Mi padre fue el primer hombre al que vi caer… esclavo de la economía, arquitecto de su propia destrucción y arrastrado por la crisis de la masculinidad. – Por Victoria Diaz

Estoy segura que han notado cómo el debate sobre la masculinidad se volvió un terreno tenso y contradictorio. Por un lado, se empezó a idealizar al hombre en su versión más arcaica: dominante y “estoico” (o la versión malinterpretada del estoicismo). Por otro, surgieron críticas -lideradas principalmente por mujeres- que desarmaron ese mito, visibilizaron sus consecuencias y propusieron romper con su normalización. Creo que en general hubo un deseo de destruir ese modelo que no solo dañó a las mujeres: también convirtió a los hombres en víctimas y cómplices de su propia herida.
Yo crecí con un padre que se perdió en la idea del “macho” y terminó reproduciendo heridas profundas en mí y en mi familia, y hoy – no por casualidad- enfrenta esa tan nombrada “soledad masculina”, que no es más que la consecuencia directa de sus propios actos.
Pero, como muchas hijas en algún momento, sentí la necesidad de entender a mi padre, para descifrar de dónde venía su forma de ser. En esa búsqueda encontré “El Rey, el Guerrero, el Mago y el Amante” de Robert Moore y Douglas Gillette,y entendí algo que lo resignificó todo: el problema no era la masculinidad en sí o “El Hombre” en sí, sino su forma incompleta, fragmentada. El libro habla de cuatro arquetipos -el Rey, el Guerrero, el Mago y el Amante- y de cómo, cuando no se integran, los hombres actúan desde sus versiones más dañinas. Mientras leía, iba comprendiendo que mi padre no era simplemente «cruel» también era un hombre quebrado por una masculinidad malentendida. Él también buscaba, a ciegas, lo que nadie le enseñó a encontrar dentro de sí mismo.
Porque en mi padre vi destellos de una masculinidad en equilibrio, pero también la versión que él eligió alimentar: la más oscura. Y hoy, muchos hombres jóvenes idealizan esa misma herencia envenenada que los hace miserables.
Le guardo una bronca personal al modelo que promueven los gurús de pacotilla en internet, porque por esas ideas perdí a mi padre… y con él, a mi mejor amigo.
“Hasta que lo inconsciente no se haga consciente, el inconsciente dirigirá tu vida
y tú lo llamarás destino.” — Carl Gustav Jung
Los arquetipos masculinos: luz y sombra
Quiero compartir lo que aprendí sobre estos cuatro arquetipos, porque me ayudaron a entender no solo a mi papá, sino también la crisis que enfrentan tantos hombres hoy. El libro los dispone de esta manera:
El Rey simboliza el liderazgo justo y responsable, aquel que protege el orden, cuida a su comunidad y decide con sabiduría.
El Guerrero es la fuerza que defiende con honor y disciplina, enfrentando desafíos y protegiendo lo que es valioso sin caer en la violencia injustificada.
El Mago representa la sabiduría y la capacidad de transformar, comprender el mundo y a uno mismo, y usar el conocimiento para crear cambios positivos.
El Amante es la conexión con la sensibilidad, la pasión y la capacidad de relacionarse con profundidad y empatía.
Cuando se desarrollan de forma equilibrada, estos arquetipos sostienen una masculinidad auténtica, consciente y en paz consigo misma.
Pero si no se desarrollan bien, cada arquetipo puede caer en su versión oscura y dañina:
- El Rey puede volverse tirano, imponiendo su voluntad sin respeto, o débil, incapaz de tomar decisiones firmes.
- El Guerrero puede ser sádico, disfrutando el poder y la agresión, o masoquista, sometiéndose a abusos o perdiendo su dignidad.
- El Mago puede caer en la manipulación y el engaño, usando su inteligencia para controlar y confundir.
- El Amante puede volverse adicto o superficial, perdiendo la conexión real y convirtiendo el deseo en obsesión o evasión.
Leer esto me hizo entender por qué ahora mismo veo a tantos hombres peleando con el mundo, repitiendo patrones que no entienden, consumen discursos tóxicos que confunden poder con dominio, violencia con valentía, amor con posesión, y acaban siendo hombres rotos…que a su vez… rompen.
El avance de lo femenino me hace cuestionar la masculinidad
Sin ganas de caer en generalismos, puedo observar que lo femenino ha transitado un camino de transformación profunda: las mujeres han cuestionado sus propios moldes, han resignificado su lugar en el mundo. No lo han logrado todo, pero han avanzado y ganado conciencia sobre los patrones que ya no quieren repetir. (y de las que no, otro día hablamos)
Mientras tanto, muchos hombres parecen estar atrapados en modelos que no comprenden ni cuestionan. Confunden autoridad con dominio, fuerza con agresión, y piensan que para hacerse notar tienen que borrar al otro. Y frente al avance de lo femenino, sienten no una invitación a evolucionar, sino una amenaza a sus certezaas. Lo que no se comprende, se teme. Y lo que se teme, muchas veces, se ataca.
El resultado es que ahora el poder masculino se ha vuelto sospechoso, porque no se estuvo usando para cuidar, sino para imponer. Las mujeres lo intuyen. Por eso muchas ahora rechazan -consciente o inconscientemente – los arquetipos masculinos en su versión oscura: el Rey que impone, el Guerrero que destruye, el Mago que engaña y el Amante que toma sin dar nada a cambio.
Los hombres se han estado usando a sí mismos como armas, no como caminos.
Sin saber que ser Rey no es dominar, sino cuidar.
Que ser Guerrero no es destruir, sino sostener.
Que ser Mago no es manipular, sino usar la sabiduría para guiar y transformar.
Y que ser Amante no es consumir, sino vincularse con alma…
Pornografía, soledad y el hombre desvinculado
No quiero extenderme demasiado en este punto, porque quiero hacele un ensayo completo.
Hoy (y desde hace ya varias decadas) la intimidad se convirtió en un producto. Nos vendieron la idea de “libertad sexual”, pero siento que en realidad es desconexión envuelta en piel. Hagamos la pregunta: ¿Puede haber libertad en una industria que fabrica el deseo, reduce personas reales a meras categorías y que disfraza el dolor de goce? Lo único que se crea realmente es un laberinto donde lo que antes era deseo se convierte en una vibración muerta, en una sombra que nunca llena el corazón. ¿Que libertad es esa que se alimenta de una necesidad insaciable y dolorosa?
He visto como esta adicción erosiona la capacidad de sentir y de encontrarse auténticamente con el otro. Es traición a la propia carne, un acto silencioso de autodestrucción que socava la posibilidad misma de amar y ser amado. El hombre que se acostumbra a desear sin cuerpo, a excitarse sin vínculo, a obtener placer sin cuidado, comienza a perder la capacidad de sostener la complejidad del encuentro real. Es en ese momento en que la vulnerabilidad, el rechazo, la espera, el compromiso: todo se vuelve insoportable.
Por eso esta cultura del impulso incontrolable es una tragedia que nos afecta a todos, porque desvincula al hombre de su propio cuerpo. Cuando la química cerebral se altera y la empatía se extingue, deja a muchos atrapados en un vacío donde el contacto verdadero se vuelve imposible.
Y ya no se puede exigir a las mujeres que sacrifiquen su fragilidad para que un hombre descubra el valor del límite, del deseo genuino y del respeto. El cambio real empezará cuando los hombres dejen de buscarse en cuerpos ajenos y se atrevan a enfrentarse a su vacío, a mirar de frente a su historia, a su herida, y a reconstruirse desde adentro, sin máscaras ni excusas.
Muchos dirán que hoy las “mujeres” también son responsables, que con el boom de OnlyFans y el disfraz del ‘emprendimiento sexual’, se han vuelto cómplices del exceso. Y sí, hoy basta con abrir un teléfono para encontrarse con cuerpos, sugestión y desnudez. Pero lo que pocos entienden es que un producto que no se consume, no se oferta. Que si no hubiera millones de hombres domesticados por la gratificación inmediata, estas industrias no tendrían terreno fértil. Les están vendiendo una fórmula artificial de conexión, y ustedes son los únicos que pueden boicotear esa dinámica. Resistan la urgencia de dopamina fácil. Habiten su cuerpo de otra forma. Y háganlo de forma genuina. Porque caer en un discursito conservador no es la respuesta. No se trata de volver atrás, ni de repetir los discursos incel disfrazados de moral. El primer paso es dejar de anestesiarse y entender que la intimidad no se encuentra en el algoritmo, ni en el porno, sino en la capacidad de habitarse a uno mismo y habitar al otro como encuentro, no como una conquista.
Porque ya no podemos confiar en ustedes. No solo como novios o amantes; tampoco como amigos, hermanos o padres. Porque todo lo que tocan puede volverse objeto, todo puede ser sexualizado, manipulado… arrastrado al mismo lugar donde ya no hay vínculo. Donde todo puede romperse y todo se puede traicionar. No han sabido habitarse lo suficiente como para ser un lugar seguro para nadie, ni siquiera para ustedes mismos.
El precio de la desconexión
Esta crisis es profundamente política. Porque un hombre roto por dentro, desconectado de sí mismo y de los demás, le sirve perfectamente a un sistema que no lo quiere despierto, sino distraído; que no lo quiere libre, sino útil. Un hombre que consume sin preguntarse por qué, que repite odios sin entender de dónde vienen, no representa ningún peligro. Al contrario, es justo lo que el sistema necesita para seguir funcionando.
Por eso no me sorprende que muchos busquen en figuras de “autoridad masculina” una especie de refugio. Pero ese refugio muchas veces se construye desde la soberbia. Y ahí es donde muchos discursos que dicen defender al hombre, en realidad terminan haciéndole daño. No enseñan a sanar, a construir vínculos, a sostener lo que importa. Solo enseñan a levantar la voz, a endurecerse, a odiar más fuerte. Pero gritar no es lo mismo que tener razón. Y endurecerse no es lo mismo que estar entero.
Yo vi a mi padre sucumbir.
No sucumbió por falta de fuerza, sino porque cargó una idea del “hombre” podrida, heredada y forjada en generaciones que le robaron el alma sin que siquiera lo notara.
Vi a un gran hombre volverse esclavo de sus impulsos, de una maquinaria diseñada para castrar el corazón del varón desde adentro.
Y hoy, veo a niños crecer sin guía, sin refugio, condenados a repetir la historia.
Niños que serán padres rotos, sombras de hombres, almas deshabitadas donde germinará la violencia y la soledad.
Hombres que volarán demasiado cerca del sol – como Ícaro- por hambre de algo verdadero… y caerán, una y otra vez, en la ilusión de una “libertad” que solo les ofrece fuego falso.
Quizás aún puedan despertar las partes del hombre que saben cuidar, sostener y amar.
Quizás si algo de esto los conmueve,
otra niña no tendrá que ver a su papá apagarse desde adentro.
Quizás no todos estén perdidos.
Quizás aún estemos a tiempo.
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