Con la mente sumergida en formol, Rodrigo cerraba el cuerpo de aquella chica, Laura Cortez, quien había dejado este mundo asfixiada a manos de su padre. Último nudo en el pubis. Sentía que algo faltaba. Pensó en un cigarro, pero no era eso lo que buscaba. Decidió seguir con su día, cargando ese vacío.

Inició el reporte con el cansancio del turno a cuestas y la náusea que le provocaba volver a casa, donde sentía que cada noche la autopsia era realizada sobre él mismo.

Llegó directo al refrigerador, sacó una lata de atún que había dejado a la mitad el día anterior… con tan poco apetito, ni eso pudo terminar hoy. Al dirigirse a su recámara, forzosa e inevitablemente pasó por la puerta entreabierta, que hasta ahora no ha podido tocar —ni siquiera para cerrarla. Solo pensar en hacerlo le provoca la sensación de caer en una oscuridad infinita, ese vértigo que se siente al pisar un escalón que no estaba ahí, o que estaba más abajo de lo esperado… pero aquí, multiplicado por mil.

Sin embargo, no puede evitar mirar. Allí seguía la silla tirada, al lado de la cual encontró a su padre, parecía flotar.

Por fin se acomodó. Tomó una píldora y se durmió. Solo así podía.

Un día más en el trabajo. Todo parece normal, aunque para Rodrigo, desde hace ya varios días, todos los días son el mismo día. Dibuja una sonrisa al saludar a doña Lili, que le abre la puerta. Doña Lili no sabe que ese gesto lo ha trazado con un lápiz encendido en llamas.

El caso de hoy: Luisa F., femenino, 23 años. Murió en casa durante la madrugada, sin más. Previamente sana. ¿Su corazón simplemente dejó de latir? Para una familia unida y sobreprotectora, eso no era suficiente. No existía razón coherente que justificara que la hermosa y carismática Luisa muriera sin explicación. Ahora era un cuerpo más tumbado sobre la plancha fría, cubierto con una sábana blanca.

Rodrigo descubre el cuerpo con suavidad, como siempre, como un ritual. Pero algo lo detuvo al llegar a las clavículas. Él abrió sus grandes ojos, sus pupilas se dilataron al mirar. Era el cabello… sus pestañas, sus ojos… sus labios rojos. ¿Rojos?, extraño. Ni por tratarse de una defunción reciente se podía explicar. Pero aún más extraño: todo en ese rostro encajaba.

Terminó de descubrir lentamente el cuerpo que se disponía a abrir. Se preparó, tomó el bisturí y esta vez sintió una emoción que no experimentaba desde hacía días, quizás semanas: la emoción de conocer a alguien por dentro. Se dibujó una sonrisa en su rostro, esta vez sin dolor. Presionó el bisturí sobre la piel de aquella chica.

Lo que sucedió jamás lo hubiera esperado.

Ella abrió los ojos de golpe, emitiendo un sonido fuerte, un gemido de intenso dolor. Inmediatamente, el rostro de Rodrigo cambió: sorpresa, desconcierto y miedo. Cayó de espaldas. El bisturí se le clavó en la palma de la mano. No le importó, no le dolió. Solo sangró. Estupefacto. ¿Intoxicado por el formol? ¿Esquizofrenia? ¿Catalepsia? Todas las opciones eran extremadamente raras.

Decidió incorporarse.

Para su sorpresa, el cuerpo de Luisa estaba de nuevo inmóvil, con los ojos cerrados. Pero el color había cambiado. Ya no eran solo sus labios rojos, ahora sus mejillas tenían color, uno rosa pálido que resaltaba unas poderosas pecas café.

Fue directo al cuello. Con cierto temor, sintió cómo la sangre provocaba un latido. Uno… dos… tres latidos.

Retrocedió con rapidez. Increíble.

Se acercó otra vez, susurrando:

—Luisa… ¿Luisa?

Repitió, más fuerte:

—¡Luisa!

Ella abrió suavemente sus grandes ojos color marrón. No lo podía creer. Tembloroso, nervioso e inmediato, sacó su teléfono para dar el aviso correspondiente.

—No, no… por favor, te lo ruego —susurró ella—. Por favor… dime qué sucede.

Pero el que iba a saber de explicaciones si tenía a una muerta viviente en la plancha. Respiró profundo, se llevó una mano a la cabeza intentando hacer que ya no le diera más vueltas. Se acercó un paso a la chica y notó la expresión de angustia más sincera y dolorosa que jamás vio antes, se dispuso a contar lo sucedido.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS