Cuándo las fotografías familiares ya no son una máquina del tiempo, sino un recordatorio lastimero de que nada es lo que parece.
Mis primeros recuerdos, podrá sonar cliché, de una manera u otra siempre se encontraban enlazados a mi familia. es lógico, porque son el círculo de personas con los que convives desde que abandonas el útero. pero incluso cuándo empecé la primaria, lo que siempre tengo presente eran mis familiares más cercanos.
Nunca he sido buena haciendo amigos, creo que si sumo todos los amigos que he encontrado en mis casi dos décadas de vida, a duras penas llegaría a una cantidad de dos cifras. la mayor parte de mi mundo cabe en mi habitación, porque es el único lugar en la tierra que tiene las paredes manchadas con mi esencia. digo todo esto para que tú, que no conoces cómo se siente habitar en mi piel, entres en la frecuencia que sea compatible con lo que intento decir en este texto.
gracias a que yo misma he llegado a considerarme una paria social, por vivir siempre dentro de mi caparazón y por nunca sentirme lo necesariamente desesperada para solucionar el problema ni forzarme a fingir alguien que no soy, gran parte de quién soy, lo que hago y lo que he conocido han sido mis familiares. la primera navidad que consigo recordar, tendría yo a lo mucho seis añitos; recuerdo que las cenas se hacían en mi casa porque era la casa más grande en ambas familias, la paterna y la materna. el comedor de seis puestos era ostentoso y con butacas de madera inmensas, pero habíamos tantos ocupando aquel espacio que se quitaron algunas butacas para que cupieran más sillas de plástico. a partir de aquí solo hay saltos en el tiempo, que casi parecen un borrones hechos con rabia en una hoja de papel.
primero, a la cena solo asiste mi familia materna con la ausencia de un par de tíos y primos. luego, mi hermano menor celebra su primera navidad, sin saber que mi abuelo materno no llegaría a ser parte de ella. en un pestañeo ahora solo somos mis padres y mi hermano en un apartamento diminuto en alguna parte de bogotá, con un árbol de navidad que no nos pertenecía y los primeros adornos en rebaja que mis padres pudieron encontrar, las personas que contribuyeron en el collage que era mi vida ya no podían mirarse a la cara, y quiénes habrían movido mar y tierra para que eso no sucedería estaban bajo tierra. ¿y en la actualidad? algunos visitan, otros tenemos que visitar para verlos, a veces es una llamada, a veces es una felicitación a lo lejos, pero seguimos siendo nosotros cuatro.
hay un millón de cosas en el medio que no caben en el armario, un millón de cosas que no sólo me costaría explicar pero también me costaron mi inocencia. cuándo descubres que tus héroes solo lo son porque no tienes la historia completa, o que los villanos necesitan un origen que los haya convertido en quiénes son, todo para descubrir que no lo son del todo. desbloquear el lore familiar es meme recurrente y al que pocas veces le concedemos la profundidad que eso implica, para mí ya fue caerme y destrozarme la cara contra el pavimento. por una temporada de mi vida me entumeció, fue como si estuviese en medio de un naufragio por elección, porque aunque si se llegaban a ver barcos, nunca volví a sentir la confianza que implica tener que pedirles ayuda.
no todo es malo, aprendí a convivir y hasta hacer paz con la idea de que nadie en mi familia era perfecto, ni siquiera yo misma. ninguna familia lo es realmente. pero conmigo se quedó ese vacío amargo, esa bestia que tengo que alimentar cada ocho horas porque de lo contrario podría salirse de control. a veces consigue hacerlo, otras veces no sé como salgo viva de eso.
a mi abuela materna le encanta mostrarme fotos, lo hace cada oportunidad que puede cuándo la visito. tal vez es su manera de recordar el tiempo en que sus hijos podían sentarse en una misma mesa y todavía podía compartir una comida con su marido, mi sospecha es que quiere hacerme creer que no todo fue malo ni miserable, pero mi bestia siempre me lo recuerda y eso ella no lo sabe. eso es, precisamente, lo que me hace sentir miserable. ¿por qué? ¿por qué me arrebataron a mi familia así? estas personas no pueden ser las mismas que en esas fotografías. ya no tienen las mismas sonrisas, hay demasiados asientos sobrantes y ya no me puedo reír a carcajadas con la misma despreocupación. lo que más duele es que no hay nada que pueda hacer, porque esa bestia y yo sabemos que es mejor que estemos así.
es una sensación tan difícil de explicar cómo lo es de entender, hasta yo me confundo y me pierdo en mi propia bruma mental. es sentirme perdida, aprisionada, triste, enojada y en paz simultáneamente. lo poco que tengo me hace querer regresar a lo que tenía, pero entonces lo que me esperarà ahí es una jaula pintada con los colores del cielo y el pasto en un intento de hacerme sentir libre.
por un momento extraño ser una niña pequeña y ser feliz, y al siguiente derribo los muros de mi corazón porque no era feliz realmente, era ignorante. me encuentro a mí misma queriendo aferrarme a una casa que no es un hogar. pero, después de todo ese sí era mi hogar aún cuando no veía muy bien los agujeros en las paredes ni en el techo.
¿entonces, con qué me quedo? con el trago amargo, la sonrisa lastimera y una cuestión existencial que está mejor si no nunca le doy respuesta. aceptar de una vez por todas que ya ninguno de nosotros somos quiénes éramos ahi y eso no tiene porqué ser algo malo, que parte de la vida es va de contrastar los cambios que vienen con ella, admirar el espacio que han dejado para permitirnos crecer. ocultar lo que no puedo cambiar en un baúl al fondo del armario, apuntar mi brújula al futuro y esperar lo mejor. no puedo culparme, ni a nadie más. tampoco puedo poner mi vida en pausa por esto, soy joven y con mucho camino por delante.
pero de vez en cuándo y solo cuándo estoy sola en mi habitación, abro el baúl y dejo salir el caos. que la nostalgia se convierta en una con mis huesos por una noche. llorar lo que no ha muerto, pero que dejó respirar hace mucho tiempo, contemplar el limbo que creó mis mejores y peores recuerdos. irme a dormir abrazada a la tristeza, despertar al siguiente día con el corazón (des)ahogado y seguir viviendo.
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