A
Conocí a A al unísono con el placer. A fumaba cigarrillos rubios y los escondía en el jean de su pantalón. Masticaba chicle y tenía el pelo teñido de un rojo medio bordó. Nuestro primer beso fue el primero de verdad: lleno de dudas, labios secos, olor a pucho y transpiración adolscente por demás. A era primo el primo político de V y aunque a A estaba enamorada de V y viceversa, A se propuso estar conmigo hasta que yo desista. Hasta que no pueda más. Hasta que sea incapaz de tolerar la verborragia vomitiva de su impetuosa e impulsiva personalidad.
Una noche en casa de V con G y con S, A, llegó drogado, ensangrentado y con media botella de cerveza estrellada entre las piernas. La mamá de V lo pescó de la oreja destruida, partida y sangrante que se había hecho arrancar junto a la barra metálica que usaba en el cartílago en una pelea con chicos de la calle. A lloraba como el nene que en verdad era. Balbuceaba el nombre de M, y aunque no era la única, ni mucho menos la primera,también estaban J, A, M , N, V, S, H, L y C. Aún así, no deje de buscarlo, de seguirlo, de mirarlo y de pensarlo, incluso luego de haberme enterado del hijo no nacido que tuvo con M. A había sometido física y psicológicamente a M durante un año entero. Cuando se enteró de su embarazo la obligó a abortar. En ese momento el aborto todavia no era legal, y todas las chicas que se sometían a procesos clandestinos como este terminaban con el utero destrozado y sangrando por las calles de camino casa. Las enfermeras te trataban mal. Quizás alguna te daba un ibuprofeno, te calzaba un pañal de adultos para contener el flujo y te largaba. M venía de una familia complicada, humilde y hecha pedazos. Ella , como toda novia rota, quiso refugiarse en el amor. Cada tanto pienso en M , en lo mucho que la odié y el mal que le deseé. Aunque M haya sido una piedra en mis zapatos y un grano en el culo por muchos años, no puedo culparla. A desaparecía de la escena cada vez que M mostraba señales de vida y la quiso tanto que pudrió para siempre. Con M tengo un vínculo bastante particular. No la veo hace muchos años pero recuerdo haberla abrazado con fuerza aquella última vez que sí lo hice. Es raro de explicar, pero siento que le debo algo. Esa chica destrozada e irremediablemente traumatizada puede haber sido yo; aunque no tuve tanta suerte, y al final, como siempre, él la eligió a ella.
J
El primer sueño de mi periodo obsesivo con J lo tuve hoy después de levantarme, justo antes de desayunar. J pertenece a una realidad que conozco solo de lejos. De edificios antiguos, estructuras francesas, padres ricos y estilos de vida bohemios. Él trabajaba con un señor canoso y grande, que parecía un diablo, y yo, merodeaba sin rumbo entre los pasillos de una casa oscura de techos altos. Logré captar su atención por algunos segundos, y recordando nuestra última charla, nada amena, lo tomé de ambas manos y le pedí que me escuchara. Yo sabía que él estaba enojado conmigo, que no quería saber nada de mis vueltas e historietas, pero mi ternura lo ablandó y confesó: J se había hecho leer el tarot. La premisa era pésima, yo no valía la pena, y las cartas solo revelaban sufrimiento y tristeza. Nuestros labios apenas si se tocan por un instante y ambos sentimos una mezcla entre dulce y amarga. De un sobresalto noté a aquel otro hombre largo queriendo separarnos. El tipo se transformaba a gusto y placer, agrandaba ciertas partes de su cuerpo y deformaba su rostro solo para hacerme temer. Estoy curada de espanto, ¿qué no ves?, tanto que vine a buscar a J al inframundo solo para sentir su piel. Quise besarlo con todas mis fuerzas, y supe por algunos segundos que él a mí también, aunque estuviese molesto, aunque nada alrededor nuestro estuviera bien. Desperté confundida, sin ánimos de levantarme, con ganas incontrolables de volver a soñarle, y encontré su teléfono accidentalmente queriendo llamar a alguien más.
De vez en cuando voy ahí, donde sé que puedo encontrarlo, a mirarlo de lejos, a provocarlo con mi presencia, molestarlo con mi ausencia y despertar en él aquel deseo voraz de amor carnal que siente cada vez que me escucha cantar.
S
Conocí a S cuando apenas tenía dieciocho años. Todavía iba a la secundaria y rasgaba mis jeans para hacerlos ver usados, pintaba mis labios de un rojo apagado, y usaba vestidos blancos como mis ídolas muertas y los fantasmas de mis novelas. También tenía una banda con amigas del colegio. Hacíamos punk rabioso, quizás Riot Grrl, y a veces covers de alguna banda de grunge o hardcore. Todo era chiste. Un verano eterno, deseos, ambiciones pero nada era concreto. M consignó una fecha un viernes o sábado en Flores. A V todavía no la dejaban salir mucho sola, y tuvimos que irnos todas juntas desde su casa para que no tuviera problemas con su mamá. Llegamos temprano al lugar que se nota, era un salón de fiestas infantiles, con algunas máquinas de Arcade, un escenario en el fondo, y un patio algo descuidado con un enorme árbol del que crecían floripondios. Todo tenía un aspecto medio tétrico, sabor ácido y lisérgico, como la banda con la que tocábamos. Eran raros. Todos eran raros para nosotras. Sus chicas usaban los cabellos largos, ropa de colores y glitter. Por otro lado, ellos tenían todos el mismo corte de pelo. La primera vez que mis ojos se posaron sobre S no podía comprender la magnificencia de su belleza. Intercambiamos un par de palabras técnicas, y en algún delirio hormonal, le dije a MF que yo terminaría junto a él. No recuerdo mucho esa noche, puesto que fue como tantas otras, pero sabía que no sería la última vez que nos veríamos.
Pasaron los meses y volvimos a coincidir en el abasto. Tocamos nuevamente juntos en un teatro. Su banda con nombre de actriz y la mía de etimología febril. Fueron varios los encuentros casuales hasta que nos sentamos a hablar. Hasta entonces, yo sólo podía deducir un par de cosas: S era mayor que yo, S era bello como un muñeco Ken de colección y su música era buena; quizás, lo mejor de lo peor. Esa noche tomé bastante y como tantas otras noches, no pude contener el vómito verbal. Era casi como un juego. Yo coleccionaba puntos y a veces perdía otras veces ganaba. Un día me llevó a mi casa y hablamos por horas en el descanso de mi edificio. Quería besarlo porque pensaba que nunca más lo haría, y que sería una anécdota graciosa que le contaría a mis amigas. Pero sus labios con sabor a primera vez me condujeron directo a esa nueva sesión que no pude nunca del todo dejar. Algo de mí me empujaba así S como un imán invisible y gigante. Podía fácilmente adivinar dónde estaba y lo que pensaba. Lo sentía adentro mío como un parásito. A veces cerraba los ojos y pensaba en sus besos tiernos, en su mirada triste y en los lunares de su cara. Otras tantas, su recuerdo era la memoria viva y ausente de la incongruencia infantil que marcó mi vida desde el día en el que nací. La última vez que me trajo a casa de mis padres supe que sería la última. Lo vi perderse entre las sombras de la calle nocturna y las luces tenues del barrio como quien escapa de un fantasama.
S era y no a la vez. Y aunque yo estaba convencida de que nuestra conexión era cósmica, álmica y mística, sabía que también no había hecho nada tan grave como para merecer ese karma. Veía a S hablando con otras chicas altas, flacas y lindas, y me retorcía de celos. Lloraba mucho por las noches y también de día. Aprendí brujería, tiré el tarot, escribí cartas y poemas, algunos relatos, canciones y vagas melodías. Le recé a muertos conocidos y malignos; le conté a mi mamá, a mis amigas, a algunos novios y chicos con lo que prendía que salía. Lloré en sus camas y lo busqué entre sueños y traumas, aunque en todos ellos él me abandonaba en loop. Una y otra, y otra vez. Sin importar la cantidad de versos que escribía y lo bello de mis textos, él nunca leyó ni uno solo de ellos. S vive en el mundo de las sombras y obsesiones nocturnas con todos aquellos ídolos que asesiné. Se convirtió en algo ajeno e incontrolable. Un huracán hermoso que sacudió cada una de mis tristezas y ahora me visita únicamente en pesadillas o en anuncios por las calles.
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