¿Era feliz? ¿Me había sentido plena alguna vez? ¿Cambiaría mi vida? No, no y no.
La complejidad con la que funciona el cerebro humano es interesante, y aunque no tengo ninguna credencial que me avale para tratar de explicar cómo funciona la mente, el inconsciente, ni hasta qué punto una persona nace tal cual es o va construyendo su vida, personalidad y gustos influenciada en los factores ambientales que le rodean, puedo decir, con lo poco que he leído sobre el tema, aunado a los múltiples libros de fantasía que desde niña siempre devoré, que la construcción de las personas es muy similar a un rompecabezas. Siempre hay piezas extrañas, formas que parecen no encajar o pedacitos de cielo que podrías asegurar que pertenecen a un juego distinto, pero también hay algunas piezas que desde el momento en que abres la caja al estrenarlo, notas que son de ahí, que van juntas.
La vida trata de ir armando ese rompecabezas y entender que a veces las piezas que encajan en realidad no iban juntas, y que la figura extraña era de las más importantes, que ayudarían a dar sentido al resultado final.
No era feliz; pero estaba trabajando en mi para serlo.
No me sentía plena, pero había encontrado mi lugar.
No cambiaría mi vida, pues me había costado mucho llegar hasta ahí.
Aquella noche, nuevamente dormí poco, y tuve una serie de sueños extraños sobre todo y nada a la vez. Veía a Víctor, marchándose después de nuestro primer beso, a mi madre, empacando su ropa para su luna de miel, a mi padre, yéndose en su auto una de las pocas veces que le vi en mi niñez, vi a Eva, muriendo una vez más entre mis brazos.
Y, de pronto, me encontraba sola en algo parecido a un bosque.
Deambulaba descalza, aunque la maleza que había en el suelo se sentía como si caminara sobre una alfombra suave. La luz se filtraba con dificultad entre el denso follaje de aquellos majestuosos árboles que se erguían con intenciones de llegar al cielo. Sentía, al mismo tiempo, una inmensa soledad y una terrible paz.
El sendero daba a un lago, con agua cristalina que corría de forma pacífica. Podía oír a lo lejos una cascada, no alcanzaba a verla desde donde estaba, y, de repente, sentí la urgencia de entrar al agua y nadar hacia abajo. Me lancé vestida y me sumergí con rapidez, pronto comencé a quedarme sin aire, carecía de la fuerza suficiente para subir de nuevo. Sentía miedo y desesperación, aleteaba lento, desacompasado, me estaba rindiendo.
Vi entonces una mano extenderse delante de mí, y la tomé desesperada. Salimos del agua. La figura que me había salvado era una mujer joven, cubierta por una capucha negra, yo no sentí miedo al verla, me hipnotizaba. La seguí cuando comenzó a avanzar a una velocidad inhumana, rumbo a la cascada que escuchaba.
—Espera— Pedí. La figura se detuvo y se giró a verme, me sonrió.
Desperté bañada en sudor y con el corazón acelerado, al darme cuenta que eran casi las cinco de la mañana, me puse de pie, y poco a poco, con el paso de las horas, fui olvidando aquel extraño sueño, pero una pregunta quedó rondando en mi cabeza; ¿Dónde había visto esa cara antes?
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