
La mañana es tan clara que el mar parecía haberse quedado dormido, caminó solo por la orilla dejando huellas que no duran mas que un suspiro, el viento apenas rozaba la piel, fue entonces cuando la vi, tres diminutas caracolas esperando como si alguien la hubiese dejado para mi.
Una redonda y agrietada, pareciendo llevar siglos guardando un secreto, las otras dos mas pequeñas suaves y lilas como las alas cerradas de una mariposa, me agache a recogerlas sin saber que al hacerlo estaba levantando un recuerdo olvidado.
El ruido de una fuerte claxon lo despertó, volvió a la realidad … fue solamente un sueño. Se levanto salio al balcón con una taza de humeante café sin azúcar y miro hacia el lado del mar…algo le decía que ese sueño era un aviso.
Se puso su jogging azul y se dirigió a la playa, caminó hasta el mismo lugar que habia visto en su sueño.
No era un día distinto a los demás, el mar tenia su voz calma y a la arena se le iba desvaneciendo la calidez del verano que había llegado a su fin.
El caminaba como cada mañana con los pensamientos enredados y el corazón con esa grieta que no cerraba del todo.
Fue entonces cuando las vio, tres caracolas juntas perfectamente alineadas como si alguien las hubiera colocado con intención, la primera era redonda de color ocre con grietas profundas como arrugas de sabiduría.
La segunda un violeta suave, parecía un pequeño corazón dormido. La tercera brillaba aun húmeda con líneas que se perdían como caminos antiguos.
Las recogió sin entender por que, pero algo en su pecho dio un salto leve como si estuvieras por recordar algo importante; caminó unos metros más y encontró lo inesperado, una nota atrapada entre dos piedras, escrita con tinta azul desteñida, decía solo una frase:
«Cuando estés listo, sabrás donde volver»
Se quedó quieto, las tres caracolas en su mano parecían mirarlo, y el papel temblaba entre sus dedos como una hoja al viento, pero él no. Hacía tiempo que no sentía esa clase de certeza tibia en su pecho, guardó la nota en el bolsillo volvió a mirar las tres caracolas como a los años en que ella se había ido sin despedida, como los silencios que había acumulado en la mesa del desayuno.
La había buscado en las cartas sin respuesta, en teléfonos desconectados, en rostros parecidos en otras ciudades, pero nunca en la playa, el único lugar que les había pertenecido a los dos.
Esa mañana volvió a su casa y coloco las caracolas en una bandeja de cerámica junto a una foto donde ella sonreía con los pies mojados por la espuma del mar. No dijo nada, solo esperó.
A la mañana siguiente volvió al mismo sitio, la marea habia cambiado y sobre la arena encontró algo más, una caracola blanca solitaria y junto a ella otra nota:
«Yo también guardé la mía. Si las juntamos tal vez recordemos el camino»
No habíafirma, no hacia falta, era su letra.
Y por primera vez en años, supo que ya no estaba solo.
Fin
Ruben ielmini

OPINIONES Y COMENTARIOS