En una pequeña ciudad de San Rafael, los inviernos se volvían eternos y los veranos pequeños suspiros. Las calles empedradas y los murmullos olvidados eran la escenografía perfecta para encuentros de destinos. Fue en una tarde de otoño, cuando las hojas caían con la gracia de un suspiro cansado que Noah y Nick se cruzaron por primera vez.
Ella tiene el alma hecha de atardeceres. Su cabello oscuro cae en ondas suaves y sus ojos brillan con una mezcla de curiosidad y nostalgia. Viste con sencillez, pero siempre hay algo en ella que la hace destacar: tal vez la forma en que se ríe con todo el cuerpo o el aroma a jazmín que deja al pasar. Habla poco, pero cuando lo hace, sus palabras quedan flotando en el aire como promesa, si en cambio el de mirada profunda y sonrisa tímida, Nick es de esos chicos que parecen vivir entre líneas de libros antiguos. Su cabello castaño cae con descuido sobre su frente y siempre lleva una libreta gastada en la mochila, como si en cualquier momento pudiera escribir una historia. Camina con paso tranquilo, como si no tuviera prisa, y sus ojos guardan una melancolía que pocos logran descifrar.él sumergido en un libro entre las páginas de un libro olvidado. El viento helado levantó la mirada en el momento en el que ella sacudía su abrigo, un rastro de lluvia y perfume a jazmín susurraban su llegada. En ese breve instante ambas miradas se encontraron y en ese extraño hormigueo se prometía algo más que una simple coincidencia.
Los primeros meses fueron un torbellino de emociones, paseos a la orilla del río, conversaciones infinitas bajo las luces parpadeantes del puente viejo y los atardeceres convertidos en suspiros que resonaban en el pequeño departamento que pronto compartieron. Nick adoraba los viernes, el descubrir el final de una novela con pasión en su hogar. Noah hablaba con sus ojos, brillaban al recordar alguna palabra que había marcado su juventud.
Pasaron las estaciones, primavera les regaló días de picnic en el parque central, donde se recostaban sobre mantas de cuadros rojos y blancos rodeados del aroma a flores frescas y risas de niños jugando a la distancia. El verano los encontró bailando en la azotea, con las luces de la ciudad titilando como las estrellas cercanas. Las promesas sonaban más sinceras. Pero cuando el otoño volvió, el frío que aguardaba en las esquinas de las casas viejas, algo comenzó a cambiar.
Las sonrisas se hicieron menos frecuentes. Las noches que antes se llenaban de susurros y carcajadas se volvieron silenciosas, interrumpidas solo por el sonido del reloj marcando la hora perdida. Noah intentaba no llegar tarde y agradecer cada momento al lado de Nick, consumido por el peso de la rutina. Nick, en cambio, comenzaba a sentirse invisible, como una sombra en su propia casa. Buscando en los libros una palabra que ya no le decía nada.
El punto de quiebre fue una noche sin luna, con el corazón en la mano, había preparado una cena para celebrar su aniversario. Nada extraordinario, solo una velada familiar. Pero cuando Nick entró, la monotonía se sentó a la mesa, apagando la ilusión antes de hundirse en el sofá con un suspiro. Noah solo saludó antes de perderse en su teléfono.
Se acercó y lo miró, como se mira el reflejo de los días que se extrañan. Pero sus notas pasaban de largo, al igual que su presencia y sus sueños.
A veces, Noah se sentaba junto a la ventana, viendo la lluvia deslizarse por el cristal y recordando los mejores días de su historia. Recordaba cómo Nick se descubría al oído, en las cenas improvisadas que solían ir con música francesa de fondo y una botella de vino barato llenando sus copas.
El silencio se volvió insoportable. Noah aún recordaba su voz preguntando: “¿Te quedas?”, y su propio titubeo antes de responder. “¿Por cuánto tiempo?” preguntó el eco de su mente.
El amor no se rompió de golpe, se fue deshilando como la mirada sin comprender, las palabras no dichas. Y en un momento ambos comprendieron que lo que los unió, ese algo hermoso que los hacía únicos, solo existía en sus recuerdos.
Al siguiente día Noah empacó sus cosas mientras su corazón crujía con el dolor. Cerró la puerta sin mirar atrás, solo dejando los recuerdos. En la mesa, un papel doblado con su despedida.Nick al escuchar el eco de los pasos, se apoderaba del pequeño departamento, llenando cada rincon con la ausencia de su voz hogar con la ausencia de su voz.
Los días se volvieron interminables para nick. El café que solía compartir con ella sabía diferente, las canciones que algún día bailaron juntos se volvieron insoportables y el viento que soplaba en las noches parecía susurrar su nombre. Aprendió con el tiempo, que el amor no siempre muere, sino que a veces se transforma en un fantasma que nos acompañan, recordando lo que alguna vez tuvimos y perdemos.
Un año después, Nick caminó por el mismo parque donde alguna vez se prometieron eternidad. Se sentó en su banco favorito, el mismo donde Noah una vez se apegó en su hombro mientras el sol se ocultaba entre las montañas cerró los ojos de un momento casi pude sentir sobre eso de sus pasos al correr entre los árboles pero cuando abrió los ojos yo no encuentro hojas de canciones cielo gris parecía no tener fin
El amor, como las estaciones, cambia y se transforma. A veces florece con fuerzas, pero también se marchitan, dejando atrás decía un aroma y lo que alguna vez fue. Y aunque la ausencia duele es en esos espacios vacíos donde aprendemos a valorar lo que tuvimos y a buscar nuevas primarias
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