Madre, yo te siento, te veo,
cuando el alba rasga el cielo,
quizás seas polvo de estrellas
por eso vuelves a mí, en la caricia del viento,
en la ola que llega, besa mis pies
y se marcha otra vez,
en la fina lluvia que moja mi cara,
en la brisa callada, en el alba dorada,
en el sabor de la comida:
la empanada, la tortilla, que
intento hacer como tú
pero solo es parecida.
– – – – –
Siempre vuelves conmigo,
siendo la luz del día,
la paz en la noche,
la risa y el llanto,
la lágrima callada
que ahora corre por mi cara,
el cálido abrazo que
me imagino sentir,
la rosa que brota,
cada día en mi jardín,
la musa que inspira
la letra, el verso
y cada uno de mis textos.
– – – – –
En las horas dormidas,
en las tardes lluviosas,
me llegan sonrisas, aromas,
escucho suspiros,
busco besos perdidos,
vuelvo a mi infancia,
a mi juventud,
porque allí estabas tú;
y así aprendí a vivir,
cerrando los ojos
para volverte a ver
porque en todo eso
yo encuentro tu ser.
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