Si tú, que eres más joven que yo, ya eres capaz de comprender estos sentimientos, no veo la necesidad de explicarte qué se debe hacer en tales casos. Es seguro que tus propios pensamientos ya hayan formado ideas de lo que una persona en ese estado emocional es capaz de hacer.
Pero entonces ¿De qué soy capaz yo? ¿Cuántas impresiones guardé en mi corazón respecto a todo lo que he presenciado?
Hoy la noche acompaña tus pensamientos: oscura, fría, nebulosa y triste. El cierzo sacude con fiereza los cipreses, y el sonido estruendoso del río crecido no logra turbar el brillo de tus ojos negros. Estoy segura de que, entre esa bravuconada del agua, escuchas consejos que mis labios no se atreven a pronunciar. No quiero ponerme en tu lugar, no deseo ocupar tus zapatos en este estado mental que te envuelve. Y, sin embargo, como tantas veces antes, vuelvo a encontrarme en el lugar equivocado.
Nosotros, entre tanto, estamos aquí, observando las debacles de la naturaleza, tratando de medir —en vano— el alcance de los impulsos humanos. Te haré fácil la tarea: saltaré al agua. Y, dada mi capacidad para nadar en semejante correntada, tú podrás decir que me suicidé. Mañana, cuando aquellos que dicen quererme se alarmen por mi ausencia, tú dirás que no me viste. O quizá que sí. Dirás que me viste caminar con cierta congoja alrededor del río crecido. Lanzarás hipótesis sobre lo que cruzaba por mi mente en esos momentos. Incluso podrías victimizarte: afirmar que nunca me comprendiste, que yo era un ser taciturno, que viví siempre por y para la melancolía. Tal vez dirás que jamás te sentiste a gusto conmigo, y que estos años de diferencia marcaron un abismo entre tu entendimiento y el mío.
Antes de concretar lo que propongo, podrías encender un cigarro y ofrecérmelo, al menos en nombre de la cordialidad que nunca tuviste conmigo. Este es el momento preciso en el que aprenderé a fumar: por todos esos pensamientos que nunca dije, por las palabras que no se desprendieron de mi boca, en nombre de la prudencia… y del amor. Ahora ya no nos queda mucho.
Siempre tuve un pensamiento recurrente desde que te conocí: la suerte.
La diferencia entre la suerte que tuvimos nosotros… y la que tuvieron ellos. Ellos siempre parecían felices —o al menos lo aparentaban bien. Ellos, que decían amarse tanto. Dime, ¿por qué entonces, en medio de tanta supuesta dicha, ella tuvo la osadía de enredarse contigo? Sobre todo, sabiendo que te habías convertido en mi reciente prometido.
No te asustes. Siempre lo supe. No es ninguna novedad. Solo un idiota no se habría dado cuenta de todo lo que pasó. Y yo puedo ser muchas cosas en esta vida, pero no estúpida. Nunca entenderé cómo, amando tanto a su marido como decía amarlo, pudo cruzar esa línea contigo desde la primera vez… y seguir adelante durante todos estos años. A veces pensé que era la diferencia de edad. Es cierto que un lustro separa tu edad de la mía, pero, vamos, no es tanta la brecha… ¿o sí?
No importa.
Hablaba de la suerte.
Tú y yo no tuvimos tanta. Nos conocimos a la fuerza, por circunstancias inusuales, nos entendimos a la fuerza, y terminamos comprometiéndonos convencidos —o tal vez fingiendo— que juntos podríamos enfrentar mejor la vida.
Ellos, en cambio, se eligieron.
Se amaron por voluntad, se unieron por deseo. Mientras a nosotros nos separaba una bala, ellos se unían con flores y agasajos. Ellos tuvieron suerte. Nosotros no.
Y me lamento profundamente de haber llegado a este punto. Es triste haber llegado con amor a esta relación, y que tú nunca me hayas mirado con los mismos ojos.
Nunca podré entender cómo una mujer enamorada de su esposo irrumpe de forma tan cruel en el compromiso de otra. De una mujer que se aferra a la vida con lo poco que tiene.
No sé si llamarlo maldad… o un favor. Quizás, al final, me ahorró perder más tiempo.
…
Arays fue encontrada dos días después de su desaparición a las orillas del delta de Mayurú, la causa de muerte el ahogamiento. No hubieron declaraciones de los familiares, el prometido dijo que ella estaba enferma de una grave depresión y que quizá por tal razón se suicidó.
Arays la mujer casi ángel: buena en el sentido extendido de la palabra, hermosa, inteligente, caritativa, jamás hubiese sido capaz de tal atrocidad en contra de la vida. Es cierto que los problemas nunca faltaron en su vida, pero yo me niego a creer tal acto. El único problema de Arays fue su prometido, ese idiota era demasiado bobo para apreciar lo que tenía a su lado, si hay un asesino es ese idiota, juro que lo mataré.
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