Por supuesto, es evidente, así era y no digo que lo creía, realmente lo sentía y fui feliz, muy feliz, y lo amaba, mucho, lo amaba, pero como puedes escuchar el verbo está conjugado en pasado. Pasado, quizá porque ya no está o quizá porque fue una carga pesada de sentimientos la que tuve que asimilar y no, no estaba preparada para eso.
Ahora, una pregunta para ti; ¿Alguna vez quisiste matar a alguien?
Yo si, esa idea revoloteó en mi cabeza por mucho tiempo. En primera instancia no sabía a quién quería matar, solo sabía que quería matar al objeto de mi dolor, de la herida a mi orgullo y del atentando a mi inteligencia, porque después de todo, lo único que nos queda es la capacidad de pensar y saber que lo que pensamos es digno de nuestro apelativo humano. Cuando alguien atenta a esa inteligencia, algunas personas nos volvemos bestias, nos dejamos secuestrar emocionalmente por la ira y nuestra capacidad de razonar ya no es digna de ser llamada humana, tan solo somos animales. Así estuve, quería matar, quería matarla, a quién, no lo sé, solo quería encontrarla y matarla, porque ella se había burlado de mí. Mientras yo era devota al amor que sentía por mi marido y lloraba su muerte como una loca, ella seguía desde algún rincón del mundo pensando que el objeto de su amor todavía vivía.
Murió, recuerdo ese día como si fuera hoy. Se despidió, dijo que me amaba, que yo era su mundo, la persona que le daba vida a su vida y que sin mí no era Nadie. Después de aquellas palabras y un par de besos, caminó hasta la puerta, me miró y a son de broma como siempre lo hacía dijo: «No olvides que te amo, voy a trabajar y si puedo a divertirme con mi amante». Yo reí, le dije que era un estúpido, pero siempre había tomado esa frase como una broma, porque siempre antes de un viaje de trabajo decía esas palabras y para mí esto se había convertido en una chanza. La verdad del caso es que él siempre dijo la verdad, esa manera elegante de mentir diciendo al verdad, debía ser propia de él. Ese día, camino al aeropuerto sufrió el accidente, su auto fue arroyado por un camión y producto del impacto murió. Cuando lo supe sentí que me moría, lloré por estos dos meses como si el cielo mismo se hubiera hospedado en mis ojos, pero ese llanto duró solo hasta tres días atrás, cuando leí los correos de su computadora.
Mi primera reacción fue matarla, la segunda reacción fue vomitar, me daba náuseas imaginar la cantidad de veces que hizo el amor conmigo después de estar con ella. La tercera reacción fue romper sus retrataros y la cuarta fue investigar, determinar quién era ella y si tanto lo amaba como era posible que no se hubiera enterado que él había muerto hace dos meses, especialmente, cómo es posible que no supiera que estaba casado. Tuvo la desfachatez de estar con él por siete años y nunca preguntarle por qué demonios tenía esa sortija en la mano, Dios santo qué acaso no existe el sentido común.
En fin, ya no importa, él está muerto y yo me enteré de la existencia de ella por las cartas, esos escritos desesperados preguntando el por qué de su repentina desaparición. Cartas con detalles de sus noches de pasión, sus sueños, ideales y la promesa de llegar a viejos juntos. A decir verdad, pensaba seriamente en matarla, después de reflexionar su situación me causó pena y finalmente me decidí a enviarle una carta. Le conté quién era yo y le conté como murió él, me imaginó que aquello fue peor que la muerte, ella también estaba siendo engañada o quizá sabía de mi existencia.
Después de todo, él ya está muerto y jamás podremos saber a quién de las dos amaba en realidad, en qué sitio fue realmente feliz; si en nuestra casa o con ella. Solo sé que ya no está, que después de toda esa carga de verdad ya no lo amo y que no volveré a esta casa nunca más.
OPINIONES Y COMENTARIOS