La sabiduría que da el paso del tiempo II

La sabiduría que da el paso del tiempo II

scientiablog.com

Las dos horas del taller en el instituto se me hacían largas. Creo que eran cuatro días a la semana. El profesor nos apuraba para que termináramos de mecanizar las dichosas piezas. Había que entregar algo al final del trimestre. Mira que me fastidiaba que hubiera tres tipos de fresadoras y otros tres de tornos. Cada uno con sus dichosos mecanismos de accionamiento, sus miles de útiles y sus visualizadores en inglés. Ya estaba cansado de pensar; hasta me daba pereza.

Cuando vi que otros compañeros empezaron a trabajar y disponían de moto o de coche, me empezó a interesar encontrar trabajo más que terminar mis estudios. En casa fue un pequeño disgusto, pero tuvieron que aceptarlo. Una vez que empecé no tuvo que pasar mucho tiempo hasta que me di cuenta de que trabajar era otra cosa. Después de la primera semana ya me conocían y pasaron de la confianza a los tonos bruscos y las palabras que te dejaban temblando. Y así conocí el mundo laboral, donde las máquinas y sus herramientas eran mucho más complejas y nadie se paraba a explicarte nada; más bien, si se paraban era para darte algún «latigazo». Con 18 años y el carné de conducir recién sacado conocí el mundo laboral y algo también del no laboral.

Pasé por tres empresas los tres veranos antes de ir a la universidad. Todos ellos me dejaron huella, pero sobre todo el primero. Había que entender a la primera, no detenerte ni cometer errores. Ahora que lo veo con distancia, sé que fue un bautismo de fuego. Me hizo reflexionar en gran medida. Antes de ese verano no quería estudiar más porque me daba la impresión de que el mundo se iba a poner a mis pies. Cuando terminó me di cuenta de que todo era mucho más complejo y duro de lo que creía. También entendí que trabajar con funda no era lo mío.

Después de ese verano empecé a fijarme más en lo que me rodeaba. Me di cuenta de la complejidad y de la crudeza del mundo. Me sentí torpe e ignorante. Después me preocupé de estar más atento a lo que me rodeaba y de hacerme más preguntas. La lectura empezó a interesarme y recuerdo que El Lazarillo de Tormes fue el primer libro que leí por gusto y no por obligación. Con los años, los libros me han ayudado muchísimo; creo que sin ellos estaría muy perdido. Pero, sobre todo, lo que más me abrió los ojos fue ser valiente y haberme lanzado a ciertas aventuras como ser voluntario en Cruz Roja, formar parte de un club de lectura, ahora participar en política y quizá, en un futuro, me anime hasta a montar un negocio.

Pero antes de muchas de esas aventuras me fui a estudiar lejos de casa. Esta fue, quizá, la aventura más grande que emprendí, si no cuento el formar una familia. La convivencia en un piso de estudiantes no fue fácil; estudiar tantas horas e incluso, no pocas veces para nada, también fue bastante duro. Lo peor era no darme cuenta de la solución. Una solución que hoy no sería otra cosa que: no merece la pena discutir, mejor cede; si no entiendes algo, déjalo y busca otro libro o un compañero que te lo explique; y la mejor: no te excedas tanto, esa no es la forma de buscar tus límites.

Ahora es fácil decirlo, pero necesitas madurar a través de la experiencia. Lo que tendría que haber hecho era haber vivido con más intensidad y pasión. En los estudios, en las juergas e incluso hasta en el amor. Si algo me reprocho a mí mismo es haber convivido con una mezcla de pereza y cobardía que me ataba. Tendría que haber luchado más en las pocas, pero buenas, oportunidades que se me presentaron. Hoy en día las recuerdo y me echo las manos a la cabeza. No estaba preparado ni maduro para haberlas aprovechado.

Antes de terminar en la universidad ya vestía de nuevo una funda. Ahora no era azul, sino verde. Ahora los teoremas de física y matemáticas estaban representados por operarios a cargo y jefes de taller y producción. Cambié de pantalla en este juego de la vida.

https://darioclblogger.wordpress.com/Inquietudes pasadas por microchip

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS