Leer o aparentar: la estética intelectual y las lecturas performativas.

Leer o aparentar: la estética intelectual y las lecturas performativas.

El simulacro de la lectura 

En la era de las redes sociales, el libro ya no es, necesariamente, un puente hacia la introspección o el pensamiento crítico. Es, con alarmante frecuencia, un accesorio. Un objeto más que entra en el juego de la imagen, del “mira lo que estoy leyendo”, más que en la experiencia íntima y silenciosa que supone abrir un libro y dejarse transformar por el. La lectura ha sido secuestrada por la performatividad: se presume, pero no se internaliza.

El capital intelectual como producto de consumo

No se trata de juzgar a quien compra libros populares ni a quien empieza a leer por moda. El acceso a la lectura debe celebrarse. El problema está cuando esa lectura se vuelve únicamente un objeto de capital simbólico: no se lee para crecer, para entender, para dudar. Se lee para pertenecer, para generar estatus. En esta lógica, el libro se vuelve un tótem de “superioridad intelectual” en vitrinas, fotografías, captions de Instagram o TikToks de escritorio.

Ya no basta con leer; hay que demostrar que se lee. Y el consumo de libros se transforma en una nueva forma de consumismo —no económico, sino intelectual— donde la idea de cultivarse se mide por lo que se aparenta haber leído, no por lo que realmente se comprende.

¿Dónde quedó la lectura como autodisciplina?

Leer solía ser una forma de educarse a sí mismo. Una insurrección personal frente al ruido, una manera de construir herramientas internas. Hoy, esa disciplina parece haber sido anestesiada. Se perdió la paciencia, el silencio, la necesidad de conectar profundamente con lo que se lee. Y eso ha dejado una brecha: una generación que tiene acceso a miles de títulos, pero poca voluntad para sostener una lectura que no ofrezca gratificación inmediata.

Distopías y su mal-interpretación superficial

Tomemos como ejemplo El cuento de la criada de Margaret Atwood. No son pocas las personas que consumen la serie, comparten frases potentes en redes o se indignan momentáneamente por un escándalo real que remite a la trama del libro. Pero, ¿cuántas realmente comprenden el valor simbólico, sociopolítico y psicológico de una distopía? Las distopías no son profecías absurdas, sino extrapolaciones que, desde la ficción, desnudan las verdades más incómodas de nuestra realidad.

La lectura de una distopía no termina con indignarse. Comienza cuando uno logra traducir esa realidad literaria a su contexto cotidiano y social. Cuando se es capaz de explicar —con palabras propias— lo que se vivió en el libro.

El absurdismo de Camus: del existencialismo profundo a la postal de Instagram

Albert Camus ha sido otro objeto de esta moda performativa. Postear El extranjero, hablar del absurdo, citar sus frases más compartidas, sin detenerse a pensar qué llevó a Camus a escribir lo que escribió: guerras, dolor, silencio, preguntas imposibles. El existencialismo no es solo una estética oscura y elegante. Es una respuesta literaria, filosófica y vital a la brutalidad de vivir.

¿Queremos hablar de absurdismo? Hablemos del dolor de haber perdido el sentido. Hablemos del silencio que dejan las bombas, del sinsentido de seguir existiendo tras una guerra, de la disyuntiva entre rebelarse o resignarse. No se trata de sentirse “extraño” o “incomprendido”. Se trata de preguntarse, como Camus: ¿cómo seguir viviendo sabiendo que el mundo no tiene sentido?

Estoicismo: de la virtud a la autoayuda decorada

Y algo similar sucede con los estoicos. Se comparte a Marco Aurelio como si fuera un gurú motivacional. El estoicismo se reduce a frases para sobrellevar una ruptura amorosa. Pero el estoicismo nació en las trincheras, no en el corazón roto de un influencer.

Los estoicos no escribían para sentirse mejor. Escribían para resistir. Para sobrevivir la brutalidad del mundo antiguo. Para forjar una mente firme ante el dolor, el exilio, la guerra, la pérdida. ¿Qué queda del estoicismo si lo despojamos de su historia? Solo frases vacías, reconfortantes, descontextualizadas.

La comprensión lectora: el verdadero termómetro

Leer no es simplemente pronunciar palabras ni pasar páginas. Leer es comprender. Es poder tomar una idea abstracta y traducirla al lenguaje cotidiano. Es poder explicar lo difícil sin sonar pretencioso. Quien lee bien, habla bien. No necesariamente con palabras elevadas, pero sí con claridad, con fuerza, con sentido.

Hoy asistimos a una crisis silenciosa: niños y adultos que no comprenden lo que leen. No por falta de inteligencia, sino por falta de entrenamiento, de práctica, de deseo. Y si no hay comprensión lectora, no hay pensamiento crítico. Sin pensamiento crítico, ¿qué nos queda?

Conclusión: leer como forma de vida, no como ornamento

Leer debe ser un acto de libertad. Una decisión de crecimiento. Un privilegio que implica también una responsabilidad: la de preguntarnos, cuestionarnos, poner en duda nuestras ideas. Pero mientras la lectura siga siendo un accesorio para la mirada del otro, seguirá vacía.

Leer no es demostrar. Es transformar. Es hablar desde la hondura de lo que se ha comprendido. Es poder traducir lo complejo a lo cotidiano. Es leer, no para mostrar que leímos, sino para vivir de forma diferente después de haberlo hecho.

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