Creo que es momento de lanzar la confesión. Vivo bajo una especie de conjuro que seguramente alguna vieja hechicera lanzó sobre mí en otra vida. Desde entonces mis sentidos colapsaron, a veces siento mucho y otras veces no siento nada, vivo descompuesta. Le llaman autismo.

Ella llegó junto a mi cuna y susurró las palabras que definirían mi vida: “Pequeña niña de rizos dorados, bienvenida al mundo, te digo desde ahora que jamás podrás adaptarte aquí, vivirás siempre en otra realidad aunque tu cuerpo permanezca anclado al plano terrenal; te condeno a ser testigo silencioso de este planeta caótico donde no entenderás nada, te condeno a vivir en soledad el resto de tus vidas”. Abrí los ojos y lloré, pero ya era tarde, el hechizo ya había sido lanzado y así comenzó mi experiencia en este plano.

Desde entonces soy peregrina, buscadora de sentido, hay algo que no me cuadra del todo en este viaje, he llegado a pensar que la vida es una broma pesada de un dios que juega videojuegos con nosotros.

Soy esa persona que lanza preguntas incómodas y comentarios fuera de lugar, soy la mujer imprudente que dice lo que no debe, pero que calla lo que no debería; soy la chica con cara de póquer, la que aprendió a callar para sobrevivir. Vivo con la constante sensación de que hablo un idioma extraño. Soy un fantasma social.

Las dinámicas comunes me cuestan, me llaman pesimista, me han llamado amargada y hasta frígida. Aprendí a vivir sometida a constantes explosiones internas que por fuera casi no se notan pero que por dentro me corroen las tripas. Imploto todo el tiempo, por dentro estoy hecha de humo blanco.

He experimentado la pérdida desde muchos ángulos, los amigos se aburrieron, los amores se alejaron, los padres no entendieron, he visto muchos rostros desconcertados, al parecer nadie soportó la complejidad. Desde entonces hablo mucho con esa imagen que veo en el espejo y le cuento mis dolores, no creo ser mala, solamente diferente, pero lo diferente cala, desagrada, no es fácil, todos preferimos el terreno conocido, no los culpo.

Dicen que las palabras sanan, que poner en letras lo que uno siente va curando el corazón, porque al menos cuando se escribe nos parece que existe un “otro” a quien le vamos contando algo, entonces ya no es uno, somos dos, el que escribe y su escritura. Con estos textos siento que abro la piel de mi pecho, tal como si abriese el cierre de una blusa que comienza en la garganta y termina en el pubis. Me abro y me expongo, porque tengo mucho que decir y no he sido escuchada, entonces tal vez pueda ser leída, tal vez esto resuene contigo que también has callado, que tampoco has sido entendido ni contenido, que quizá solo has sido juzgado y relegado, abandonado; espero que quien me lea resuene conmigo y si no ocurre, al menos esto me habrá servido como terapia, al menos con estas letras voy curado esta indigestión espiritual a través de practicar el vómito textual.

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