A través de tus ojos

Hay algo profundamente revelador en cómo un nombre puede mutar cuando lo susurran con ternura. Antes, lo detestaba, lo llevaba como un peso, un eco áspero que nunca resonaba en mí. Creí que cuando lo pronunciaste, fue solo por cortesía, por hábito; después de todo, eso es lo que haces, ¿no?  

Te respondí con frialdad, una muralla de indiferencia. Pero algo cambió. Fue en ese abrazo, en ese instante donde el mundo pareció detenerse, cuando entendí —o quise creer— que había sinceridad en tu voz. Y entonces, mi nombre, ese que siempre me pareció ajeno, comenzó a vibrar distinto.  

Ahora quisiera borrar los otros dos, despojarme de lo que sobra, para que solo quede ese, el que tus labios han hecho suyo. Pero no es tan sencillo; vivo desdoblándome en tres, caminando entre sombras y destellos, buscando cuál de ellos soy.  

Sin embargo, tú sigues llamándome así, con esa misma cadencia, esa misma verdad que me desarma. Y en el fondo, espero que nunca, nunca dejes de hacerlo.