El Perro Caballero – Capítulo Dos: El Cuartel de las Cuatro Órdenes

El Perro Caballero – Capítulo Dos: El Cuartel de las Cuatro Órdenes

Juan Cicero

13/05/2025

Capítulo Dos: El Cuartel de las Cuatro Órdenes

El castillo de Garrafa esperaba recibir una vez más a sus cuatro aprendices. Pero ya no eran los mismos chicos: ahora eran caballeros. Don Chack estaba dentro en la capilla dando gracias a Akim por lo bien que habían salido estos siete años de vida dedicada a formar a estos muchachos, y por el regalo que les había concedido esa mañana de al fin convertirse en aquello a lo que aspiraban.

Los niños que vivían en el castillo y el pueblito de la villa a su lado no habían ido a clases ese día. Eran aún unos días antes de las vacaciones de verano pero en su escuela los acostumbraban a tomar unas últimas semanas muy dinámicas. Sin embargo, con el permiso de sus profesores que accedieron a suspender las clases de ese lunes en honor al armamento de los chicos (era una ocasión de valor, siendo los aprendices del señor que cuidaba la villa), estaban ese día en sus casas preparando globos con agua y pistolas de agua que llenaban muy entusiasmados. Desde pequeños se acostumbran (con paciencia y tacto) a trabajar en lo que a futuro se dedicarían a la par de sus estudios y carreras, que era labrar las tierras fértiles de los alrededores de Cannist. Pero hoy, mientras el sol reina en solitario sobre el azul celeste, están animados no como si se preparasen para ser trabajadores sino defensores. Tienen toda una estrategia planeada que para ellos es lo más elaborado aunque sea realmente muy simple. Toman las espadas de hule como si fuesen verdaderas espadas de acero o de vidriamante. Esto es lo que muchos de ellos sueñan en convertirse. Sus amigos de hace años, los cuatro chicos, se convertían hoy en caballeros y se despedían para irse a vivir al cuartel. ¿Cómo no los iban a despedir de la forma más adecuada posible?

– ¿Listos? – dijo Remy, el cachorro goldendoodle que dirigía la operación junto a su amiga Nala, una mestiza retriever.

– ¡Todo listo! – dijo Manny, un cachorro ovejero australiano de pelaje calico.

– ¡Ahora vamos a darles una buena «despedida» a esos caballeros! – dijo Nala guiñando el ojo.

Y medio centenar de niños tomaron sus puestos en los arbustos alrededor de las murallas del castillo de Garrafa.

Los cuatro amigos llegaron ante las ya tan conocidas murallas saltando y entonando una canción de victoria. Había tres perros esperándolos en la entrada del castillo, que también acababan de ser armados caballeros como ellos.

– ¡Miren quienes vienen ahí! ¡Los cuatro fabulosos! – dijo Diego, un labrador negro.

– Así que finalmente lo lograron, hermanos. – dijo Max, un golden retriever – ¡Ni piratas ni serpientes pudieron detenerlos!

– ¡Ni siquiera un dragón! – dijo Alan, un boxer – ¡Y los terribles monstruos del mar!

– ¿Qué son los monstruos del mar y los dragones para detener el destino? ¡Vengan cien dragones más que nada podrán detener! – gritó Tomás lleno de alegría.

Los cuatro chicos corrieron hacia ellos y los abrazaron emocionados.

– ¡Lo hicimos, muchachos! – gritó Rover – ¡Somos caballeros!

– ¡Wahoo! – gritó Haruki – ¡Yuppie!

–¿Vamos todos juntos al cuartel? – le dijo Bit a sus tres amigos.

–¡Por supuesto! Sólo esperamos a que se despidan de Don Chack y nos vamos. Nosotros ya nos despedimos de Don Xico, nuestro mentor. – dijo Diego, refiriéndose a él y Max.

También Alan se había despedido de su mentor. Estaban todos muy animados, tanto que apenas se inmutaron cuando sus pelos se erizaron y sus sentidos se pusieron en estado de alerta al instante en el que de los arbustos y árboles alrededor del castillo salieron un montón de niños arrojando globos de colores que volaban hermosamente a la luz del sol unos instantes antes de estallar en las ropas ceremoniales de los siete caballeros.

– ¡Ay, vamos! – gritó Rover – ¿Primer día y ya tenemos un ataque sorpresa?

– ¡Todos cúbranse! – dijo Tomás.

Con gritos de ataque salieron corriendo los cachorros armados con espadas de hule y escudos de madera, y algunos con pistolas de agua de gran potencia. Los chicos dejaron sus espadas de Vidriamante contra la puerta y se unieron a la lucha tomando las mismas armas de sus atacantes y se armó una divertida batalla en los pastos que rodeaban el castillo. Había gritos de emoción de niños y jóvenes. Siete contra cien. No era una pelea justa, pero siendo caballeros tenían que sobreponerse. Finalmente, la batalla cesó en cuanto Don Chack salió de las murallas intrigado por tanto alboroto. Todos se quedaron quietos en cuanto vieron al caballero salir, sobre todo porque traía consigo un rifle de agua enorme y rojo.

–¡Oh, vamos! – dijo el pastor suizo – No se detengan porque llego yo.

El juego se reanudó y ahora todos corrían de Chack que logró evitar que le cayera una sola gota de agua (salvo por un tiro certero que un niño logró hacer con un globo, ya cuando la batalla parecía haber terminado).

Los cuatro ex-aprendices de Chack entraron al castillo con sus túnicas ahora todas empapadas. Se adelantaron para cambiarse y entraron a la sala principal del castillo, y vieron con nuevos ojos aquel sitio que todos los días habían conocido.

– ¿Es el mismo castillo? – dijo Bit – Ahora es completamente nuevo de pronto.

– Porque lo es – dijo Tomás – Eras un escudero en la mañana. Eres un caballero ahora.

– Siento la misma sorpresa. Como si fuera la primera vez aquí – dijo Haruki.

Chack se quedó afuera un breve rato platicando con Max, Diego y Alan, que prefirieron no entrar y esperar en el patio a que sus amigos salieran.

Rover es el que más casualmente entró, sin perder la reverencia debida.

– Es porque ahora eres un invitado y no un residente. Pero finalmente es el mismo castillo, colegas.

El dálmata se encaminó a la cocina después de colgar su capa mojada en el perchero. – ¿Alguien quiere café? Yo me voy a deleitar porque estamos celebrando.

– Tomaremos mucho en el cuartel cuando vayamos a la fiesta, así que no, gracias – dijo Tomás.

Rover tomó la cafetera, se hizo un café delicioso con piloncillo y lo sirvió en su taza de siempre.

– ¿No sienten de pronto mucho miedo sobre lo que vendrá? – preguntó Haruki.

– Sí y no. – dijo Bit – Estoy confiado en que todo irá bien de un modo u otro, pero admito que sí estoy temblando y no sé qué nos deparará lo que viene.

– Y esa es la actitud que hay que tener siempre – dijo la magnífica voz de Chack que iba entrando detrás de ellos y dejó la puerta del castillo abierta. Todos saltaron de alegría al verlo, mientras él sonreía al ver sus túnicas todas mojadas. – ¿Qué les pareció la prueba de reacción? – les preguntó.

– ¿Fue tu idea? – dijo Tomás – ¡Debí imaginarlo!

– Fue idea de los cachorros – dijo Chack – Pero por supuesto les di permiso.

– Una muy buena estrategia. No la esperábamos. – dijo Rover mientras se unía a la conversación con su taza de café ya servida, pero Chack lo miró frunciendo el ceño:

– ¡Oye! ¿Quién te dijo que podías servirte eso?

– ¿De qué hablas? Si yo vivo aq… – de pronto, el dálmata asimiló que ya no era su casa y eran invitados en la casa de Chack – … Oh. Discúlpeme, Don Chack.
Hubo un silencio incómodo. Los chicos se preguntaron si Chack en verdad iba a tratarlos como iguales después de estos siete años o sólo estaba bromeando.

– Disculpeme, Don Chack – dijo Rover con elocuencia – ¿Podría, si no es mucha molestia, servirme una taza de su fino café de olla?

Chack le soltó un golpe en el hombro sonriendo. “Claro que puedes, payaso”, le dijo.

El dálmata se formó con sus amigos para despedirse una vez más de Chack, mientras se bebía su taza de café.

-Entonces, ¿aquí termina? – preguntó Haruki a Chack, cediendo a la nostalgia, pero el pastor suizo lo detuvo.

– ¡Oh, no! ¡Aquí empieza! – dijo Chack – Nuestra etapa como maestro y aprendices terminó. Su etapa como caballeros da comienzo y espero con todo mi corazón que sean los mejores.

Los cuatro asintieron emocionados y Chack los saludó como hacen los caballeros, llevando la pata al corazón y el codo a las costillas. Ellos respondieron igual.
– Y les recuerdo: aún entre caballeros hay niveles, pero aunque fueran del más alto de todos o incluso fuesen incluidos entre los Paladines de Cannist, nunca deben olvidar que sólo son esto: siervos simples y pequeños, servidores de todos y sin ningún mérito pues sus logros son producto del dejarse manejar por las virtudes de su vida como paladines de la verdad. Nunca serán superiores aunque se convirtieran en reyes, sólo son simples perros en un mundo enorme en el que no están haciendo salvo el servicio que deben.

– ¡Y Gracias al Cielo! – dijo Bit riendo – Eso de creerse la gran cosa es una necia apatía que me provoca el más grande aburrimiento de sólo pensarlo.
– Entonces tienes la cabeza bien ordenada, junto al corazón, como un buen perro debe tenerlos. – dijo Chack.
– No por nada este canijo maltés es el que mejor se las arregla para salvarnos de la muerte – dijo Rover sacudiendo la cabeza de su amigo.

– Ahora vístanse, y salgan de aquí como los héroes del nuevo tiempo que ya son. – dijo Chack – Y lo digo en serio: salgan de aquí. Es mi castillo, estarán ahora sólo de visita y yo decido cuándo se van. ¡Largo!
El tono de Chack había adoptado la firmeza con la que les daba las órdenes. Los chicos asintieron y, sin más que decir, después de ponerse ropas limpias casuales, se dieron la vuelta e hicieron ademán de salir del castillo.
– Pero no sin antes llevarse esto – dijo Chack, que se había inclinado ante un baúl del que sacó cuatro cajas grandes de madera. Las entregó a los cuatro muchachos y todos ellos las recibieron sorprendidos. Al abrirlas, los chicos se encontraron emocionados con un atuendo nuevo y propio para cada uno de ellos. Era para llevarse casualmente, no un atuendo ceremonial, pero venía incluido con un tabardo para llevarlo sobre la armadura cuando tuvieran que ir a cumplir una misión o al campo de batalla. Y cada uno era de un color distinto: el de Rover era azul marino, que siempre había sido su color favorito. El de Haruki era de un claro verde como el de las hojas en primavera que era su estación favorita. El de Tomás era rojo que se usaba mucho para simbolizar a los líderes (desde cachorro había soñado con que su atuendo como caballero fuera rojo, ya que siempre era identificado como el color del poder y el coraje valiente). Y el de Bit, brillante como luz de sol, y también alegre como la vida de campo que llevaba antes de convertirse en escudero allá en el Valle, era de color amarillo. El maltés estaba más que feliz. Todos, de hecho, con sus respectivos nuevos trajes. Se cambiaron en los que habían sido sus cuartos entrando en ellos por última vez, y luego salieron como todos unos guerreros de élite, vistiendo sus respectivos tabardos y llevando al cinto sus espadas.
– Muy bien. Ahora fuera. Volverán al castillo cuando gusten, si les abro la puerta. Ahora su hogar es el cuartel. ¡Que Akim los acompañe, amigos míos! – dijo Chack, que veía a estos muchachos como los cachorros que nunca había visto.

Los cuatro amigos salieron y se reunieron con Alan, Diego y Max (que no habían pasado al castillo y se quedaron ayudando a los niños a recoger los pedazos de los globos de agua y volver a sus casas para almorzar).
– ¡Esas sí son armaduras! – dijo Alan. – Mi mentor Don Han no me dió una así, dijo que yo mismo me la debía mandar a hacer.
– Bueno, Chack nos dió un regalo de despedida – dijo Bit – ¿Qué tal?
– Hasta parecen los paladines del reino – dijo Diego – Ir con esto a la batalla los hará representar con ustedes la virtud de Cannist, pero incluso paseando y patrullando por las calles así, cumplen con lo que debemos procurar como caballeros.

– ¡Ahora vámonos! – dijo Max – La fiesta nos espera.
Se alejaron corriendo del castillo de Garrafa y saltando como niños pequeños. Todavía no llegaban a la ciudad cuando un grupo de perros jóvenes que iban saliendo de su escuela los vieron todos entusiasmados. Debo decir, que estos eran de los “rebeldes” de su escuela, los que asisten poco a clases y prefieren esconderse en algún salón solitario a hablar de “revolución” mientras beben refresco de pintura todo el día.
– Mirenlos – dijo Rumble, el bulldog que los dirigía – Los hijos consentidos del reino. Los mojigatos de los castillos que se creen la gran cosa por llevar armaduras bonitas.
– ¡Y usan Vidriamante! – dijo Bartel, un joven de raza keeshond – ¿Qué clase de tonto usa una espada de Vidriamante? No puedes matar a nadie con eso. ¿De qué sirve entonces?
– Creo que es nuestro noble deber enseñarles lo que son las armas en serio peligrosas. – dijo Vince, un bull terrier que siempre tenía consigo una navaja para asaltar.
– Estoy de acuerdo con ustedes – dijo un beagle llamado Randy, que se estaba terminando una botella de refresco rojo.
Los siete chicos seguían caminando con excelente ánimo cuando a Rover lo golpeó una roca en la cabeza. “Auch”, gritó.
A su encuentro salieron ocho perros con la ropa hecha jirones y llevando botellas de vidrio y piedras.
– ¿Qué? ¿Un caballero no puede aguantar un botellazo? Me han dado diez de esos este mes. No sabía que fueras tan débil, Rover. Aguanta la vara.

El dálmata se volteó y, a decir verdad, era algo impulsivo en casos así, con esta clase de ojetes, pero Tomás le puso la pata en el pecho en cuanto se abalanzó.

– Aguanta, colega. Déjalo desembuchar sus tonterías.

El bulldog, tal como dijo Tomás, siguió desembuchando tonterías:

– Ustedes no tienen idea de lo que es el peligro de la calle. Les dan sus capas y sus espadas y se creen los que pueden “protegernos”. No queremos caballeros aquí. El imperio cayó, ¿no se enteraron? Y el reino se va a caer un día también.

Bit le plantó cara al bulldog.

– Tú no tienes idea de lo que hablas, Rumble. ¿Has visto calles ardiendo y barcos hundiéndose hasta el fondo?

– ¡Ja! ¿Tú sí? – preguntó el bulldog.

– Sí, de hecho – dijo Bit, con verdad. El bulldog balbuceó. Bit continuó: – Si supieras lo que hemos entrenado, trabajado, luchado, soportado y vivido para llegar aquí, te echarías (perdona que lo diga) una meada tan grande que convertirías la ciudad en un lago.

Los compañeros del bulldog se rieron tontamente. Bit no lo decía con una intención humorística sino en serio.

– ¡Pues no te creo! – mintió el bulldog – ¡Y me estás acusando de mentiroso!

– No te estoy acusando de nada – dijo Bit – Sólo protejo la integridad de mis amigos y la mía. ¿Ya terminaste de buscar a quien fastidiar? Tus padres no querrán verte buscando peleas cuando vuelvan de su agencia.
El bulldog retrocedió y sus amigos se pusieron en formación para pelear. Los siete caballeros no querían tener una pelea innecesaria apenas en su primer día (bueno… Rover más o menos), pero se prepararon para defenderse si sus contrincantes neciamente atacaban.

– Son siete y nosotros también. ¿Por qué no les rompemos la cara de una vez? Ni que nos fueran a hacer nada con sus espadas de juguete. – dijo uno de los lacayos de Rumble.
Los siete caballeros no estaban dispuestos a ceder a una pelea tan tonta (bueno, tal vez Rover, si Max no lo estuviera agarrando de las patas), pero de cualquier forma no lo hicieron. Una figura caminaba desde un lado entre las arboledas y se detuvo cuando cruzó en frente de ellos, dividiendo los grupos.

Era un perro de los monasterios de las afueras de la ciudad, de los que se dedicaban a la contemplación, el trabajo y la caridad. Los que vivían en el tercer estado que definió el rey Alfonso como “oradores”. Vestía una túnica sencilla de color beige con una capucha.

– ¡Vamos, amigos! Qué razón más tonta para iniciar un pleito. ¡Ni siquiera hay una razón clara! – dijo el fraile, que quitándose la túnica reveló el rostro de un Kelev* jovial y de buen ánimo.

– ¡Sí la hay! – dijo Rumble – El hastío que tenemos de que existan caballeros haciéndose los superhéroes y diciéndonos qué hacer. ¡Tú no te metas, fraile! Vete a rezar que es lo único que sabes hacer.

– Bueno, con mucho gusto, aunque hay un par de cosas más que también sé hacer. – dijo el Kelev. El bulldog no quería saber más y se abalanzó para atacarlo, pero giró por el aire apresado por una repentina llave con la que el monje lo tiró al suelo y lo arrojó delante de sus camaradas.
El bulldog se puso de pie y sin voltear (por la vergüenza) se marchó y sus amigos lo siguieron.

– ¿A dónde van? – dijo el fraile – ¿No estábamos hablando?

Los vagos sentían más desprecio por él que por todos los caballeros y lo veían aún de manera más despectiva, pero por una razón que no se atrevían a afrontar, sólo retrocedieron y no fueron capaces de hacer ni decir nada más delante de él, en especial con su simpática actitud.

– La próxima vez que te vea, Garbanzo, vamos a ver si esas espadas falsas te sirven de algo – dijo el bulldog, volteando para ver a Bit – Nos veremos luego.

El grupo de vagos se fue tirando al suelo las botellas vacías que ya estaban listos para aventar, esperando una pelea y decepcionándose al no encontrarla.

– Espero que “luego” sea lo suficientemente lejos para que cambies un par de enchufes – dijo Bit, con el bulldog todavía escuchando.

Los siete amigos saludaron al recién llegado fraile una vez que los vagos se marcharon.

– Qué bueno que llegaste, David. – dijo Tomás – Lo estábamos tratando de manejar, pero no iba a seguir aguantando mucho tiempo a esta máquina de golpes.

Soltó a Rover que se calmó después de desahogar lo que tenía:

– ¡Los veo otra vez y sí los derribo de un golpe!

David negó suavemente con la cabeza sonriendo.

– Estaban pidiendo a gritos una pelea, Rover. No tenía caso dársela. Recuerda al rey Roberto el Poderoso. Ellos al parecer no lo recuerdan.

El dálmata se encogió de hombros.

– Es el primer día como caballeros y ya tuvimos una despedida nostálgica, nos atacaron con agua y ahora ya tuvimos un altercado. ¡Me muero por saber qué sigue! – dijo Haruki.

– ¿Agua? ¡Eso lo quiero escuchar! – dijo David.

Se unió a los chicos en su trayecto. David era un buen amigo de la infancia. Lo veían ya muy rara vez, pues el joven había seguido otra vocación, hacia otro estado de vida, el de los oradores que se dedicaban a la contemplación y el cuidado de las Leyes de Akim. Así como estos chicos acababan de ser armados caballeros, David ya tenía un par de meses de haber sido oficialmente nombrado Sabio entre los frailes de la capital. Ahora vivía en un monasterio a las afueras por el norte. Era de gran intelecto, pero sobre todo muy alegre y sereno, con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho.

– ¿Cómo has estado, mi amigo? – le preguntó Bit al Kelev.

– Tan bien como siempre. ¿Y tú? ¿Qué tal les fue a todos ustedes?

– ¡Excelente! – dijo Tomás.

– Más que excelente – admitió Rover.

– Creemos que la reina ya adoptó a Bit como hijo pequeño – añadió Haruki. – Si el canijo se convierte en príncipe adoptivo de Cannist, no me sorprendería mucho. Tal vez hasta se case con la princesa Vivian cuando crezca.

Bit se ruborizó y le soltó un empujón a Haruki. Todos rieron.

Y así los siete se encaminaron al cuartel mientras seguían con la alegría ininterrumpida de la mañana, la cual ni todos los vagos del mundo podrían opacar.

Mientras tanto, los residentes del cuartel de caballeros (o como lo llamaban, el Cuartel de las Cuatro Órdenes) estaban preparando la gran celebración que se llevaría a cabo, y las habitaciones de tantos nuevos héroes y heroínas que recibirían este año. Los cocineros estaban entusiasmados y dispuestos a lucirse con su labor ese día. Hacer su trabajo lo era todo más que nunca.

Y el empezar a hacer su respectivo trabajo era todo en lo que los muchachos pensaban ahora, al encontrarse a las puertas del cuartel en donde vivirían, comerían y entrenarían en adelante y hasta que consiguieran sus respectivas propiedades o murieran. Lo que ocurriera primero.

Las celebraciones eran lo que menos ocupaba su mente ahora (ocuparían sus sentidos en unas horas, eso sí). Estaban de lleno en la reflexión de lo que acababan de conseguir, todo lo que habían sobrevivido para llegar hasta aquí y ahora poder contarlo, y toda la gratitud y reconocimiento que debían a Akim por todo esto.

El Gran Maestre salió a recibirlos, junto a la multitud de jóvenes que iban llegando de poco en poco y se agrupaban en el patio central del cuartel. A los pies de la torre central donde estaba el cuarto de rectoría, había siete caballeros y siete damas de batalla presentando al Husky Siberiano que fungía como Gran Maestre Supremo de las cuatro órdenes del reino y por ende llevaba el título de «Alto Caballero Supremo», acompañado por los cuatro maestres de las cuatro órdenes que eran el Samoyedo Balen (de la Órden de Caligrama), el Border Collie marrón Galan (de la Órden de Algarabía), el mestizo negro Ervan (de la Órden de la Huella Negra) y el Boyero de Berna Aidan (de la Órden de Cannist).

– ¡Felicidades, muchachos! – dijo Don Alik, el Gran Maestre – El veredicto del gremio de caballería es unánime. Han conseguido llegar a la cima y triunfar en su entrenamiento. ¡Bienvenidos al cuartel general de caballeros!

Hubo gritos y aullidos entre los perros que comenzaban su vida en el cuartel.

– Este día – prosiguió el Husky – se han ganado sus espadas y el derecho a ser llamados «caballeros» y «damas de batalla». Vayan, y vivan sus vidas con la virtud de ser guardianes de los valores que sostienen y dan vida a nuestro reino, y así manténganse hasta el final de sus vidas. Ahora, vayan conociendo el que será de ahora en adelante su nuevo hogar, y en la noche: ¡A celebrar!

Los chicos recorrieron su nuevo hogar con mucho entusiasmo. Eso sí, tuvieron dificultad para encontrar el edificio en donde estarían sus dormitorios, sólo para darse cuenta de que estaban en las cuatro torres correspondientes a las órdenes que estaban a los lados y en las esquinas de todo el complejo.

– Les dije que vinieramos la semana pasada a hacer una visita para conocer. ¡Pero no! ¡Haruki es alarmista! – dijo el shiba-inu.

– ¿De qué te quejas, hermano? Ya estamos aquí, ¡todo el lugar es tuyo! – dijo Rover, aún incapaz de aguantar su emoción.

– Y podremos entrenar de modo extremo todo lo que queramos – dijo Bit, refiriéndose a cómo llamaban ellos a entrenar con las armas de todo el arsenal disponible, ya sin las limitaciones que tenían como aprendices, aunque siempre con el cuidado y la madurez de un profesional.

– Pero para hacer eso tenemos que encontrar primero nuestras recamaras – dijo Tomás, encabezando la búsqueda. Claro que se tendrían que separar pues cada uno de ellos tendría que buscar su cuarto en el edificio correspondiente a cada órden respectiva a la que se habían enlistado.

El cuartel era un conjunto de edificios de piedra, la mayoría rectangulares pero con varias torres, entre ellas las de las esquinas que eran una para cada orden, y la torre central donde estaban las oficinas y el despacho del Gran Maestre y director del cuartel.

También había una magnífica torre de astronomía con ventanas y un techo que se transparentaba al estar hecho de vidriamante, y por las noches era un observatorio magnífico para las estrellas que decoran el cielo nocturno. Las cocinas eran todas sitios acogedores tapizadas con un calido color amarillo y las alacenas tenían puertas redondas en forma de tapas de barilles que daban acceso a cuartos enteros llenos de ingredientes. La sala de estar de los campos de entrenamiento estaba tapizada de rojo y tenía el cuadro de un gran caballero y rey de los leones de antaño, S.A.R. Don Gideon V, fundador de «La Guardia Animal». Por supuesto, también estaban los “dojos” de los campos de entrenamiento con un millar de hermosas espadas listas para entrechocar sus hojas de acero inoxidable y de madera de abeto. Y los cuartos de medicina y enfermería eran verdes y brillantes con toda clase de plantas por todos lados.

Había un «establo» en el que se guardaban las motos y todo un patio para practicar su conducción, así como las estrategias de batalla y el manejo de armas. El campo era inmenso y se dividía en varios sectores. Pero por hoy no lo usarían salvo para celebrar, pues por todo el patio se habían elevado carpas de colores rayados, rojo y amarillo, que cubrirían las mesas en la que las damas y los caballeros comerían y beberían, y se gozarían en la primera noche como nuevos héroes del reino.

El maltés se encontró, entre muchos amigos y conocidos, a su tan querida amiga Caeli, una hermosa border collie. Estaba sentada al pie de un árbol que estaba lejos en las arboledas del cuartel, acompañada por su gran amiga Rina “la güera” (porque era una hermosa cocker spaniel dorada), viendo a los chicos ser chicos (ya estaban todos alborotados en el campo jugando a embestir unos a otros, en el área donde aún no se elevaban las carpas; las chicas estaban dispuestas a esperar a que , aunque claro que había algunas ya uniéndose a las batallas fingidas). Caeli siempre había querido ser dama de batalla y ahora lo había conseguido, aunque siempre traía con ella un semblante silencioso. Rina, en cambio, era la espontaneidad hecha perro y siempre tenía algo de qué hablar. Estaba platicando con Caeli de toda clase de ocurrencias cuando Bit apareció.

La sangre de la border collie se aceleró al ver a su amigo y lo abrazó como si llevaran años sin verse, aunque esa misma mañana se habían saludado en la entrada de La Ciudadela.

– Qué contenta estoy, mi amigo. ¡Ya eres caballero! – le dijo.

– Y tú toda una dama… siempre lo has sido, ¡pero ahora eres una que empuña espadas!

– Digo, ¿cuando no, verdad? – soltó Rina, haciendo que los tres rieran, y agregó mirando a Bit: – ¡Mira nada más, qué guapo andas con esa armadura!

El maltés se ruborizó y bajó la cabeza. Caeli no hizo ningún comentario por pena, y Bit lo sabía (los dos tenían una preciosa amistad… pero tenía ciertos momentos de incómodo silencio desde que Caeli le confesó a Bit que estaba enamorada de él).

-Bueno… creo que Alan y Rover me están llamando por allá, así que los dejo. – dijo Rina, y tomando su mochila salió corriendo antes de que Caeli le pudiera decir algo (justo antes de que llegara Bit, lo último que le había dicho a la cocker fue “ya sabes que me pongo nerviosa, no me dejes sola con él” y ella le había dicho “no lo haré, descuida”).

El maltés y la collie platicaron un poco pero a Bit lo llamaban sus amigos para unirse a la lucha que ya habían armado con varios de sus nuevos compañeros.

– Ya hablaremos en la fiesta. No quiero interrumpir su batalla campal.

– ¿Y si te unes? Voy a ganar si estás en mi equipo.

La border collie accedió y pasaron la tarde jugando (efectivamente, el equipo de Bit ganó porque Caeli era muy buena jugadora), y luego fueron a prepararse para la noche. Obviamente no iban a festejar con las armaduras puestas, así que se pusieron cómodos y elegantes. Ropa más casual de estilo medieval, pero adecuada para un ambiente festivo. Esa noche no solo celebrarían el nuevo ingreso de damas y caballeros al cuartel, sino que coincidía con una noche de luna nueva, y esa siempre era noche de júbilo y gozo en el reino, al menos entre aquellos que practicaban la Fe de Akim.

Es ya de noche, de esas en las que hay una vista inigualable en la torre de astronomía. El cuartel está despierto y lleno de risas, charlas y música. El ambiente es adecuado para una celebración de este tipo, celebrando a jóvenes que han perseverado en la práctica de la virtud durante su crecimiento y ahora comienzan la plenitud de su vida jurando lealtad a la misma. Es la sociedad que Cannist ha logrado forjar en la perseverancia tras los tiempos que azotaron a Animalia.

El Gran Maestre Alik se levanta para dar comienzo al banquete y presidir junto al Sabio Samoyedo que lo acompaña la acción de gracias por tan hermosas obras de arte que los cocineros les han preparado para disfrutar (y ellos mismo tienen también su parte, no se queda nadie sin celebrar). Lo acompañaba su amada esposa Eyra.

– ¡Damas y Caballeros! – dijo en el tono más literal de la expresión – Estamos aquí para celebrar a estos jóvenes machos y hembras que el día de hoy se nos unen en la cruzada perpetua por preservar la integridad de nuestro reino y defender ¡Que la justicia y la rectitud los iluminen siempre y los mantengan fuertes hasta el final de la batalla! ¡Hasta el final no paramos!

– ¡Viva! – gritaron todos los presentes – ¡A comer! – fue el grito que prosiguió, y el estallido de una botella de sidra fue el que dió comienzo al banquete e indicó a la galería de músicos cuándo empezar a tocar.

En la mesa de nuestros cuatro amigos había una tertulia muy animada. Cuatro chicas se sentaron con ellos a conversar. Una era Caeli, las otras tres eran sus primas y hermanas entre sí, todas de la raza de los border collie, pero con distinto color de pelo además del blanco que tenían en común. Al lado de Haruki estaba Pavi, que tenía el cabello rojo. Junto a Rover iba Alani, cuyo cabello era negro. Tomás platica con Dari, la mayor de las tres, de cabello rubio. En cuanto a Bit, él tenía una simpática conversación con Caeli, su amiga.

– ¿Y bien? ¿Ahora qué, caballero? – le preguntó su entusiasta amiga en un momento.

– Pues… ¡a servir y a trabajar! Ya veremos qué depara cada día.

Y entonces llegó el momento del baile. Bit pasó con Caeli y los dos locos amigos bailaron un rato entre sonrisas amistosas e incómodos murmullos (de los que ya sabían que se gustaban).

– ¡Vaya! Me… sorprende mucho que me hayas invitado a mí. – dice Caeli.

– ¡Oye! Siempre hemos sido amigos. ¿Cuándo ha cambiado eso? – dice Bit gentilmente.

– Lo sé. Lo decía por… ya sabes. – dijo, refiriéndose a su ya conocido enamoramiento.

La música anima a muchos presentes a un baile suave pero alegre. Las mandolinas y tamborines marcan el ritmo.

– Entre las muchas cosas que tienes que realizar como caballero, ¿tienes algo en mente para aquello de “cortejar a una dama”? – pregunta Caeli con sincera curiosidad, no por interés. Bit se ruboriza.

– Caeli, ya sabes que estoy en pausa en eso. Quiero ser un buen perro por mí mismo antes que nada.

– La sigues esperando, ¿cierto?… ¿Cómo se llama, me dijiste?

Bit se queda en silencio un rato. Admira el coraje de Caeli por preguntarle, porque sabe que la border collie aún siente algo por él.

– Arya. Ese es su nombre. Prometí que la volvería a ver, y en eso sigo. Para mí ella es la única.

Caeli bajó la cabeza, conteniendo su involuntaria tristeza. Ofreciendo ese dolor como una de las muchas penas a enfrentar, como toda una guerrera que era y que ese día comenzó oficialmente a ser.

– Eso… es muy noble. Espero que la encuentres pronto.

Bit notó la tristeza en su semblante, y en su sonrisa serena de verdadero buen deseo a su amigo.

– ¿Quieres ir a caminar un rato? – le preguntó el maltés.

– ¡Por supuesto! – respondió Caeli.

Los dos amigos se alejaron del baile y se fueron a pasear a las arboledas. Mientras, los amigos de Bit seguían disfrutando de una danza en comunidad.

– ¿Hay algo que buscas en específico, Bit? Desde Granaan he notado que algo cambió en ti.

– Soy el mismo perro de siempre, pero sí, tienes razón: Albaricoque fue el parteaguas de mi vida, y Granaan fue el final de esa primera etapa de cambios. Viví cosas fuertes antes, pero algo pasó a raíz de Albaricoque que me cambió.

– Yo creo que matar a un dragón cambia a cualquiera. – dice Caeli sonriendo.

– ¡No quiero alardear sobre eso! – dijo Bit.

– Como digas, “cazador de dragones”.

Bit sacudió la cabeza.

– ¿Sabes qué es lo que busco? Quiero ser un caballero tan bueno como todos, pero sí tengo algo en específico. Algo… que tal vez te suene muy loco.

– ¿Viniendo de tí? Que no sea locura sería lo loco.

La border collie rió y escuchó atentamente lo que su querido amigo le tenía que decir.

– Caeli… quiero restaurar el imperio.

La border collie suspiró aliviada.

– Bueno, eso todos nosotros.

– No, yo hablo en serio… Hay una antigua leyenda que habla sobre una zona perdida. “Edén” la llamaban.

– Eso significa “jardín” en la lengua antigua del mundo. Pero no conozco esa leyenda.

– La descubrí en Granaan y en las islas lejanas. Es la tierra en la que, según dice el relato, se originó la vida en Animalia. Akim plantó ahí “el árbol de la vida”, pero esa tierra quedó lejos del alcance de todos los animales y nadie sabe en dónde encontrarla ahora. Dicen que quien la encuentre podrá acceder al poder del árbol, pero es un poder muy grande para ser tomado. Dicen que es capaz de otorgar la vida eterna, o bien, la sanación de toda Animalia. Quien acceda a la fuente de savia dentro del árbol de la vida puede curar a toda Animalia. ¿Entiendes eso? Arrancar de raíz el mal de la faz del planeta, toda contaminación que ha estado en él desde los tiempos de los caídos en que los dragones quemaron la corteza y el núcleo del mundo. Es lo que quiero hacer: en mis viajes y aventuras, mientras vaya combatiendo a la Coalición y a todo otro enemigo que esté azotando a Animalia, ir reuniendo las pistas que pueda, y explorar hasta donde sea posible y tal vez incluso más, y encontrar el Edén y el árbol de la vida.

– ¡Vaya! Tú dijiste que querías restaurar al imperio, pero estás hablando ya de todo el planeta.

– Así es. Los leones se extinguieron. No podemos traerlos de vuelta, pero con el árbol de la vida, tal vez no sólo podamos traer de vuelta a los leones. Podemos curar toda la faz de la tierra y, entonces, tal vez, sólo tal vez… invocar el Reino de Akim para que al fin se manifiesta sobre Animalia. Lo que las más antiguas profecías dicen, “Vendrá el Gran Reino que unirá la tierra con lo alto de los cielos”. Un imperio aún más grande que los cuatro imperios restaurados y en todo su esplendor. El imperio definitivo. Un planeta completamente restaurado, sin contaminación ni corrupción en el orden natural, e incluso en toda la sociedad animal. Todas las especies viviendo en armonía al fin.

– Bit, esas son fuerzas demasiado grandes. No quiero dudar de la realidad de esa historia pero, aún si encontrarás ese árbol de la vida, ¿cómo vas a usar su poder?

– Eso lo averiguaré en cuanto esté ahí. Pero desde Granaan, cuando toqué la fuente en el templo de la luz, siento ese llamado.

– Bit, sólo Akim y los guardianes de Animalia tienen el poder para traer ese “Reino” a este mundo. A nosotros sólo nos toca hacer nuestra parte.

– Lo sé. Eso es totalmente cierto, y yo quiero hacer mi parte. Sólo que desde hace años tengo esa inquietud. Siento que “mi parte” involucra que haga esto. Que participe de esto.

– ¿Estás muy seguro de que ese es tu destino?

– No es algo que yo mismo haya descifrado. El mensaje está ahí desde que estuve en el templo de la luz de Granaan, además de una revelación que me fue transmitida cuando estuve en alta mar.

– ¿Una revelación? Supongo que de parte de algún sabio, ¿no?

En este punto, Bit tomó aire, pues lo que iba a decir era posiblemente lo más “Loco”.

– Casi. Me la transmitió el guardián Manohai en persona. – dijo el maltés.

Caeli parpadeó y sacudió la cabeza, pensando si su amigo acababa de hablar en serio.

– Sí. Lo ví. Esto no se lo he dicho a Rover ni a los chicos, sólo a Chack, a Gol y a David, y a un par más. Ni siquiera a Chita, y eso que es princesa. Hablé con Manohai, el megalodón, el guardián del imperio del agua, allá en la playa de la isla azul.

– ¿Estás tomándome el pelo?

– No – dijo Bit, luego le pellizcó el cabello de la cabeza y le arrancó un mechón – Esto es tomarte el pelo. Lo que te acabo de decir, no.

Caeli quería creer a Bit, pero era demasiado lo que le estaba contando.

– A ver… supongamos que hablaste con él. Y te dijo que… ¿qué?

– Entre otras cosas, que la coalición estaba aliada a brujos y animales metidos en temas peligrosos, y estos estaban buscando el árbol de la vida para extraer su poder y usarlo para mal. El poder del árbol es bueno, pero si lo contaminan, contaminarán a todo el planeta. Me dijo que en mis viajes, una vez que me armara caballero, iría descubriendo cómo encontrar el árbol de la vida.
– Pero Bit, tú mismo lo has dicho. Ése “árbol de la vida” es una leyenda. No es más que un mito, como la rueda de los elementos. Sé que hay leyendas que son ciertas, pero esto es demasiado increíble. Más si le añades que hablaste con un guardián.
– Es real, Caeli. Ambos lo son. La rueda de los elementos existe y hemos visto los poderes que los magos obtienen ilícitamente de ella. Fue creada por Akim para mantener el equilibrio de los elementos, y en lugar de respetarla, los magos tienen el atrevimiento de usar fuerzas prohibidas para manipular su poder y controlarlos. Lo mismo quieren hacer con el árbol y la fuerza de sus frutos. Incluso han trazado un mapa para robar sus poderes y trastornarlos, apartando a Akim de ellos. Son diez frutos, según ellos, y quieren usar siete poderes para someterlos. Y si es mi destino hacerlo, no voy a permitir que lo hagan. Sólo tengo que seguir haciendo lo que hago, ya irán surgiendo las claves para que pueda encontrar el Edén.
– Hablas como si ya lo hubieras visto.

– Lo ví… en un sueño, lo ví.

– Los sueños no son realidad.

– En una visión, entonces. Y me creas o no, hablé con Manohai y él me informó de esto. Tengo una misión de lo alto, Caeli. Aunque sea lo último que haga, encontraré el Edén o moriré intentándolo. Y si lo encuentro, llegaré al árbol de la vida y de algún modo conseguiré usar su savia para curar la corteza del planeta y así convertir a Animalia en el reino que siempre debió ser, para recibir la instauración final del Reino Definitivo. Y así todos nuestros enemigos habrán perdido. La Coalición y sus mercaderes de veneno, Lobax, los Shahrkhani de Gatunnis, los Zeinodin de Ratonnis, incluso el mismo Zyron, todo lo que hicieron para destruir y oscurecer quedará en el olvido.

Caeli estaba anonadada por esta determinación. Era difícil de creer (para muchos imposible), pero ella creía, y deseaba con todas sus fuerzas que el maltés cumpliera con su objetivo.
– Si tal cosa es posible, Bit, entonces llevalo a cabo. Ve y busca el Edén aunque te tome mucho tiempo y esfuerzo, y muchas pistas por juntar… y cuando lo encuentres, déjame ir allá contigo.
Bit sonrió, pero a la vez sintió un escalofrío.

– Creo que seré de buena compañía. Si emprendes un viaje buscando un jardín que nadie conoce, al menos podré detenerme a pedir indicaciones. Los machos siempre son muy precipitados.

– Caeli… estoy hablando en serio.

– Y yo nunca he hablado más en serio, Bit – lo miró con ternura en los ojos, queriendo contener muy en lo profundo lagrimas de amor hacia el maltés – Te quiero acompañar, si llegas a Edén. Prométeme que iremos juntos. Un caballero y una dama de batalla, es un buen equipo para ir a Edén.

Bit sabía que era algo que no podía prometer. Ni siquiera él sabía cuándo empezaría esa búsqueda del Edén. De hecho, ya había comenzado, pero no era un viaje con mapa y brújula sino en el que las piezas se le irían armando con cada acontecimiento. No había manera de prever qué sucedería.

– No te puedo prometer eso, pero te prometo que sí quiero que vayamos juntos.

Caeli sonrió emocionada, y se abalanzó a abrazar a Bit. Él correspondió el abrazo. Coincidió con el estallido de una hermosa maraña de chispas rojas en un cohete de fuegos artificiales. Antaño, los perros tenían pavor de estos artificios pirotécnicos. Con el paso del tiempo y acostumbrados a los peligros y ruidos del mundo, se acostumbraron y aprendieron a disfrutarlos. Los dos amigos se separaron, y Caeli estaba tan emocionada que se abalanzó más de lo que debía.
Sus labios se presionaron contra los de Bit y el maltés quedó paralizado en el shock. El pobre chico estaba tratando de evitar esto. Quería con todas sus fuerzas que su amistad con Caeli no cambiara aún cuando ella ya le había revelado lo que sentía. No había podido evitarlo. Apartó a su amiga y ella reaccionó.

– ¡Perdón! Yo… lo siento, me dejé llevar.

– Está bien. No pasa nada – dijo Bit, sonriendo – Es sólo que… ya sabes…

– Tú ya tienes a alguien. Sí, lo sé. – dijo Caeli sonriendo también, con los ojos llorosos. – Arya no tiene idea del tesoro que tiene. Espero que la encuentres.

Se quedaron un rato en silencio. La fiesta parecía haberse animado otra vez tras una pausa de calma y digestión.

– ¡Vamos! – dijo Caeli, volteandose para limpiarse las lágrimas – Ahora eres un caballero y yo una dama de batalla. Celebremos cuanto podamos, que a partir de ahora nuestra vida serán combates sin cesar y el estar siempre preparados para afrontarlos. Y habrá que sobrevivir a ellos, si queremos llegar a Edén. ¡Vamos a bailar!

Bit quería decir algo, pero Caeli lo tomó de la pata y lo llevó de vuelta a donde estaba el gentío. Resignado, Bit se relajó y se pusieron a bailar el resto de la noche, a la luz de la luna llena, las estrellas, la fogata y las linternas de cristales coloridos que daban un retoque final a toda la celebración.

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