El primer ministro Gustavo Adrianzén revisó por última vez los números en su despacho. 66 votos. La cifra resonaba como una sentencia. Fuera, las calles ardían con el paro nacional, pero dentro del Congreso, el silencio era más peligroso.
Vladimir Cerrón, líder de Perú Libre, había dado la orden: votarían en bloque por la censura. Nueve votos más. Los suficientes. Adrianzén recordó sus reuniones secretas con Cerrón, los acuerdos entre sombras. ¿Qué había cambiado? Un nombre surgió en sus pensamientos: Pataz. Trece mineros muertos. Un precio demasiado alto.
Al mediodía, el pleno comenzó. Las bancadas alineadas, los votos contados. Adrianzén buscó la mirada de Cerrón, pero este giró el rostro. La espalda, pensó. Era el final. Sesenta y seis manos se alzaron. El misterio no era el resultado, sino qué pacto se había roto en la oscuridad.
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