Correos electrónicos y otros monstruos modernos

Correos electrónicos y otros monstruos modernos

Las cifras que marcaban los minutos cambiaron para pasar de cincuenta y nueve a dos ceros. Eran las ocho en punto de la mañana y su silla de trabajo gimió lastimosamente bajo su peso. Con ojos somnolientos y una ausencia total de energía, presionó el botón para encender su ordenador. Mientras el sistema operativo arrancaba, removió inquieta el café con un palito de madera. Tenía muchísimo trabajo. Necesitaba acabar el capítulo de aquel libro conjunto que tenían que publicar para justificar la concesión de un proyecto de investigación, se le acababa el plazo para entregar varias actividades correspondientes al curso de Inteligencia Artificial que había hecho la semana pasada y todavía tenía que preparar las clases de esa mañana. Aunque había intentado desconectar, el fin de semana su teléfono no había parado de sonar insistentemente. No sabía cuántas notificaciones había recibido en las apenas setenta y dos horas que había permanecido fuera de la oficina, así que no le sorprendió encontrarse con la bandeja de entrada de su correo repleta de mensajes.

“URGENTE”, “REUNIÓN DEL EQUIPO”, “CONSEJO DE DEPARTAMENTO”, “ENTREGA PRÁCTICA”, “ACTIVIDADES CULTURALES”, “NUEVOS CURSOS DE FORMACIÓN”, gritaban furiosos los asuntos de los mensajes.

Se frotó lo ojos con fuerza. Definitivamente estaba agotada y seguro que se acababa de emborronar por toda la cara la máscara de pestañas que se había puesto hacía apenas media hora.

“No pasa nada”, se dijo a sí misma. “Vamos al lío”.

Tomó un sorbo de café para infundirse ánimo y, con decisión, agarró el ratón. Miró de reojo el reloj y se prometió que, en media hora, aquella bandeja de correo estaría totalmente limpia y podría continuar con otros asuntos más importantes e interesantes.

Abrió el primero. Era un correo informativo procedente del Vicerrectorado de Actividades Culturales. Algo de no sé qué concierto. Nada importante. Presionó el botón con el dibujo de la papelera y continuó con el siguiente. Era una convocatoria para una reunión sobre la posibilidad de solicitar un jugoso proyecto europeo de investigación. Había llegado el domingo a las 07:37. Definitivamente, su jefe tenía un problema serio con el trabajo. Con un seco “Tomo nota y lo apunto en mi agenda. Un saludo”, resolvió ese asunto y pasó al siguiente.

En apenas cinco minutos había reducido a la mitad el número de correos. Estaba de suerte. Ese fin de semana había entrado mucha morralla. Alguien debería advertir a los diferentes organismos de su universidad que existía eso del derecho a la desconexión, al descanso y a la conciliación. “Ojalá sean mensajes programados y que no haya un ejército de esclavos encerrados en las oficinas de rectorado día y noche”, pensó divertida para sí misma mientras le daba un nuevo sorbo a su café.

Había un correo de un alumno que le indicaba que había estado enfermo y que por eso no había podido realizar la entrega de la última práctica. Era un chico majo que no solía ausentarse, así que tecleó una respuesta amigable, deseándole que se mejorase pronto e indicándole que le enviara por correo la práctica, que no le penalizaría la nota pese al retraso y continuó.

También había llegado una nueva actualización de la página de los cursos de formación del personal docente e investigador. Había programado otro más de Inteligencia Artificial. Ya se había hecho el de divulgación científica y los de generación de vídeos educativos y textos académicos. Y ahora podría hacer el de la generación de imágenes. Sacó la agenda, consultó sus horarios y… ¡Bingo! Justamente estaba libre para la fecha de celebración. Iba a llegar un poco justa de tiempo porque la hora anterior tenía una clase y tendría que salir diez minutos antes de que acabara el curso porque después tenía una reunión. Pero, claro, no podía dejar pasar la oportunidad. Tomó nota de todo, cumplimentó el cuestionario de matriculación y regresó a la pantalla de su ordenador, no sin antes comprobar que ya había pasado media hora y que todavía le quedaban algunos mensajes por ver.

Resopló. “Bueno, no pasa nada”, se dijo a sí misma frotándose la frente. Volvió a beber de su café. Ya estaba frío, pero no le importó. Necesitaba ese chute de energía para poder continuar.

Los siguientes correos eran terribles. Había una convocatoria de un premio que tenía buena pinta, pero no lo podía pedir porque necesitaba un aval que no le iba dar tiempo a conseguir. Su coordinador de área le solicitaba que le indicara sus horarios de clase para poder organizar algunas cuestiones relacionadas con la docencia del curso siguiente (si es que la volvían a contratar, claro). Había un mensaje de su alumno de TFM que le mandaba un primer borrador del trabajo. Abrió el documento adjunto y fingió un llanto repentino. Había hecho muy poco y lo poco que había estaba bastante flojo. “Este no llega a primera convocatoria”, pensó exasperada. Le respondió mecánicamente, indicándole que intentaría corregirle el documento antes del final de semana. No tenía muy claro cuándo lo haría, pero tendría que encontrar aunque fuera media horita para revisarlo…

Había una convocatoria de reunión más, una advertencia de que tenía que renovar los libros de la biblioteca y la primera circular de un congreso de divulgación científica. El plazo de este último terminaba en apenas dos días, pero todavía estaba a tiempo de recuperar aquel tema sobre el que había escrito… ¿No finalizaba hoy también el plazo de entrega de aquel otro congreso sobre estudios con perspectivas de género? El corazón le dio un vuelco. Revisó su agenta y respiró aliviada al ver que tenía hasta 23:59 de ese mismo día para mandar algo. Después de dar las clases de la mañana, de preparar la docencia del día siguiente y de rematar el informe para que el jefe de su equipo de investigación le diera el visto bueno, podría sacar un ratillo para preparar una propuesta de comunicación.

El último correo era una tontería. Algo de un acto institucional. Lo borró sin perder un segundo más y respiró aliviada. Por fin su bandeja del correo electrónico estaba a cero. Sin embargo, eran casi las nueve y media de la mañana. Había perdido demasiado tiempo, y necesitaba ponerse con otras cosas.

Dispuesta a continuar, de repente, la pantalla de su ordenador hizo un pequeño parpadeo, algo prácticamente imperceptible para el ojo humano. Fue apenas una milésima de segundo, pero, cuando quiso darse cuenta, la bandeja de entrada se había actualizado y un brillante número tres, en color rojo, le anuncia que tenía nuevos correos esperando a ser atendidos con urgencia.

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