LA LABRANZA DE LOS HUESOS SECOS GENOCIDIO

Desde las entrañas mismas del olvido, surge un clamor que atraviesa el tiempo como un eco ancestral: los huesos secos claman justicia. En cada titular repetido, en cada imagen distorsionada por la costumbre, se esconde una verdad brutal e incómoda: un pueblo entero está siendo desangrado, martirizado a la vista del mundo. No es solo dolor; es una maquinaria silenciosa de exterminio que se alimenta del hambre, la desesperanza y la indiferencia. ¿Cuántos niños más? ¿Cuántos gritos ahogados? ¿Hasta cuándo el mundo seguirá apartando la mirada mientras las cenizas de una nación se esparcen al viento?

Estos Pensamientos me agobian, al ver y escuchar tantas noticias a diario esparcidas, repetidas y distorsionadas, que detallan de manera ineludible la desidia, la desesperanza, el agotamiento, el hambre y la sed de justicia de un pueblo entero. Es difícil no sonrojarse, no estremecerse al ver tanto sufrimiento en niños, mujeres y hombres que padecen por un conflicto que lleva décadas y en el cual no se vislumbra un fin claro, o tal vez sí: “Su exterminio total.”

Sentí que debía levantarme de mi cama, (¿Ellos tienen cama?) cómoda, fresca, tibia, envuelto en el abrazo de mi esposa (¿Ellos tienen esposas, madres, hijas? ¡No las han masacrado!) Que me invitaba a quedarme. Me levanté a regañadientes, caminé hasta la cocina, tomé una taza de café y un mendrugo de pan. Lo puse sobre la mesita rota del computador. Pensé en esas personas atrapadas en una jaula a cielo abierto, sin nada que comer ni beber. Me senté y comencé a escribir, porque mi mente me martillaba con pensamientos grabados, no en piedra ni en papel, sino en lo más profundo de mi conciencia. No debía olvidar aquello.

Esos pensamientos narraban lo que sentía mi alma, lo que me agobia desde hace mucho tiempo: el clamor por justicia.

Justicia para un pueblo que solo quiere vivir en paz. Que se le reconozca como igual. Que sus fronteras no sean borradas del mapa.

Pero… ¿Qué nos hace tan diferentes? ¿Por qué tanto rencor y rabia? ¿Por qué ese actuar tan irracional? «No son solo las bombas las que desgarran su existencia, sino también el hambre, esa sombra silenciosa que habita en sus vientres vacíos. Una herramienta de exterminio más sutil, pero igual de despiadada, utilizada para doblegarlos, para desvaneceros del mapa con una crueldad que ya ni siquiera se disfraza de compasión.»

Porque el hambre llega a sus puertas muy temprano en la mañana…

Aunque, en realidad, ya no hay puertas: fueron derribadas.

Ella, muy sonriente y callada, solía asomarse por la ventana…

Pero ya no hay ventanas: también fueron devastadas, La muy vil y villana, la más cruel y mal educada, vacía los platos… rompe cunas, siembra nada. Las risas huyeron con el humo de la metralla, y el sol se esconde tras una nube que no estalla.

Ya no hay cuentos, ni pan, ni cama bien arropada, solo polvo en los bolsillos y una infancia desgarrada. Pero ya no hay platos: su cocina también fue bombardeada.

Quizás si labraran la tierra, de ella algo brotaría. Alimentos para nutrir sus delgados cuerpos. Pero… de esa tierra solo emergen huesos secos: De mujeres, hombres, ancianos y niños de todas las edades.

No hay distinción. No hay piedad. Todo el país se ha convertido en una labranza de huesos secos.

Ya no hay dónde sembrar esperanza, porque de la tierra solo emergen: Huesos secos.

¿Cuándo terminará esto?

¡Me pregunto!

¡Cuando todas las naciones del mundo se unan bajo una sola bandera! La bandera del derecho inalienable a la vida, Para que ninguna nación —por muy fuerte que sea militarmente— tenga el derecho ni el privilegio de arrebatarlo.

¿Acaso algunas naciones son más que el mundo?

Ese derecho a la vida y a la dignidad se conquistó para no volver a los horrores de guerras sin sentido. Pero aún hay quienes quieren más: Más de lo que pertenece a otros.

Más tierra, más agua, más recursos naturales.

No sé cuántas veces más tendré que escribir. Al final, muy pocos escuchan. Y los pocos que escuchan, dan la vuelta, desvían la mirada, pasan la página. Algunos incluso justifican el genocidio diciendo:

—Todo ese pueblo es terrorista.

—Nadie se salva, ni siquiera los niños.

Eso me impactó profundamente.

Y me dije a mí mismo:

He ahí el verdadero problema:

Mi justicia no es la justicia de otros.

No es la justicia de la mayoría.

¿Fin?

Nuntius Historias

https://www.autoreseditores.com/libro/29277/luis-daniel-cortes-nunez/criptas-de-la-memoria.html

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