Letras para aquel que tenga
entendimiento, aun así no entienda. Porque la vida es literal, pero las letras
se transforman, dejando en el ambiente del lector cientos de conclusiones
confusas, sin comprender el verdadero contexto de lo narrado: no de forma
específica, pero sí vivida.

¿Qué es el agotamiento de una
existencia propia?
Cuando, con las palabras que resurgen desde la levedad de tu mente, escribes
frases vacías, sin sentido, y tu mente misma te turba, diciéndote la forma correcta
de plasmarlo. Pero tú, como pensador nato, no sabes qué hacer: si eso que
recita tu mente es lo que realmente deseas expresar, si ese es tu verdadero
sentir. No lo sabría.
¿Qué escribo? ¿Qué leo? ¿Qué pienso?

Mi alma está turbada, tirada en
un plano que no sé si es real. Estoy en un absoluto silencio. En este plano
abstracto en el cual me encuentro, no reconozco el reposo. Mis pensamientos me
agotan.
Aquellos que me rodean no lo notan.
El insomnio carcome mi esperanza desde hace mucho tiempo.
No reconozco su faz.
Oye tú, Ángel del sueño, me has dejado en el olvido. Tus pautas, tu brillo, tu
hechizo del descanso me ha abandonado por demasiado tiempo.
En ese crepúsculo incierto vago constantemente, sin regocijo alguno.
¿Dónde estará aquello que busco con tantas ansias?
¿Dónde están los recuerdos y las añoranzas de vidas pasadas?
Me abandonan los recuerdos. No los hallo, por más que me esfuerzo.

Trato de articular mis
pensamientos con el deseo —con el deseo ardiente— de pensar libremente,
anhelando una liberación del cuerpo y del alma. Pero… no logro responder
correctamente.
¿Qué me pasa? Me lo pregunto constantemente.
El insomnio se postra en la faz de mi lecho sin soltar mi mano. Me acaricia con
un suspiro punzante sobre los párpados, abriéndolos una y otra vez.

Quizá la letanía de este relato
te perturbe… o quizá te agrade.
Eso no lo sé, no lo sabré jamás, porque en mí no habita la pregunta sobre si
mis pensamientos son lo que son… o lo que serán.

Las turbaciones de mi alma
agreden al espíritu, dando paso a innumerables deseos.
Deseos que quisiera reprimir, porque me dan esperanza.
Esperanza de que, si aquello me lleva a mundos inexplorados, pueda sumergirme
en esas dimensiones desconocidas como en un efecto placebo momentáneo, que me
arrastra a un éxtasis de emociones infundadas en aquello que anhelo con tanto
esmero.

Pero ¿qué debo hacer? ¿A dónde
debo ir, si aquello que tanto deseo desapareciese de un momento a otro?
Esos pensamientos me agobian, me atormentan, alimentando miedos que me visitan,
dejando entrever un lago de emociones que brotan desde lo alto, dejando caer
gotas de brillo solemne sobre un papel escrito con tinta de desolación.
Un dolor que me recuerda mi paso efímero por este mundo cruel.
Y recuerdo aquellas palabras que silenciaron mi alma, las que se entretejieron
entre alma y espíritu, dando paso a un dolor tan insondable como la vida misma.

Cierto día escuchaba
atentamente las conclusiones de un preceptor, que decía:
A ella, que escucha
atentamente, la he sacado de su zona segura, para que sus pasos no regresen y
su mente quede desarraigada de aquello que tanto anhela. Yo la he arrancado de
raíz, para que su luz se apague indefinidamente. Y esto lo he hecho frente a
aquellos que callan, sin pensar que muy pronto o más tarde podrían tener el mismo
destino. Si mi injusticia perdura, ¿qué será de aquellos que callan y duermen
en el vacío de su silencio?

¿Fin?

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