Bajo el Refugio de sus Alas

Bajo el Refugio de sus Alas

Era una mañana como cualquier otra. Lían despertó y vio su teléfono: 10:30 a.m. No le dio

mucha importancia a la hora porque estaba acostumbrado a despertarse y levantarse al

mediodía. Todas las noches se desvelaba jugando videojuegos hasta la madrugada; incluso

algunas veces se quedaba despierto jugando o viendo videos hasta el amanecer. Siempre se

decía que lo hacía para escapar de su realidad. Era un chico retraído y tímido; por esta razón, no

tenía amigos y se la pasaba todo el día encerrado en su cuarto. Ese día, después de desayunar,

recordó que su compañera lo había invitado a una reunión, aunque a él no le gustaba ir. Pero no

quería faltar a la promesa que le había hecho.

La reunión era por la tarde, así que aún le quedaban algunas horas libres. Entonces, decidió ir a

visitar un pequeño bosque en las afueras de la ciudad. Ese lugar era especial para Lían porque

no era concurrido y era el lugar ideal donde podía estar solo y olvidar los problemas familiares

que atravesaba. Al llegar al bosque, fue hasta un viejo roble que se erguía como un gigante

taciturno en el borde del sendero.

El roble era un árbol imponente, con un tronco rugoso y nudoso que parecía contar historias de

siglos pasados. Sus ramas, gruesas como brazos de gigante, se extendían hacia el cielo,

formando un dosel que filtraba la luz del sol en un mosaico de sombras danzantes. En su base,

un manto de musgo verde y líquenes cubría la corteza. Un hueco en el tronco, tallado por el

tiempo y la lluvia, ofrecía un espacio secreto, un refugio donde Lían podía esconderse del

mundo, acurrucado entre las raíces que se extendían como garras en la tierra. Lían se sentó a los

pies del roble, apoyando la espalda contra su tronco rugoso. El árbol era un guardián silencioso

de sus secretos y sus tormentas familiares.

Todo había comenzado aquella tarde, cuando Lían tuvo una discusión muy acalorada con su

padre. Después de la discusión, Lían salió corriendo sin rumbo fijo, solo quería desaparecer.

Después de un rato, llegó al bosque y se percató de que se avecinaba una tormenta. De

inmediato empezó a buscar refugio y, a lo lejos, vio aquel roble imponente. Se apresuró a llegar

y se refugió bajo el árbol. Con las lágrimas brotando, empezó a llorar por la impotencia que

sentía. Pronto anocheció, pero la lluvia no paraba y él tampoco quería volver a casa. Así que

decidió pernoctar allí. Aunque quería dejar de llorar, no podía; sus emociones reprimidas

afloraron, y se quedó llorando hasta quedarse dormido.

Al abrir los ojos, Lían se encontró envuelto en un manto de luz dorada que se extendía por el

bosque. Los primeros rayos del sol, como dedos de fuego, se deslizaban entre las ramas del

roble, creando un espectáculo de luces y sombras que danzaba sobre el suelo húmedo. El aire

fresco y limpio, cargado con el aroma de la tierra mojada y la resina de los árboles, le llenó los

pulmones de una paz que no había experimentado en mucho tiempo.

El cielo, antes oscuro y amenazante, ahora era un lienzo de colores pastel, con pinceladas de

rosa, naranja y amarillo que se fundían en un degradado suave. El sol, aún tímido, asomaba por

el horizonte, bañando el bosque en una luz tenue y mágica. Las gotas de lluvia, que aún

colgaban de las hojas, brillaban como diamantes, reflejando la luz naciente y creando un

espectáculo de colores que le quitó el aliento a Lían. Un silencio profundo, roto solo por el

canto de los pájaros, llenaba el aire. Lían sintió que la naturaleza le ofrecía un momento de

tranquilidad, un respiro de la tormenta interior. Se quedó un rato más contemplando la maravilla

de la naturaleza, pensando que ese sería su nuevo refugio de sus tormentas.

A lo largo de los días, Lían visitaba el roble todos los días. Cuando estaba alegre, le encantaba

leer un libro mientras escuchaba el canto de los pájaros. En cambio, cuando se sentía triste y

solo, se acostaba apoyando la cabeza en sus raíces y empezaba a contar sus problemas y

desgracias. Aunque siempre había deseado tener a alguien con quien compartir sus experiencias,

había perdido la confianza en encontrar un amigo verdadero después de una decepción. Por eso,

prefería cargar con sus aflicciones, pero ahora tenía ese lugar maravilloso, el roble, donde podía

gritar, llorar, reír y hablar hasta cansarse sin que nadie lo juzgara. Pensaba que ese roble siempre

estaría allí para darle el refugio que necesitaba. Así pasaron los días, que se convirtieron en

meses y los meses en años.

Habían pasado cinco años desde que descubrió aquel roble. Una tarde, regresando de su visita,

recordaba todo lo vivido en esos cinco años. Aunque los problemas familiares no habían

mejorado, al contrario, habían empeorado, pasar las tardes allí se había convertido en un hábito.

Iba todas las tardes después de clases, sin falta. Eso le había ayudado a sobrellevar sus

problemas; tal vez, sin ese lugar, no habría podido superar todo. Los ruidos de la ciudad

interrumpieron sus pensamientos. Al mirar la hora, se dio cuenta de que llegaba tarde a la

reunión, así que decidió apresurarse.

Al caminar unos minutos más, llegó a la casa de su compañera. Tocó a la puerta y, casi al

instante, ella la abrió, lo saludó y lo invitó a pasar. Al entrar, vio al resto de sus compañeros, los

saludó y se sentó. En la reunión, empezaron a planear un viaje a un pueblito mágico a unas

cinco horas de la ciudad. Tenían planeado quedarse una semana. A Lían le encantaba la idea;

pensaba que le daría un respiro de sus problemas, y además le entusiasmaba la idea de viajar de

noche, porque le encantaba contemplar las estrellas.

Después de la reunión, fue a cenar a una pequeña cafetería donde, según él, servían el mejor

café de la ciudad. La señorita lo reconoció, lo saludó y tomó su orden: un chocolate caliente con

una rebanada de pastel. Fue a su mesa habitual. Mientras esperaba, recordó el viaje con sus

compañeros y, sobre todo, el lugar al que irían. Era un lugar muy especial para él, porque allí

nació su interés por la naturaleza y las estrellas. En medio de sus pensamientos, la señorita lo

interrumpió llevándole su orden. Tras un rato, volvió a sumergirse en sus recuerdos de los

mágicos atardeceres y las impresionantes noches estrelladas que ofrecía ese lugar, Valle Estelar,

un nombre que le hacía justicia. Estar allí era mágico: hermosas praderas, el agua cristalina de

un arroyo que corría entre rocas cubiertas de musgo, formando pequeñas cascadas y rápidos que

llenaban el aire de frescura; las orillas adornadas con flores silvestres de colores vibrantes; y

lomas en cuyas cimas, por la noche, se tenía la sensación de poder tocar las estrellas.

Los días pasaron sin novedad para Lían, y el día antes del viaje estaba muy emocionado. Estaba

en su habitación preparando sus cosas cuando entró su madre. Ella había notado que estaba más

feliz y emocionado en los últimos días, aunque no sabía por qué, y se alegraba de ver esa alegría

en su hijo. Esa tarde decidió averiguar el motivo. Sentándose en la cama, le preguntó: «¿Vas de

viaje a algún lugar?». Emocionado, respondió: «Sí, mis compañeros y yo iremos a Valle Estelar,

el lugar al que fuimos cuando era pequeño». La madre recordó aquel viaje maravilloso, uno de

los primeros viajes familiares que habían hecho, cuando las sombras de las discusiones y los

conflictos familiares no existían, pero esos tiempos habían quedado en el pasado.

Al día siguiente, recibió una llamada de su compañera preguntándole si estaba listo para el viaje

y recordándole que solo quedaban un par de horas. Él respondió que sí, que tenía todo

preparado. Después de cenar, Lían se despidió de su madre; se le hacía tarde para llegar al terminal donde le esperaban sus compañeros. Tomó un taxi para llegar lo más pronto posible y,
al cabo de unos minutos, llegó. Bajó del taxi y corrió hacia el autobús, que estaba a punto de
partir. Al subir, saludó a sus compañeros, aunque su asiento estaba lejos de ellos. El autobús
salió de la ciudad aproximadamente treinta minutos después. Lían llamó a su madre para
contarle que ya habían salido y que no se preocupara. Al colgar, empezó a mirar las estrellas,
deseando llegar a su destino para contemplarlas y revivir los recuerdos de su infancia, hasta que,
en medio de sus pensamientos, se quedó dormido.
A la mañana siguiente, una suave y radiante luz rozando su rostro lo despertó, anunciando que
faltaban pocos minutos para llegar. Emocionado, mirando por la ventana, se dio cuenta de que el
pueblito no había cambiado; su magia seguía intacta. Al llegar, bajaron sus cosas y fueron a un
hotel donde ya tenían habitaciones reservadas, pues el lugar era muy concurrido por turistas.
Después de dejar sus pertenencias, fueron a desayunar. Luego, salieron a recorrer el pueblo y
quedaron maravillados por las praderas, como pintadas con un verde claro, adornadas con
árboles que daban tonos más oscuros, y las vacas que pastaban tranquilamente. Al atardecer,
todos estaban emocionados por ver las estrellas, la principal atracción del lugar, así que fueron a
uno de los cerros que rodeaban el pueblo, tomando un pequeño camino. Media hora después,
llegaron a la cima de la loma y quedaron asombrados por la hermosa vista y el encantador
atardecer. Unas horas más tarde, las estrellas y la luna empezaron a aparecer, dando vida al cielo
despejado. El cielo ofrecía un espectáculo inolvidable, que los dejó sin palabras.
Pasadas algunas horas, el sueño les recordó que era hora de regresar al hotel, sobre todo porque
estaban cansados del viaje. Empezaron a bajar, excepto Lían, que quería quedarse un rato más
contemplando las estrellas. Les dijo que bajaría en unos minutos. Las horas pasaron tan rápido
que ya era medianoche y él no se había dado cuenta. Al levantarse, se percató de que se había
olvidado la linterna; para empeorar las cosas, su teléfono estaba a punto de apagarse. Empezó a
bajar con la luz de la luna, con algunas dificultades porque el camino no se veía bien, pero logró
descender.
Había descendido una gran parte de la loma cuando se dio cuenta de que, del otro lado del
camino, se acercaba una luz. Decidió esperar, ya que más abajo el camino estaba lleno de
árboles y la luz de la luna no podía guiarlo. Al cabo de unos minutos, se encontraron. Al verlo,
la persona gritó del susto, pues no esperaba encontrarlo. Por el grito, Lían se dio cuenta de que
era una chica. Inmediatamente dijo: «Perdón por asustarte». Ella respondió: «¡Idiota! Casi me
matas del susto». Él dijo: «Perdón de nuevo. Me llamo Lían y mi celular se quedó sin batería, así
que me quedé varado y estaba tratando de bajar con la luz de la luna, pero me caí varias veces.
Cuando vi tu luz, decidí esperar para preguntarte si podía acompañarte, ya que más abajo el
camino se pone más peligroso».
Ella respondió: «Eso no justifica que andes por ahí asustando a la gente. Al menos avisa de tu
presencia».
Lían: «Pensé que, como llevabas una linterna, te darías cuenta de mi presencia».
Ella: «Tal vez me hubiera dado cuenta si no hubieras estado quieto ahí como un árbol, sin
moverte. ¡Por Dios! Hasta un árbol emite un leve movimiento con la ayuda del viento».
Lían: «Por tercera vez te digo que lo siento. —con un tono burlesco— ¿Y por segunda vez te
pregunto, puedo acompañarte, por favor?».
Ella: «Bueno, está bien».
Al principio, ambos caminaban en silencio; solo se escuchaban sus pasos y el canto de los
grillos. Lían quería romper el silencio, pero no sabía qué preguntarle, hasta que se le ocurrió una
pregunta: «¿Por qué estabas descendiendo sola a estas horas? ¿No tienes miedo de que algo te
pase?».
Ella: «Bueno, mi abuela vive aquí y vine a visitarla. Como no conozco a nadie en el pueblo, no
había quien me acompañara. Decidí venir sola a ver las estrellas y no me di cuenta de la hora.
Además, como crecí aquí desde pequeña, no me da miedo porque conozco muy bien el lugar.
Hasta hoy, nadie se había parado en mi camino como una estatua para asustarme».
Lían: «Jaja, ¿cómo te llamas?».
Ella: «Perdón por ser maleducada, pero del susto se me olvidó presentarme. Soy Katheryn. Tú te
llamas Lían, ¿verdad?».
Lían respondió con una sonrisa: «Sí, un gusto conocerte».
Katheryn: «¿Y tú, por qué estabas solo y asustando a la gente?».
Lían: «Estaba con mis compañeros, pero decidí quedarme un rato más porque quería seguir
viendo la hermosa manta de estrellas. Y, como te mencioné antes, no me di cuenta de que la
batería de mi celular se estaba agotando. Así que decidí bajar a oscuras porque no me quedaba
otra opción».
Katheryn: —entre risas— «No eres el único al que le pasa eso. A mí también me sucedió una
vez, y desde entonces siempre llevo una linterna conmigo. ¿De dónde eres?».
Lían: «Soy de San Gabán, y vine de viaje con unos compañeros».
Katheryn: «Entiendo. Imagino que estás en tu último año».
Lían: «Sí, ¿cómo lo supiste?».

Katheryn: «Porque son los de último año los que usualmente hacen estos viajes, como un ritual
de despedida».
Durante el camino, se fueron conociendo más, hablando de sus gustos, pasatiempos y sueños.
Lían pensó: «Ella es completamente desconocida, pero estamos hablando como viejos amigos
que no se veían desde hace tiempo». Para él, era una sensación extraña, porque nunca había
compartido tanto con nadie. Con sus compañeros hablaba, pero solo de cosas superficiales. Sin
embargo, con Katheryn todo había cambiado. Era raro, pero le encantaba esa sensación de poder
compartir todo lo que había reprimido. En un instante, recordó el árbol donde solía desahogarse.
Al llegar al pueblo, quería seguir hablando, pero era tarde, así que acordaron verse al día
siguiente.
Al día siguiente, después de desayunar, Lían sintió la presión de sus problemas y decidió ir a la
plaza que había visto al llegar. Se sentó en un banco vacío, con la mirada perdida en las rosas
que crecían allí, sumergiéndose en sus pensamientos. No estaba seguro de cómo resolver sus
problemas, pero su mente le repetía que huir no era la mejor solución. Al rato, su compañera,
Brit, apareció e interrumpió su trance con una pregunta: «¿En qué piensas?».
«En nada —respondió con una sonrisa—, simplemente contemplaba la belleza y la fragancia de
las rosas. Qué profundo».
«Bueno, más tarde las sigues admirando. Ven, vamos, que se nos hace tarde y hay varios lugares
que conocer todavía».
Lían: «Claro, pero hay un pequeño problema».
Compañera Brit: «¿Qué pasa? ¿Te sientes mal?».
Lían: «Sí, es que ayer conocí a una amiga y quedamos en encontrarnos para que me enseñe el
pueblo, porque ella es de aquí».
Brit: «Ah, picaron. No pierdes el tiempo, pero bueno, está bien. Diviértete».
Al despedirse de Brit, Lían llamó inmediatamente a Katheryn. Después de un par de timbradas,
respondió del otro lado del teléfono: «Hola, ¿disculpe, con quién me comunico?».
«Hola, soy Lían, el chico perdido en el bosque. ¿Me recuerdas?».
Katheryn: «Claro, ¿cómo olvidar? Me diste el susto de mi vida. Nuevamente, perdón por lo
ocurrido».

Lían: «Pero, ¿te acuerdas de que teníamos que salir hoy?».
Katheryn: «No te preocupes, sí me acuerdo. Me comentaste que querías conocer el lugar».
Lían: «Sí, claro, no te olvidaste».
Katheryn: «No, ¿cómo crees? Pero ahora mismo estoy un poco ocupada. ¿Te parece si nos
encontramos en la plaza dentro de una hora?».
Lían: «Claro, por mí perfecto. Okay, entonces ahí nos vemos».
Al llegar a la hora acordada, se saludaron. Inmediatamente, Lían preguntó: «¿Bueno, ¿cuál es el
plan?».
Katheryn respondió: «El plan es que conozcas los lugares más icónicos y ocultos de este bello
pueblo. Aunque es pequeño, tiene muchos lugares mágicos por descubrir. Así que vamos.
Primero iremos al mirador; de camino, cruzaremos una hermosa pradera, y al llegar, tú mismo
lo juzgarás».
En el camino al mirador, se fueron conociendo más, compartiendo pequeños fragmentos de sus
experiencias, gustos y tragedias, entre carcajadas y juegos, surgiendo una confianza mutua y una
amistad sincera. Al llegar al mirador, Lían se quedó sin palabras al ver la mágica e imponente
vista. Se sentía en una película de fantasía, con la bella naturaleza; las montañas parecían tocar
el cielo y acariciar las nubes, y las praderas, pintadas uniformemente de un verde claro que
brillaba a la luz del sol. Como bien dijo Katheryn, no había palabras para describir lo que estaba
viendo.
Ambos se sentaron para pasar un rato conversando sobre sus gustos y disgustos. Lían se sentía
muy cómodo y a gusto con su compañía; sentía que, por primera vez, había encontrado a
alguien que lo escuchaba y entendía de verdad, sin miedo a ser juzgado. Ambos se rieron de
algunos momentos difíciles que habían atravesado. En ese momento, Lían pensó que nunca se
había puesto a pensar que podía reírse de sus problemas, pero a su lado era especial; hacía que
sus problemas pasaran a un segundo plano, sin perturbar el momento.
Así pasaban los días, conociendo lugares y descubriendo sus maravillas. Al mismo tiempo,
ambos se conocían más, mostrando sus miedos, alegrías y demonios internos, encontrando
refugio mutuo el uno en el otro. Llegó el último día, y el tiempo, susurrando al oído, les
recordaba que quedaban pocas horas para separarse. Ambos, conscientes de la inminencia de la
despedida, no querían separarse. Decidieron, entonces, poner el tiempo en un segundo plano y
disfrutar como si nunca se fueran a separar. Ese día, se perdieron juntos en el bosque. Después
de caminar durante treinta minutos por un sendero estrecho, llegaron a un árbol de magnolio.
Ambos pensaron que sería un buen lugar para hacer un pícnic. Sacaron las cosas y disfrutaron
de un día soleado, aunque a lo lejos unas nubes grises anunciaban una tormenta inminente.
Siguiendo su acuerdo de que nada interrumpiría ese día, continuaron con su plan.

Lían le comentó que, en el lugar donde vivía, había un árbol donde se refugiaba cuando tenía
peleas con su padre. «Era mi único refugio; me sentía en paz y tranquilidad, como si todos mis
problemas desaparecieran, sentía el abrazo de aquel árbol viejo con sus enormes ramas. Pero
ahora que te conocí a ti, y en este poco tiempo, volviste a ser mi mejor compañía. Sabes, te
dediqué un poema», mencionó.
Ella: «Qué lindo detalle».

Un Tesoro Encontrado
Dicen que hallar una amiga,
es encontrar una joya brillante,
pero yo, náufrago en la vida inmensa,
encontré un tesoro, un regalo constante.
Perdido en el mar de la incertidumbre,
a merced de olas de duda y temor,
mi barca, pequeña y frágil,
a punto de sucumbir al dolor.
Las tormentas azotaban sin cesar,
la esperanza, un susurro lejano,
hasta que un día, sin fuerzas, te vi,
refugio en tu isla, un puerto seguro y sano.
Tu mano amiga, un alivio celestial,
descanso a mis males, consuelo profundo,
ángel guardián, alas protectoras,
que me resguardan de todo mal, de todo mundo.
Contigo, mi amiga, mi tesoro preciado,
mis demonios internos encuentran paz,
en tu presencia, un lugar seguro,
donde el miedo se desvanece, y la calma se alza.
Gracias, ángel guardián y amiga fiel,
por tu amor, tu apoyo, tu luz inmortal,
en ti encontré más que una joya,
un tesoro que enriquece mi alma, mi ser, mi ideal.

Katheryn se emocionó hasta el punto de llorar. En ese instante, la tormenta los alcanzó y
tuvieron que volver al pueblo. Pero, conscientes de que no podían escapar de la lluvia, decidieron disfrutar de su última caminata juntos. En esa semana, habían creado una amistad
pura y leal. Al llegar al pueblo, ninguno quería despedirse, pero ambos sabían que tenían que
hacerlo. Lían le dijo: «Gracias por tu amistad y por ser mi guía toda esta semana. No pude haber
tenido mejores vacaciones que estas, y haberte conocido fue lo mejor, amiga».
Ella respondió: «Es triste la despedida. Disfruté toda esta semana como nunca, pero es hora de
que cada uno tome su camino, y es doloroso saberlo. Pero creo que, de cierta manera, siempre
estaremos conectados gracias a la tecnología. Así que te quiero mucho, amigo, y ten un feliz
viaje mañana».
Al día siguiente, partieron de madrugada para llegar temprano a la ciudad. Lían llamó a
Katheryn, pero no respondió. Pensó que estaba dormida, así que solo le dejó un mensaje de que
ya se iba y que la llamaría al llegar. En el camino, se quedó completamente dormido. Al llegar al
paradero de autobuses, su madre lo estaba esperando. Feliz de verla, corrió a abrazarla. Ella le
preguntó cómo le había ido en el viaje, y él respondió que todo maravilloso, que había conocido
a una amiga. Le devolvió la pregunta: «¿Y a ti, mamá, cómo te fue esta semana en mi
ausencia?». Ella dijo: «Todo tranquilo, hijo, sin ninguna novedad».
Después de almorzar, al ver que Katheryn no contestaba sus llamadas ni mensajes —pensando
que debía tener un día ocupado—, decidió ir a visitar el roble viejo para pensar un rato y tal vez
terminar el libro que había dejado a medias. Al acercarse al lugar, una extraña sensación lo
invadió; sintió que algo había ocurrido. Se detuvo un momento para procesar esa sensación y,
después de un respiro, decidió seguir caminando. Grande fue su sorpresa al ver que el
imponente roble había cedido a las fuerzas de la naturaleza y el tiempo; yacía en el suelo,
descomponiéndose. Con inmensa tristeza, se sentó allí. El árbol que le había dado refugio
tiempo atrás ya no estaba. Después de un rato, decidió levantarse, ponerse sus auriculares y
regresar a casa a descansar. Fue entonces cuando, cruzando la calle sin prestar atención, no se
dio cuenta de que un coche venía a toda prisa y no pudo frenar a tiempo, atropellándolo.
Cuando despertó, Lían se encontraba en una habitación de hospital, con dolores por todo el
cuerpo. Inmediatamente le preguntó a su madre: «¿Qué me pasó?». Su madre le mencionó que
había tenido un accidente. Él interrumpió: «Claro, ya me acuerdo; iba cruzando la calle cuando
sentí un fuerte impacto». Su madre, confundida, le preguntó: «¿Lían, ¿no recuerdas lo que
realmente pasó?».
Lían: «Sí, mamá, por eso te digo que un auto me atropelló».
Mamá: «Eso no fue lo que realmente pasó. Esa noche, cuando fueron a mirar las estrellas y tú te
quedaste, al bajar en la oscuridad resbalaste y caíste por un barranco, golpeándote fuertemente
la cabeza y sufriendo múltiples rasguños causados por las ramas de un árbol que amortiguó tu
caída».
Lían: «No, mamá, eso no fue lo que pasó. Yo regresé del viaje, fui al bosque de la ciudad y, al
regresar, por mi descuido, un auto me atropelló» Cuando entró el doctor, al saber que Lían había despertado, la madre le pidió que le dijera qué
fue lo que realmente pasó.
Doctor: «Lo que tu madre te dijo es la verdad. Tus compañeros, al ver que se hizo muy tarde y
tú no regresabas, fueron a buscarte y te encontraron inconsciente al pie del barranco. Llamaron a
la ambulancia del pueblo y te trajeron aquí. Llevas cuatro días sin despertar debido al fuerte
golpe en la cabeza que sufriste al caer».
Al escuchar las palabras del doctor, Lían empezó a cuestionarse si lo que recordaba era solo una
escena creada por su mente. Pero, al mismo tiempo, se decía que eso no podía ser, porque todo
era tan real que podía sentirlo y recordarlo claramente. Los dos días siguientes que permaneció
en el hospital, estuvo pensativo, deseando que le dieran el alta para poder ir a ver el roble. Si lo
que el doctor decía era verdad, entonces nunca había ido a ver el roble y, por lo tanto, este no
debería estar caído, como él recordaba en sus «sueños».
Cuando finalmente salió del hospital, al llegar a casa le pidió permiso a su madre para visitar el
bosque, ya que quería aclarar sus recuerdos, pues tenía algunos perdidos. Como el doctor le
había mencionado a su madre que Lían podía continuar con su vida sin restricciones, ella no vio
la necesidad de negarle la visita. Pero antes, le preguntó a su madre por su celular. Ella
mencionó que, cuando le entregaron sus pertenencias en el hospital, el celular no estaba; así que
pensó que se lo había quedado donde tuvo el accidente.
De camino al bosque, Lían pensaba en los sucesos contradictorios que le habían ocurrido: estar
en coma durante cuatro días y haber conocido a una excelente amiga, solo para descubrir que
todo había sido un estado de limbo en su mente. Con todos esos sucesos, quería contarle al viejo
roble todo eso, ya que hablar de sus problemas le despejaba la mente y le permitía pensar con
mayor claridad en cómo afrontar los acontecimientos. En ese momento, vio desde lejos que la
copa del imponente roble había desaparecido. Inmediatamente, empezó a correr. Al llegar, vio
que, tal como recordaba, el árbol se había desplomado y yacía tendido en el suelo. Con más
preguntas que respuestas, se acercó. A unos metros del tronco, distinguió la silueta de una
cabeza recostada detrás de él. Se dispuso a mirar con detenimiento: una cabellera larga y
brillante, con una boina cubriendo la cabeza. Cuando estaba a punto de irse, ella se dio cuenta
de su presencia, giró la cabeza suavemente y dijo: «¿Disculpa, ¿estás perdido?».
Él se quedó en silencio un rato, tomó aire y respondió: «No, para nada. De hecho, conozco muy
bien este lugar».
Ella: «¿Entonces, ¿por qué me estabas espiando?».
Él: «No, nunca fue mi intención. Es que yo solía venir a este lugar para leer, meditar y encontrar
un momento a solas; era perfecto porque este árbol me brindaba refugio bajo sus ramas».
Ella: «Entiendo, perdón por pensar que eras un acosador. Me llamo Katheryn. Bueno, pensé que
yo era la primera en descubrir este lugar, ya que está bastante adentrado en el bosque; pensé que
nadie más vendría por aquí».

Él: «¡Katheryn?».
Ella: «Sí, ese es mi nombre» (mencionó sonriendo).
Fue en ese momento que Lían se fijó bien en los rasgos de la chica y se dio cuenta de que era
idéntica a su amiga Katheryn, a la que había conocido en sus «días de sueño profundo», como él
llamaba a los días que permaneció en coma.
Lían: «Mucho gusto, me llamo Lían, y perdón si te asusté con mi presencia».
Katheryn: «No te preocupes, ya pasó. Bueno, mencionaste que conocías el lugar muy bien.
Cuéntame, ¿cómo lo descubriste?».
Lían: «Es una historia superlarga. ¿Por qué mejor no me cuentas tú cómo descubriste el lugar?
Después yo te cuento».
Katheryn: «Fue hace cinco días, cuando estaba atravesando por momentos difíciles y quería
desaparecer del mundo, escapar de la caótica ciudad. Fue entonces que me adentré en el bosque
y, después de unos minutos, encontré este pequeño sendero que lleva hasta aquí. Además, este
roble, cuando llegué, aún estaba de pie, invitándome a descansar bajo su sombra. Así fue que
empecé a venir todos los días, y fue ayer que me di con la sorpresa de que se había desplomado
por los fuertes vientos de la noche anterior. Ahora sí, cuéntame tú».
Lían: «Es curioso, pero es muy parecido a cómo tú lograste llegar a este lugar».
Así como sucedió en los sueños de Lían, empezaron a conocerse y surgió una chispa de amistad
que, con el tiempo, se convirtió en una llama; una amistad que surgió de los sueños de Lían para
que el destino la plasmara tal y como la había soñado. Pero en su vida real, esta vez sin sueños
ni anhelos de tener una amistad, simplemente ambos se habían encontrado para resguardarse el
uno en el otro, encontrando finalmente paz en sus vidas, que habían estado llenas de tormentas.

“y si tú no existieras, simplemente te crearía en mis sueños,
Porque eres la realidad, de una amistad soñada, Katheryn”

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS