Dos microrrelatos con temática romántica para una actividad de febrero.
¿Sigues ahí?
No puedo pensar en tu bello cuerpo ahora que tiene pelaje negro, sin embargo, prometí amarte, serte fiel y cuidarte, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. A veces creo ver el mismo color de ojos que tenías, quizá tu voz en los maullidos, o tus caricias al esparcir tu olor. Te extraño humana, te extraño reciprocando nuestro amor.
Al despertar te veo siempre en la ventana, te busco en las sombras contra el sol. No te encuentro, solo hallo tu mirada nostálgica en las calles de Santiago. Estás absorta en el mundo que perdiste, que perdimos. Esas caminatas de la mano revoloteando el agua de la vereda, el olor del pan de la mañana que comíamos en la plaza. Tal vez rememoras feliz incluso mis bromas pesadas. Aún podemos pasear, pero no es lo mismo, quisiera que lo fuera.
Algunas veces cuelgo de la ventana, a ver si me transformo igual que tú. No te gusta eso, sollozas y muerdes mi antebrazo. Tienes razón, soy un idiota. Solo recuerda, ahora que te abrazo contra mi pecho y siento tu pelo en mi nariz, jurándolo por nuestros cincuenta años juntos en esta casa, cuidaré de ti, vuelvas como un gato, un pájaro o un gusano; cuidaré de ti. Te amo.
Fondo de pantalla
Veo tu foto en el fondo de mi móvil. Lo compré gracias a ti, al igual que la casa, el auto y el minibar; por Dios, incluso en la cara de las monedas veo tu marca en vida, las olas de tus actos por mí. Excepto en tu lado de la cama. Se ha mantenido vació desde que ya no estás. A veces me tiento a abrazar la almohada para sentir tu olor, pero me gusta pensar que en los dobleces está la figura de tu cuerpo descansando.
Desearía que estuvieras ahí durmiendo, por meses si quisieras. Te llevaría la comida a la cama hasta dejarte rechoncho y feliz. Todo lo contrario a quién eras, un hombre enloquecido de amor, tanto, que luchaste para celebrar cada día de mi vida con regalos de plata. Lo lograste, lo tengo todo. Ahora, quédate dormido aquí, no entre tornos y prensas, que ahí no estoy yo.
Me repito la culpa que me araña la cabeza, que, tal vez, solo en los anhelos se encuentran las esperanzas destrozadas. Pues ahora anhelo tu risa, tus juegos, y tu vida; una vida simple, imploro, una en la que en pobreza nos miremos y no nos dejemos de mirar.
Aquello me hace sentir sola, quizá lo esté. Qué más puedo hacer cuando veo sangre en los rostros de todos. Debe ser la misma sangre salió de tu cabeza aplastada, por eso debe ser que me hace llorar. Es más fácil quedarme aquí, viendo tu foto en el fondo de mi móvil.
OPINIONES Y COMENTARIOS