir de ahí solo se escuchó un pitido. Como ese que hacían las teles antiguas cuando se quedaban sin señal. O como ese efecto que ponen en las pelis cuando tiran una bomba y el protagonista pierde el oído durante un momento.

Llevo escuchando ese mismo pitido meses. Es constante, pero es como si hubiera ido subiendo de volumen, y cada vez más agudo. A ver, es un pitido de postproducción, no tiene más. Una censura preventiva por miedo a escuchar algo que no me guste. Porque, ¿qué querrá decir esa niña en mitad de un salón de actos donde solo estoy yo? ¿Por qué es capaz de subir ahí, tan obstinada, tan decidida? Está claro que lo que va a decir provocará un conflicto, así que es mejor no escucharlo. Lo que pasa es que en lugar de silenciarla, lo único que he conseguido es que haga todavía aun más ruido. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Una puede ignorar muchas cosas cuando está agotada: notificaciones, mensajes de WhatsApp, mails acumulados en la bandeja de entrada, un armario desordenado, unas uñas con el esmalte desgastado… Pero no puedes ignorar el pitido para siempre, porque sino aprendes a leer los labios, y sabes perfectamente que lo que te está diciendo es: para.

Ir por la vida en automático es peligroso. Aparte de por todos los motivos que se te están ocurriendo ahora (que son correctos), es peligroso porque una a veces puede llegar a pensar que ya se acostumbrará. Como yo me acostumbré al tren qué pasaba al lado de mi casa cuando vivía en el pueblo. Y es que lo que el apagón nos debió haber enseñado no era que nos hace falta salir más a la calle, que necesitamos volver a llevar efectivo encima y comprarnos una radio a pilas. A lo mejor lo que deberíamos aprender es que cuando hay una sobrecarga, lo más probable es que el sistema acabe petando. Causa y efecto.

Por eso no hubo newsletter el mes pasado, porque no había ni ganas, ni foco, ni narrativa. Y ¿qué vamos a hacer? A veces pasa.

Así que, permitiéndome el lujo o el error de compartir demasiado, aquí van mis tres recomendaciones sobre el cansancio.

Ay, ¿alguna vez has sentido como que un libro te señala un poquito? No me refiero a que empatices o que conectes con la trama. Me refiero a algo más personal. A llegar un poco por casualidad a un libro y de repente darte cuenta de que te está haciendo una caricatura.

Si tuviera un euro por cada libro que me he leído en el que la protagonista es una historiadora del arte que está hasta los mismísimos ovarios de su realidad y del ritmo al que la obligan a ir, rozando la disociación, no tendría mucho dinero, pero tendría dos euros, que ya me parece demasiado.

El descontento, de Beatriz Serrano fue el primero y Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh, ha sido el segundo. Del primero no tengo nada que decir porque simplemente es maravilloso, pero oh, querida Ottessa, what a piece.

Nada me parece más provocativo y atrayente cuando estás en un punto no muy equilibrado de tu vida que tomarte un año entero para simplemente dedicarte a descansar. Es eso lo que nos pide el cuerpo, ¿no? Así que ¿qué tendría de malo?

No sé si rozo el spoiler, pero creo que es por lo que he odiado y amado el libro al mismo tiempo: el descanso sin ningún tipo de movimiento, convierte a la materia en algo estanco. Esa ilusión millennial de desconectar, hacer detox y centrarse en una misma bajo la ley del autocuidado, no va a hacer que tu vida de repente cobre sentido por arte de magia. Volverás a comer mal, a beber demasiado, a scrollear durante más de una hora antes de dormir y/o a trabajar ocho horas seguidas en algo que no te entusiasma demasiado.

Empezando por que te puedas tomar el privilegio de descansar, que no todo el mundo puede, y ese es un tema que también atraviesa toda la novela.

En ella, la protagonista habla sobre lo superficial que es la obra de un artista ficticio, de cómo la estética devora la ética, la emoción, el compromiso, todo. De cómo todo se convierte en imagen. Y creo que lo interesante es darse cuenta como lector, de que hace exactamente lo mismo con su descanso: lo vive como si fuera una instalación, una performance. No hay contenido, no hay un dolor real, todo está pasado por el filtro de cómo se ve, no de cómo se vive.

Una crítica maravillosa a una parte del arte contemporáneo a la que le gustan mucho los focos, pero que yo, me lo tomo como un consejo y una metáfora personal: descansar está bien y es necesario, pero tienes que hacer algo en algún momento.

Y por eso es una obra maestra. Gracias, Ottessa.

Como los souvenirs de los museos dejan mucho que desear, me veo en la obligación de buscar fuentes propias que me abastezcan de la belleza, la historia y el sentido que sí hay en sus paredes. Y así no tengo que conformarme con un llavero cutre, un boli triste, o imanes con elecciones estéticas bastante cuestionables.

Una de las primeras marcas que descubrí fue Ennea, donde puedes encontrar joyitas inspiradas en la antigüedad clásica.

Como los pequeños proyectos son complicados de sostener en los determinados ritmos que el marketing parece obligarnos, Ennea había desaparecido durante un tiempo. Hasta que Julia volvió hace unos días publicando un post que me resonó demasiado y que por eso decidí que tenía que estar en esta newsletter. Un post de esos en los que solo quieres comentar “tía, same” aunque no os conozcáis de nada.

En ese post explicaba cómo le había hecho sentir esto de los ritmos últimamente, una sinceridad y una verdad no expuesta ni experimentada en las grandes marcas, y que me hace recordar que estar en el lado bueno es apoyar estos pequeños negocios y proyectos.

Lo guay de la creatividad, como ella menciona también, es que siempre se vuelve. De una forma u otra.

Los cuadros de Ramón Casas me han encantado siempre. Y no hay mucha más narrativa que la de mi fascinación por cómo refleja el cansancio en sus cuadros: mujeres con la mirada perdida, hundidas en un sillón, fumando sin prisa, con el cuerpo presente pero la cabeza muy lejos. No hay drama ni épica. Solo esa quietud rara de cuando ya no puedes más y decides no hacer absolutamente nada. Ni siquiera resistirte.

Fitxer:Ramon Casas-la Mandra.jpg - Viquipèdia, l'enciclopèdia lliure

Ramon Casas, Cansada, ca 1895-1900. | ArteHabitat

A veces, eso también es suficiente. A veces no hace falta explicar nada. Solo dejarse caer en una silla, como en sus cuadros, y quedarse ahí. Que no es rendirse, es sobrevivir sin espectáculo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS