He escuchado tu voz en el susurro del silencio,
en esas noches en que la soledad me cubría
bajo el abrigo oscuro de cuatro paredes calladas.
Qué verdad tan cruda: lo que habita en tu corazón
es la nobleza desnuda de la belleza humana.
Camino entre las ruinas de tu ayer
como un espectador que no juzga,
que solo desea curar cada rincón herido,
cada sombra gris que el tiempo dejó.
Y descubro que no solo ardías por dentro,
eras un volcán dormido, esperando
una sola caricia del viento
para desbordar toda tu lava de dolor.
Quema,
quema hondo conocerte, olerte, tocar tu piel,
verme reflejado en el océano de tus ojos.
Quema saber que, si sigo caminando,
puedo perderte entre la neblina del destino.
Pero llegas,
y es tu piel fría, pero viva
quien rompe las sombras que antes me abrigaban.
Tu tacto calma el fuego que me consumía
y una paz polar desciende en mi pecho,
como si el hielo mismo me susurrara amor
al rozarte apenas.
Te volteas,
y en tus ojos tristes, pero vastos
se reflejan todas las estaciones del alma.
Sonrío para que sientas cómo el dolor se transforma,
cómo cada tristeza se disuelve,
cómo el día más nublado puede abrirse al sol.
No sueltas mi mano,
pero sabes que un ciclo debe cerrarse,
o quizá solo limpiarse con la lluvia del perdón.
Y cuando eso pase, nacerá otra vez
el instante sagrado donde por primera vez amaste.
Yo tomaré otro camino.
Pero sabrás que existí,
porque tus ojos no dejarán de brillar.
OPINIONES Y COMENTARIOS