Recopilación de microrrelatos, había que crearlos con una palabra como disparador creativo.
01) Crepúsculo
Carmesí
Las cosas no volvieron a ser las mismas desde el estallido. Los árboles habían desaparecido, también la gente, Adán estaba seguro de ser el último humano en vida.
No sin consecuencias, su piel colgaba, al igual que su mandíbula, su mente solo un símil del mundo. Le reconfortaba observar el atardecer y el amanecer, en especial el crepúsculo, recordaba disfrutarlo con quienes amaba. Sin embargo, el polvo suspendido lo había pintado, pasando de ese precioso anaranjado, a un carmesí que se derramaba en el cielo. Deseaba siempre que aquel que veía, fuera el último.
02) Pétreo
Tomado por la tierra
A pesar de sus deseos, despertaba siempre con el rostro pegado al concreto. Las piedrecillas y el polvo le habían concedido un aspecto pétreo, que hubiera disminuido de sacudirse. No tenía fuerzas ni para eso, le parecía más digno ser parte de los escombros.
03) Níveo
Los agujeros de una vida
Entonces, detrás de la cabeza sintió caricias heladas. Sabía que en aquel lugar y circunstancias la nieve era imposible, pero no pudo evitar sentirlo así, como si trozos níveos de un cielo destruido se precipitaran con un propósito que no lograba entender.
Lágrimas, no había llorado en todo este tiempo, a pesar de todo lo sufrido. Aun así, no lo hacía por sus dolores, lo hacía por lo que nunca llegó a experimentar.
Abrió los ojos, y vio fría ceniza caer a su alrededor. Todavía no conocía la nieve real.
04) Nostalgia
Todavía no
Viajó eternidades por su mente. Una vez, y luego otra, tres incontables veces más. No hacía más que recordar, y se le hacía gusto a poco. Ya que, aunque la nostalgia sea el páramo perfecto para aquellos desdichados sin nada que ver, su conciencia le pedía algo más que migajas de su existencia. Se levantó con esfuerzo, todavía mirando el amanecer que tantas penas resguardaba, y comenzó a caminar hacia él. Pretendía llenar su cabeza de futura melancolía.
05) Samurái
Guerreros de honor
Explorando tropezó con una cartelera de cine, solo en ese momento supo donde estaba. En ella, cubierta de arenilla y escombros, se ilustraba una película de un samurái.
Soldados de coraje, lealtad y honor.
«No hay honor en la guerra» pensó.
Su camino obstaculizado por cadáveres de expectantes inocentes enterrados en concreto le hacía entender más aquello. Que no importa morir con los intestinos afuera, o con un cañón que pinta las paredes de sangre; la muerte es muerte, innecesaria, vulgar, sucia. Se creía mejor que esos samuráis, hasta que divagó sobre lo que haría de encontrarse a los responsables.
06) Castillo
Reino de nadie
Aquel que se sentaba en el trono no tenía nombre. Si alguna vez lo tuvo, lo había perdido en los infinitos pasillos de su castillo.
Pasillos de perpetuo silencio, donde las moscas niegan su propia existencia, y los pasos de las hormigas solo son leyendas escritas en huellas.
Los pájaros cantan en las ventanas, y sus ecos reverberan silbidos en las habitaciones. Él los escucha, deseando oír su nombre.
No lo hace, y nunca lo hará. Aquel que es olvidado, no escapa el reino de nadie.
Castillo en ruinas
Siguió deambulando por los pasillos, infinitas ruinas de lo que parecía un castillo. Sin embargo, no era más que la amalgama de cientos de hogares convertidos en uno. Solo para una persona, él, el último humano. Este mundo se había vuelto su reino, dueño de todo, y dueño de nada.
07) Claustrofobia
Caída
Tropezó, rápidamente se dio cuenta de la precariedad de su situación.
Había caído por una fisura, su cuerpo estaba de lado, muros apretándole por delante y por atrás. La gravedad parecía la fuerza de las paredes agarrando su tórax con odio. Respirar le torturaba en necesidad.
Rio nervioso, por ironía y terror. Vivía una pesadilla interminable, pero este encierro, esta claustrofobia, fue la primera vez que tenía miedo.
La muerte no significaba ya nada, tampoco el dolor.
«¿Por qué estoy asustado?»
Se quedó ahí. Las risas entrecortadas por sollozos haciendo eco en el pasar de las noches.
08) Aquelarre
Almas perdidas
Bastó con encender la primera vela del aquelarre, para que el diablo mojara sus labios.
Usaré mi carne en abandono
Fue durante la segunda luna de febrero, una oscura, escondida en las sombras del firmamento, en que los llantos pararon.
La decisión en sus ojos quemaba en noches de insomnio, arrastró su piel por el áspero concreto, haciendo símbolos de sangre que deletreaban su odio por la llamada justicia.
No la había, nunca la hubo, y solo ahora se daba cuenta. Por lo tanto, clamaría en blasfemias e improperios su salvación. En este perverso tormento, se sintió libre.
Cuando salió, encontró en la calle un cuerpo. Divina coincidencia. Devoró su carne, celebrando a las velas celestiales del aquelarre.
09) Libre
Cien días de tormento
Halló vendas en el suelo, y con ellas sujetó su mandíbula, con ello, ya no se balanceaba.
Cubrió su cuerpo, pensando que así la piel suelta no le golpearía. Cuando se le acabó, buscó más. Al terminar el día, había poco que estuviera descubierto.
Iba apresurado, tenía que disfrutar este mundo que, sin importar cuanto lo intentase, no daba tregua. Quizá esto era el mundo. No, no podía serlo, ¿qué hay de esos recuerdos que plagaban su mente? De momentos mejores, de sonrisas sin prisa, de su corazón acelerado pidiendo más. Le costaba entenderlo. Dolía.
Los vidrios de las ventanas rotas de una tienda crujían en sus pies. Pasaba por una peluquería. Estaba plagado de espejos.
En uno logró verse a sí mismo. Era increíble. A pesar de todo, su apariencia continuaba siendo cadavérica. Peor aún, los vestigios de humanidad se sujetaban desesperados a tela y sangre. En los ojos que vio solo tormento se expresaba. Sus dientes tenían restos canibalizados ya putrefactos. Se hallaba destrozado, en cuerpo, mente y alma. Al igual que el mundo del que tanto pedía alegrías. Esto no era vida. No había vida en este yermo abandonado por Dios. Finalmente, luego de meses, Adán, el último hombre en tierra, se había rendido.
Esperó al anochecer, justo donde se quedaba a ver aquel crepúsculo carmesí. Donde tuvo esa epifanía de esperanza y determinación. Realmente deseaba vivir momentos mágicos, especiales, llenos de longevidad y felicidad. Pero no los logró encontrar, en ninguno de estos edificios colapsados, ni en las decenas de muertos que descansaban en las calles, ni en la soledad, incesante soledad. Cerró los ojos.
—Es tu culpa, Javi el calvo. No fueron suficientes palabras —susurró, utilizando su último suspiro.
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