Una fea con el «privilegio de ser linda». Hablemos de atención masculina.

Una fea con el «privilegio de ser linda». Hablemos de atención masculina.

Laura Duarte

03/06/2025

¿Qué haces cuando creciste siendo la «fea» y un día todo cambia?

Como muchas, de pequeña sufrí bullying por no ser tan agraciada físicamente. Siendo sincera, los peinados que me hacía mi mamá tampoco me favorecían mucho. Recuerdo que llegaba a casa llorando y deseando poder ser diferente. Aún así, era una niña alegre. Siempre fui extrovertida y eso me permitió tener muchos amigos. Justo por eso, veía de cerca cómo mis amigas vivían sus primeras experiencias con muchachos: sus primeros novios, besos, citas. Yo solo las aconsejaba sin tener idea de lo que era que un chico siquiera me miráse.

Mi primo me decía: “tienes que vestirte más femenina”. Además, según él, nunca le iba a gustar a nadie si seguía siendo intensa y eufórica. Nunca le hice caso. Incluso sabiendo que no le gustaba a ningún chico, era (y todavía un poco) una niña muy enamoradiza. Enamoradiza en el sentido de que si me gustaba un chico me obsesionaba con él y romantizaba cualquier tipo de atención que él me diera. ¿Me miró? Tal vez le gusto. ¿Me ofreció una servilleta? ¡Pensó en mí! Así era yo. Muy ingenua, ¿no? Siempre recuerdo poner a los chicos en un pedestal. Los veía tan lejanos a mí que la idea de estar con uno me ponía demasiado nerviosa. Eso hasta mis diecisiete años, cuando Steven, un amigo de la escuela, me dijo:

“Valen, tú eres muy linda.”

¡Casi muero! No podía creerlo. Llegué a casa, me miré al espejo y fue como si todo hubiera cambiado. No lo entendía. En mi mente, no cabía el hecho de que este chico me hubiera coqueteado. Y mucho menos si no había cambiado nada de mi apariencia (no intencionalmente, al menos). Desde ahí, comenzó una nueva etapa de mi vida donde por fin fui considerada bonita y quise aprovecharlo al máximo. De repente, los chicos se ofrecían para llevarme a mi casa, los conductores de autobus me regalaban el pasaje y los vigilantes eran más amables. ¡Había adquirido un superpoder!

Pero todavía existía un dilema en mí. Ese pensamiento de que realmente nada cambió porque sigo siendo la misma Valentina de la que se burlaban en la escuela. Por un tiempo, cuando le gustaba a un chico no podía evitar pensar: ¿todavía le gustaría si supiera como me veía en la escuela? ¿También se habría burlado de mí? Resulta que obtener ese “privilegio” se convirtió en una adicción a la atención masculina. Comencé a vestirme para los hombres; a pensar qué decir para agradarles, a esconder esas partes de mi que podrían ser consideradas raras. Recuerdo que uno de mis mayores miedos fue volver a ser considerada fea y perder lo único que me daba valor. Porque sí, según yo, entre más atención masculina tuviera, más valía. Todavía estoy intentando trabajar en eso.

El problema radica en aquello que yo y muchas chicas hacemos que es poner a los hombres en un pedestal. Vivir para ellos y montar este espectáculo para agradarles. Arreglarnos solo para obtener un “eres linda”. Vernos al espejo con ojos de hombre y no de una mujer que existe y lo hace libremente. Les contaré una última anécdota: en mi universidad había una chica que me parecía hermosa y no solo a mí, a muchos del curso también. Un día hablé con un amigo, se la mostré y dijo: “meh, no es para tanto. No es mi tipo.” ¡¿Cómo era posible?! Era la mujer más linda que había visto nunca y este chico estaba diciendo que no era para tanto. En otra ocasión, le mostré una modelo preciosa a un compañero y respondió: “No me parece linda”. Recuerdo pensar que si ellas no eran lindas entonces yo debía ser horrible, pero eso no encajaba del todo con lo que algunos chicos me decían. Entonces, ¿qué era? Me di cuenta que incluso esa modelo perfecta que tenía el “privilegio de ser linda” era fea para alguien. ¡Es un bucle eterno! Una vez que descubres eso, sueltas todas esos moldes en los que intentas encajar. Está bien alegrarte cuando te halagan, pero también está bien si no lo hacen. Es recordar que, si un hombre no te dice que estás linda el mundo no se te va a caer. Cuando te das cuenta que la opinión que más importa es la tuya y la de nadie más es cuando empiezas a vivir realmente. Sin estar atada a las expectativas de nadie porque esas expectativas siempre cambian.

Al final del día, habrá hombres que piensen que eres linda, otros que eres fea. ¿Tú qué quieres ser?

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