Este texto lo escribí hace mucho ,como parte del cierre a ese capítulo de mi vida …

El amor tóxico no siempre empieza como uno lo imagina.
A veces nace del lugar más bonito: de una conexión verdadera, de miradas que se entienden sin palabras, de sueños compartidos que, por un tiempo, parecían tener el mismo rumbo.
Así fue en mi caso.
Todo comenzó con ese chispazo hermoso, con una relación sólida, profunda. Algo que de verdad creí que iba a durar para siempre.
Pero lo triste es que muchas veces nos aferramos a la idea de que las cosas pueden cambiar. Que si amamos suficiente, si aguantamos lo necesario, si seguimos intentando… todo puede volver a ser como antes.
Lo cierto es que las personas cambiamos.
Evolucionamos. Nuestros valores se transforman, nuestras prioridades se redibujan, nuestros caminos empiezan a dividirse. Y sostener algo que ya va en direcciones opuestas duele más de lo que uno se atreve a admitir.
Llegar a un punto medio, a ese win to win tan idealizado, requiere una madurez emocional muy grande… y de ambas partes. Requiere querer trabajar en equipo, hablar desde el alma, escuchar sin defenderse, amar sin intentar corregir al otro. Porque una relación no es cosa de uno solo: es una construcción diaria, delicada, compartida.
Y cuando eso se pierde, el amor comienza a doler.
A veces, ni siquiera por falta de cariño, sino por exceso de heridas sin sanar.
Se vuelve tóxico cuando dejamos de escucharnos, cuando las discusiones ya no son para comprendernos, sino para tener la razón. Cuando empezamos a ignorar lo que sentimos, a esconder el dolor, a callar por miedo.
Ahí es cuando el amor se desfigura.
En mi caso, por no saber decir adiós a tiempo, terminamos lastimándonos.
Y lo entendí con el corazón hecho pedazos: no hay mayor acto de amor que saber soltar.
Que tener el coraje de dejar ir a alguien a quien todavía amas… porque seguir aferrándote solo prolonga el daño. Porque quedarse también puede ser una forma de traición, cuando ya no hay espacio para crecer juntos.
Me quedo con lo que fue bello. Con las risas, con los abrazos que me sostuvieron, con los días en que creímos que nada podía rompernos. Y agradezco. Agradezco incluso el final, porque me enseñó a elegirme, a poner límites, a reconocer cuándo algo deja de ser hogar.
Porque el amor no debería doler así.
El amor real te cuida, te abraza, te impulsa.
Y si un día deja de hacerlo, entonces el acto más valiente, más honesto, más amoroso… es cerrar la puerta con dignidad.
No todo amor que termina fue un error.
A veces fue una lección que vino a enseñarnos a amarnos mejor.
A veces fue el espejo que nos mostró lo que aún necesitamos sanar.
Y a veces fue solo eso: un amor que cumplió su ciclo.
Dolió, sí. Pero también transformó.
Y en ese soltar, hay amor.
Del más puro.
OPINIONES Y COMENTARIOS