En la fría noche, bajo el abrigo de la luna y arropado por los brazos de Santa Ana, guardiana de la vigilia, hasta el más feroz de los guerreros baja la guardia. Este es el caso del implacable Azmot, terror del océano; quien años atrás recorrió los mares haciendo temblar a las guardias costeras y saqueando todo bergantín que se le asome.
En este momento se encuentra en una playa, una de tantas que conocieron su marca; duerme solo, con la mirada de Mon el Dios lunar como única compañía.
Bajo sus párpados, los ojos del pirata se sacuden y tiemblan, algo no va bien. Una terrible pesadilla mansilla su mente… Recuerdos, sombras del pasado, sangre y entrañas, gritos de agonía.
La risa
Muchas risas.
De un solo mordisco, una cabeza arrancada, él está parado, inmovil durante la tormenta, el barco fue invadido por alimañas marinas, criaturas de la noche, asquerosos pescados artrópodos que desafiaron a la naturaleza y lograron desarrollar extremidades con las que desplazarse en tierra. Azmot las observa, asqueado y enfurecido, dos de sus hombres ya han muerto, y la tormenta que les asalta no da señales de tregua. Poco a poco los Zajuagines toman el control Tiene que tomar una decisión.
En un instante una de las abominables criaturas se abalanza sobre él, agitando sus brazos y su boca, listo para arrancarle el rostro.
Pero qué sucede, todo se congeló. Las gotas de agua, estáticas como estalactitas casi parecen tener filo; las fauces del monstruo se detuvieron a milímetros de su carne y el ensordecedor sonido de las olas… se detuvo. De inmediato nota que nada ni nadie más puede moverse, excepto por él. Un miedo aún más abrumador que el que cualquier otra criatura pudiere causar lo invade, esto no puede ser bueno, piensa. Poco a poco se empieza a nublar su vista y la respiración que ya estaba agitada termina por estallar, hasta que en medio del pánico, la luz de la luna lo invita a alzar su cabeza
Desde allí logra observarla, con un majestuoso brillo, una forma etérea baja desde el astro y comienza a polimorfar en un hombre de incomprensible belleza. Retazos de seda blanca cubren su cuerpo y una cascada de cabellos plateados caen por su rostro, tapando parcialmente pero dejando entrever facciones humanas que solo pueden describirse como divinas. Quizás fue para proteger al temeroso Azimut que la deidad cubrió en gran parte su rostro, pues así como el horror puede volver loco a los hombres, una belleza tan indescriptible corrompe la mente.
-Joven marinero, tu viaje apenas dio inicio, llevo observándote desde que tomaste la primera bocanada de aire en este impío mundo. Sería una pena para mis planes que la mala suerte trunque tu vida… y mis planes.
Azmot, que está casi tan petrificado como la realidad que lo rodea, apenas termina de entender las palabras que salen de la boca del extraño ídolo, mira el caos a su alrededor, y con voz temblorosa y la vista casi baja le responde:
-Tienes toda la razón, no deseo que mi nombre perezca en el fondo del océano. Y aunque entiendo hacia donde vas con esto, temo que no poseo nada para ofrecerte a cambio de tus milagros
-Es ahí donde te equivocas joven… Tienes algo… Algo que pocos pueden fardar de poseer. Ambición, pero no de cualquier tipo, de la que te lleva hacer lo que haga falta con tal de obtener tus anhelos. Como dije, te sigo desde tu nacimiento, observe cada paso, cada decisión, cada mentira, cada gota de sangre que dejaste en el camino y cada corazón roto. Para ser alguien tan débil te has apañado para conseguir a un grupo de personas que con gusto te seguirán hasta el mismísimo Purgatorio, pero claro está, el sentimiento solo corre en una dirección. Ese tipo de ambición endiablada es la que busco…
Avergonzado, el marinero sin dejar de mirar al suelo entiende que este mítico hombre, no es alguien a quien pueda engañar.
-Parece que mis cartas están sobre la mesa, es cierto todo lo que decis. No estoy orgulloso de las decisiones tomadas, de quienes quedaron en el camino. Pero es verdad, tengo un objetivo… No. Tengo una misión, más importante que todo lo que me rodea. Por eso, estoy dispuesto a escuchar tu oferta.
-Maravilloso Azmot, sabia que tu inteligencia no me decepcionaria, no tengo mucho más tiempo para explicaciones, pues hay quienes no aprueban que nuestra especie interfiera con los asuntos mortales, así que seré breve. Te daré el poder que te falta para acompañar esa filosa lengua tuya, más poder del que podrías haber obtenido en miles de años de aventuras. A cambio, deberás convertirte en mi ejecutor, el hacha que cae sobre los enemigos de la luna. Allanaras el camino a mi grandeza… ¿Qué dices?- La deidad extiende una delicada mano cubierta en opaca seda y una ligera pero malévola sonrisa se deja entrever en su rostro.
-Si esto me dará la fuerza para salvarme a mí y a mis compañeros, entonces dejaré que seas tú quien guíe mis pasos. A partir de ahora seré un siervo de la luna.- Azmot toma la mano del Dios y una llama azulada comienza a extenderse desde la punta de sus dedos hasta el centro de su corazón, desperdigando fuego por el interior del Joven.
El hermoso cuerpo del rey de la noche comenzó a desvanecerse y con el sonido de un chasquido una gran risa diabólica inundó el océano, tan fuerte era esta que las maderas del barco que lograron resistir la embestida de las olas comenzaron a crujir y poco a poco, uno a uno, los involucrados en la batalla se descongelaron. La bestia que había quedado a solo centímetros de la piel de Azmot, encontraría su fin, al desintegrarse en llamas solo por estar ante la presencia del nuevo campeón de la luna, y toda la tripulación notaría, como su capitán, irradiaba un terrible fuego del color del océano avanzaba impune por el barco contrariando a la lluvia y quemandolo todo y a todos a su paso.
Asustados intentaron acercarse a su camarada en llamas para advertirle del peligro que está suponiendo para todos, pero con solo acercarse se verían reducidos a cenizas entre gritos de agonía. Azmot, quien había perdido todo rastro de cordura por el exceso de poder, procedió a masacrar toda criatura que tuviera por delante. Sin miramientos.
El pánico era tan palpable como el agua que cubría sus rostros, el calor de las llamas zafiro, los gritos de los quemados, el rostro deshumanizado de su capitán cubierto en vísceras y sangre, los aullidos y alaridos de bestias y compañeros… y la risa, tan misteriosa como insana, los rodeaba junto con la tormenta, taladraba sus mentes y nublaba el juicio a tal punto que algunos, envueltos en locura, se lanzaron al mar buscando silencio, encontrando paz en la muerte.
La cubierta comienza a crujir a cada paso de Azmot, hasta partirse, el mástil consumido por el fuego y empujado por la tormenta caerá sobre la proa, terminando por hundir el barco, pero el enloquecido capitán no cesó su matanza. Las bestias invasoras, al notar la intervención de la luna, comenzaron a huir, asustadas por la locura que provoca la risa del Dios Mon y la destrucción a su alrededor pero lo único que encontraron fue la muerte a manos del fuego y del adalid de la luna que solo usando su manos las despedazo y arrojó sus partes al océano. El joven Berserker solo encontró un alto cuando no había más piso que lo sostuviera…
Tras algunos minutos la tormenta cesó, y con ella el joven Azmot escapó del transe solo para encontrarse flotando sobre el mutilado torso de uno de sus camaradas. Contempló la destrucción que su pacto había causado y entre gritos y llanto condenó al cielo. Las llamas se habían calmado pero comprendió que jamás lo abandonarían, al ver que estas ignoraban al mar pues ardían aún bajo el agua.
Tiempo después, tras labrarse un nombre, una leyenda como campeón de Mon, conseguir saciar su sed de gloria, colgaría el hacha, el escudo y buscará escapar de la influencia de la luna, pero ningún hombre puede escapar del poderoso astro. Tarde o temprano la noche lo termina encontrando, el sueño acaba venciendo y los fantasmas de quienes sacrificó para sobrevivir encuentran al guerrero. Es esta la maldición que conlleva el poder de la deidad de la luna; durante años y hasta que junte la determinación de terminar con su vida, Azmot será perseguido por los fantasmas de sus traiciones y matanzas, no hay donde esconderse, no existe cura para su mal pues es una maldición marcada a fuego en su corazón.
Así es como, bajo la luz de Mon, en la profundidad de los bosques de Faerun, donde solo puede oírse el viento silbar entre las hojas de los árboles los menos afortunados pueden encontrar la carcaza del alguna vez conquistador del océano, huyendo sonámbulo de esqueletos que se arrastran por el suelo, atraviesan la maleza y devoran la poca cordura del guerrero que solo puede huir impotente del recuerdo de sus males. Entre lamentos y sollozos, los espíritus de los asesinados claman por justicia, claman por descansar… claman por Azmot.
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