La sartén que espera.

Todos somos sartenes.

Todos somos como las sartenes, sí, estoy hablando del utensilio de cocina, algunos de colores, otros ordinarios, de distintas medidas, hay sartenes que duran toda una vida y otros que al año pide cambio. Somos como esas, nos encanta cocinar ahí, podemos hacer lo que esté al alcance de la imaginación en esa superficie.

¿Pero, qué problema es lavarla luego, no?

Todo se ve bonito cuando cocinas allí, los olores ricos en tu cocina, la comida que te espera; pero luego llega ese momento, ese momento del cual debería definir nuestra forma de vivir, el famoso «le pongo agua para lavarla luego». Es un acto tan naturalizado, como si hubiéramos nacido con ese chip de fábrica que nos dice, che, no reniegues ahora con esto, puede esperar, tal vez sea más fácil luego, déjalo descansar, que afloje y volves a intentar. Ese acto inconsciente, automático que realizamos frente a algo tan simple como lavar una sartén, nos enseña de manera indirecta que de eso se trata la vida, aprendamos a dejar reposar, a volver a intentar, a no darse por vencido pero tampoco a batallar sin sentido. Paciencia amigx que toda mancha sale, nada como un poco de presión y los elementos justos no puedan solucionar. No pasa nada si lo dejamos unos minutos más, no todo se da al instante, somos sartenes sin lavar, con ganas o sin ganas, con rayones que nos recuerdan eso que tanto pegó, o ese detergente tan bueno que tanto ayudó.

La vida se tiene que ver así, ahora te pregunto, y vos, ¿Qué cocinaste que tanto te tardó sacar?

¿Ya lavaste tu sartén? O sigue esperando ese momento para ser almacenada en tus memorias para volver a ser usada.

Atte: M.P.