Estimado Ramón,
Te leo y escribo desde mi doble condición de profesora de inglés y amante empedernida del lenguaje, la comunicación y las distintas maneras de expresarse. Para mí, todo comunica algo, porque en todo veo lenguaje. Y cuanto más trabajo con palabras, más consciente soy de que no siempre son suficientes, o al menos no lo son solas. Lo compruebo especialmente en el aula, pero también fuera de ella, en lo cotidiano, en los márgenes no académicos de mi vida.
Cuando enseño inglés a niños me doy cuenta de que su forma natural de comunicarse no es la palabra aislada, ni la frase estructurada, sino una suerte de lenguaje híbrido, profundamente visual, aunque sin perder lo narrativo. Lo veo cuando combinan las palabras con el lenguaje más familiar para ellos: el dibujo. Este tipo de comunicación me recuerda a los pies de foto en redes sociales o, más entrañablemente, a las anotaciones que mi madre escribía en el reverso de las fotos reveladas, cuando yo era pequeña. Gracias a esa mezcla de imagen y palabra, aún hoy puedo distinguirme en una imagen de bebé junto a mi hermana melliza. Esa forma de comunicación, donde lo visual ancla el significado de lo verbal, es, no podemos negar, esencialmente humana y sigue vigente, aunque hoy adopte nuevas formas digitales.
He aprendido que, para muchos niños, el dibujo es el primer lenguaje escrito. Las palabras, incluso para quienes nos dedicamos a ellas con pasión filológica, no son el único ni el más eficaz medio de expresión. Para los niños, es más fácil entender what we do when we love someone a través de dibujos que a través de palabras sin forma. Tanto, que muchas veces llevan la literalidad al máximo según el pictograma que almacenan en sus mentes de niños.
Pero donde más me impacta esta transformación del lenguaje es en mi propia vida diaria, más allá del aula. Me considero, como muchos, víctima de la revolución de las pantallas, sobre todo en la forma en que me comunico a través de WhatsApp. Con mi hermana, por ejemplo, hemos desarrollado una forma extremadamente efectiva de conversación usando casi exclusivamente stickers. Un solo sticker puede reemplazar una frase entera, resumir un estado de ánimo, una complicidad, incluso un reproche o un gesto de cariño. A veces ni siquiera necesitamos escribir nada. En ocasiones, un sticker es más que suficiente entre nosotras.
Lo más fascinante, pienso, es que esta forma de lenguaje no la hemos aprendido en ningún curso ni está recogida en manuales. La hemos construido de manera espontánea, intuitiva, como parte de ese nuevo sistema de escritura en construcción que mencionas. Se trata de una retórica no verbal pero profundamente significativa, con su propia lógica y con un componente afectivo muy potente.
Tu texto, Ramón, me ha hecho pensar que quizás el mayor reto no está en resistirse a estos cambios, ni en idealizar los códigos anteriores, sino en comprender cómo esta nueva forma de comunicación transforma también nuestra manera de relacionarnos, de narrarnos, de estar en el mundo.
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