El alcalde Carlos Mariños revisaba por última vez el expediente de los 13 mineros desaparecidos cuando el teléfono sonó. «Deje el caso o lo enterramos junto a ellos», susurró una voz distorsionada. Colgó con manos temblorosas, pero al mirar el documento, notó algo extraño: todas las firmas de autoridades en las páginas de investigación estaban tachadas con rojo, como sangre seca.
Esa noche, mientras caminaba hacia su auto, una sombra se materializó junto a él. Era Jhon Facundo, uno de los mineros de la lista de desaparecidos. «Nos buscan donde cavamos», murmuró antes de desvanecerse. Al llegar a casa, Mariños encontró su oficina revuelta y una nota clavada con un pico minero: «Pataz calla o sangra».
Al día siguiente, durante una conferencia, anunció que publicaría los nombres de todos los involucrados en el encubrimiento. Pero al abrir el maletín, en lugar de documentos, halló trece candados oxidados… y uno de ellos tenía grabado su nombre.
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