La Llave de las Sombras

El eco de sus pasos resonaba bajo las cúpulas milenarias. En el corazón de aquel palacio olvidado, dos hombres se sentaron frente a frente, susurrando secretos que ni el mármol parecía querer oír. El anciano, de cabello de oro apagado, sostenía entre sus manos una llave oxidada; el joven de rostro endurecido preguntaba, desconfiado.

Nadie sabía cómo habían llegado allí. Afuera, el viento golpeaba las puertas selladas desde hacía siglos. Un monseñor de sotana raída se alejaba apresurado, temeroso de ser atrapado en aquella conversación prohibida.

—Si la abres —dijo el anciano, acercando la llave al muchacho—, no podrás volver a cerrarla jamás.

El joven dudó. Miró las gigantescas puertas metálicas, cubiertas de relieves casi borrados por el tiempo. ¿Qué había más allá? ¿Redención o condena?

El anciano sonrió, pero sus ojos no reían. A su alrededor, la luz pareció menguar, y una sombra surgió desde las grietas del suelo.

Con un temblor en las manos, el joven tomó la llave. A su contacto, sintió un frío ancestral recorrer su cuerpo. La puerta crujió.

Cuando se abrió, un grito sin forma llenó el recinto. Solo uno de los dos hombres logró salir. Pero ya no era el mismo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS