Las modas, TikTok y cómo el capitalismo juega con tu deseo

Las modas, TikTok y cómo el capitalismo juega con tu deseo

Laura Duarte

29/05/2025

Sonny Angels, ZARA y Miu Miu versus Walter Benjamin.

¿Has probado ya el chocolate Dubai? ¿Tienes el nuevo gloss del que todo el mundo habla? ¿Por qué sigues llevando el Sonny Angel en la funda, si ya está pasadísimo? ¿Es este Labubu mi amigo? Destellan como neones las preguntas por tu pantalla, formato vertical, mientras cruzas al vagón cabizbaja y con la cartera que te va a explotar. Deslizar video tras video mientras rezas para que aparezca pronto el metro se ha convertido ya en tu tradición matutina; hoy, TikTok te da los buenos días con las novedades indispensables de la semana, esas que ya presumen todos los famosos y cada vez más y más amigos tuyos: tú también las necesitas.

Arrastro los pies: llego tarde otra vez, a clase y a la moda. Pero ¿cómo no hacerlo? Si las tendencias duran ya menos de una semana, la información viene condensada en vídeos de 30 segundos y al octavo día aquel pantalón que tanto te hacía falta es ahora poco menos que un candidato a mopa, absolutamente imponible. Siento que vivo con prisa, corriendo de estación en estación, y ya no es sólo Madrid quien apremia mis pisadas, sino también las voces de mi móvil que a cada rato me señalan un nuevo lip combo. Es inútil huir: el tiempo corre, las modas marchan y mi cuenta bancaria disminuye por momentos.

Últimamente, en un esfuerzo por ralentizar mi ritmo de vida (y como persona crónicamente online y universitaria que tiene que pensar muy bien en qué gastar el dinero), he empezado a evaluar con más conciencia aquello que consumo, empezando por mis redes sociales. Mientras se me inunda el feed de nuevas tendencias y vertiginosas sugerencias una tras otra, pienso en la caducidad de las modas y en lo rápido que desechamos lo adquirido, al mismo tiempo que vemos regresar de forma inequívoca los mismos gustos que hace años ya se llevaron. Lo veo en las botas que llevaba mi madre hace veinte años y que ahora calzo cada día, en el abrigo de piel que me empezó a parecer hortera en 2016 y que hoy visto a Nuit orgullosa, en los zapatitos que llevaba el Lazarillo de Tormes y que hoy en día causan sensación… vale, no, esto último era broma, pero ¿realmente hoy día la moda presenta alguna innovación o no es más que el eterno retorno de lo siempre igual, la deserción de lo antiguo por la resplandeciente novedad?

Comparación lado a lado de las calzas del Lazarillo y los zapatos más virales de la temporada pasada (no me odiéis, es broma)

Estas reflexiones me evocan a los apuntes de filosofía acerca de la Escuela de Frankfurt, resultándome aquí especialmente reveladoras las reflexiones de Walter Benjamin con respecto a este fenómeno económico y social. En el Libro de los Pasajes (Das Passagen-Werk) el escritor me a la razón, y dedica un capítulo entero al estudio de la moda en sí misma, la cual es descrita como una expresión de la temporalidad capitalista en la que coexisten una dimensión circular y otra lineal del tiempo, reflejando así, simultáneamente, el “eterno retorno de lo siempre igual” y la constante renovación.

Según Benjamin, en el capitalismo, la moda no es más que un ciclo interminable de tendencias que resurgen con ligeras variaciones, lo cual, si bien aparenta un cambio constante, en realidad repite patrones preexistentes (pese a aparentar innovación, las mercancías regresan siempre bajo las mismas lógicas y estructuras de deseo). No hay más que virar los ojos a las criaturas tan afamadas de los Sylvanian Families, Sonny Angels, Labubus… esas figuritas adorables que durante un tiempo fueron el objeto de obsesión de todo el mundo para ser sustituidas sólo dos meses después por una nueva versión de sí mismas. En este ciclo sin fin, no existe realmente un cambio significativo en los productos: sólo existe la ilusión de novedad que reactiva el deseo y la necesidad de consumo.

Por otra parte, la moda también opera con un sentido de avance lineal, donde cada temporada se presenta como una deslumbrante y nueva era que mejora el momento anterior. Este sentido lineal es esencial, ya que ofrece la promesa de progreso a través de la mejora continua de productos, aunque realmente no comporte una variación consustancial: esos vaqueros que tanto te salen en TikTok no son más que la reelaboración (de mucha peor calidad) de aquellos campana que llevaba tu madre en su juventud. El afán de novedad funciona como un motor que estimula el consumo y decreta como obsoleto y vergonzoso lo viejo con el fin de instarte a adquirir lo nuevo (aunque no sea más que la copia de la copia de algo que ya una vez tuviste), generando así una relación efímera con los objetos que poseemos. Llegados a este punto, mirando al armario y sintiéndolo mucho, te destripo que, en unos años, verás esas gafas de Miu Miu que tanto te han salido en Insta de la misma forma en la que hoy vemos estas otras:

Las archiconocidísimas gafas de Miu Miu VS las gafas de pasta que todas teníamos en 2016

Yo no soy gurú de moda, ni experta en psicología social, ni pertenezco a una generación de intelectuales europeos de los años treinta, pero creo necesario empezar a reevaluar la forma en la que nos relacionamos con los objetos que poseemos y con aquellos que los influencers nos imperan a comprar. El ángel con cabeza de fresa que coronaba mi portátil y que ahora yace desterrado en un cajón me martiriza y me obliga a repasar la causa de por qué todas nos dejamos cinco tristes euros en su compra hace unos meses:

Tal vez esos muñequitos surtían un efecto dopamínico, cual pequeño capricho o tirita, tras examinarse una de cinco parciales seguidos en una semana. Tal vez fue su tierna estética la que nos hipnotiza, como un canto de sirena que nos empuja a los bazares; o tal vez no sea más que un intento de hallar nuestro lugar, de manifestar mediante productos nuestra afiliación a un colectivo y de adquirir una suerte de sensación de pertenencia (en este caso al grupo de las autodenominadas tías chulísimas, por ejemplo): “No es más que un espejismo que nos dota de singularidad y, al mismo tiempo, nos permite encajar”, susurran Adorno y Horkheimer. Y así, aunque sabía que en tres semanas me olvidaría de su existencia y le exiliaría a un cajón, al salir del bazar brillaba sobre mi funda cual cascabel uno de los mencionados Sonny Angels. “Ha sido una semana muy dura”, me justificaba. “Me merezco una recompensa. Al fin de al cabo, ‘I’m just a girl’, sólo soy una chica”, como cantaba Gwen Stefani. (“…that’s all you’ll let me be”, se hace eco en mi memoria).

Ahora, cuando pienso en hacer mi pequeña compra impulsiva de la semana, sostengo el angelito entre mis manos y acude a mí una voz como una revelación, cristalina y certera desde el archivador de mi cajón: a veces una estudiante desquiciada sólo quiere concederse un capricho después de su dura semana de exámenes… pero a veces también toca mirarse al espejo y repetir: “No necesitas otro blush líquido, ni un Mofusan o un Smiski o la quinta copia de la misma historia: lo que necesitas es desinstalar TikTok y salir un rato a que te dé el aire, tía, que es primavera ya.”

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