una habitación propia: cuando la soledad se vuelve libertad

una habitación propia: cuando la soledad se vuelve libertad

Laura Duarte

04/06/2025

A veces, el silencio de una puerta cerrada es lo único que necesitamos para escucharnos de verdad.

Hay días en que me encierro en mi cuarto, no para escapar, sino para regresar. Me siento frente a una página en blanco, con la certeza de que sólo allí puedo recordar quién soy. Tal vez por eso siempre vuelvo a Virginia Woolf. Porque ella también escribía desde ese lugar: un cuarto donde el silencio no era vacío, sino posibilidad.

He pensado mucho en su idea de “una habitación propia”. No sólo como espacio físico —aunque eso también—, sino como ese rincón donde una puede ser sin permiso, sin máscaras, sin interrupciones. Un rincón íntimo y fértil donde la mente se expande y el alma respira.

Woolf no hablaba sólo de escritoras, hablaba de todas nosotras: de las que sueñan mientras lavan los platos, de las que dibujan en libretas arrugadas al fondo del bolso, de las que, como yo, a veces escriben llorando porque hay palabras que sólo emergen cuando una ha sido herida y sanada por ellas mismas.

Cuando la leí por primera vez, sentí que me hablaba desde el tiempo. Como si me tomara de la mano y me dijera: “no estás sola”. Y eso es algo que no se olvida. Me conmovió su furia tranquila, su claridad de agua profunda, su ternura como arma. Y también su tristeza, tan parecida a la mía a veces. Esa tristeza que no pide consuelo, sino comprensión.

A menudo me descubro habitando la misma paradoja: quiero estar sola, pero no quiero sentirme aislada. Quiero escribir, pero a veces me asusta lo que aparece cuando escucho mi voz sin filtros. Sin embargo, sigo. Porque escribir no es solo un acto literario, es una forma de resistir, de construir sentido, de tender un puente entre mi mundo interior y el de otros.

Virginia entendía eso. Entendía que el pensamiento necesita espacio, que el arte florece cuando no hay urgencia de justificarlo. Y en esta época en la que todo parece tener que ser útil o visible, leerla es como abrir una ventana hacia otra manera de habitar el tiempo. Más suave. Más libre.

Recuerdo una tarde en la que sentí que todo me quedaba grande: el mundo, las expectativas, incluso mis propios sueños. Me encerré con una taza de té y un ejemplar de El cuarto de Jacob. Al terminarlo, lloré. No por la historia, sino por la manera en que estaba contada. Porque Woolf no tenía miedo de mirar el alma humana con todo y sus grietas. Y eso me dio permiso. Para mirar la mía. Para escribir desde ahí.

Creo que su escritura sigue latiendo no porque nos dé respuestas, sino porque nos acompaña en la búsqueda. Nos ofrece la posibilidad de que pensar y sentir no estén divorciados. Que la sensibilidad es también una forma de lucidez. Y que una puede vivir intensamente, incluso sin salir de casa, incluso con el corazón hecho trizas.

Este ensayo no es una crítica literaria, ni una biografía. Es un agradecimiento. A Virginia. A su voz. A su valor de escribir cuando no era fácil. Y a su manera de recordarnos que no hay creación verdadera sin honestidad. Que hay belleza en el repliegue. Que también desde la soledad podemos tejer pertenencia.

Y mientras escribo esto, pienso que tal vez mi habitación propia no sea un espacio con paredes y cerradura. Tal vez sea este momento. Este acto de escribir y compartir. Este lugar donde tú, lector o lectora, te detienes un momento a leerme. Y algo de mí, sin saberlo, hace eco en ti.

Ahí está la libertad.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS