En la soledad te busco,
como un náufrago que no ha olvidado
el color exacto de la costa que perdió.
Te busco con la torpeza de quien todavía ama,
aunque ya no le respondan los abrazos.
Nadie te enseña a desmontar una casa
que construiste con las manos llenas de fe.
Nadie te prepara para dormir en una cama
que aún huele a nosotros,
aunque ya no quede nadie en ella.
Te busco en los libros que no leímos,
en las canciones que me enseñaste
y ahora duelen más que el silencio.
Te busco aunque me prometa cada noche
que ya no voy a hacerlo.
Porque hay búsquedas que no se eligen.
Se llevan dentro.
Como un tatuaje mal curado.
Te busco en la forma en que miro el mundo
desde que no estás.
Porque hay ausencias
que te cambian el gesto
y el alma.
Y tú…
te llevaste la mitad de la mía.
Me digo que esto es el fin,
que lo nuestro fue una estación de paso.
Pero miento.
Porque hay trenes
que aunque se descarrilen,
te siguen llevando por dentro.
Y cuando todo calla…
cuando la ciudad se duerme
y las luces dejan de fingir,
te juro que te sigo buscando
en cada lugar donde te quise:
el bar de la esquina,
la parada del metro,
la risa que ya no vuelve.
Y si un día te veo,
si la vida se atreve a cruzarnos
en cualquier calle donde no nos esperábamos,
no voy a pedirte que vuelvas.
No voy a nombrar el pasado.
No voy a disfrazar la herida.
Solo voy a sonreír.
Como quien se despide de un sueño
que alguna vez fue casa
y ahora es solo eso:
una historia
que aprendí a dejar atrás
sin dejar de quererla.
Porque no todo lo que arde se apaga…
pero a veces,
lo que quema también enseña.
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