Llueve fuerte, por primera vez en mi vida veía algo así, que mojara mis ropas, que me hiciera pensar en el estado de los habitantes de mis bolsillos, salud de quienes corroboré con el palpar de mis dedos, suave y sigiloso,pues algunos eran valiosos. Muy cuidadoso.

Tenía ahora que recordar el sonido externo. pues enmudeció cuando entré. Recordarlas golpeándose entre ellas, una con otra, y muriendo donde quisiesen, o donde tuviesen suerte. Solo imaginaba. Estaba ahora en esta gran cápsula casi abandonada, viendo el caos por la delgada invisibilidad tangible.

De pronto ya no estaba, es decir, seguía abandonado, pero de pronto era triste, ¿Que más triste que la muerte de miles de mini esferas traslúcidas indispensables para la vida? La muerte de ninguna. Solo eso podía serlo, un negro cielo callado, antipático. También solitario, sin compañeras resplandecientes que, aunque lejanas en este espacio que llamamos realidad, tan cerca ante los ojos de todos. ¿Entonces cuál es la realidad? Podía ahora escuchar un rugir molesto que se impregnaba mi puesto, me hacía vibrar, cual lengua de una serpiente repitiendo la S en posición agresiva. Entonces volvía la lluvia ante mis ojos,  volvía a mí. Pero yo no quería volver. En realidad quería volver, allá donde estaba, así que forcé. A vislumbrar las calles. el Parque de la bandera, que era el fin de la decencia, de departamentos acomodados y parques bien regados, pues luego venía el amarillo tenebroso, dejando atrás el verde. Paredes grises, personas tambien. Luego atravesar Malvinas sin pegar ojo, curioseando las morbosidades de nosotros los humanos. Como las prostitutas enfiladas, previas a 2 de mayo, los ladrones marcando el óvalo, ojeando a los rezagados embriagados que iban en zig zag, los bastardos descarrilados abrigando sus bocas con humo y sus cuerpos con cartón. Sacando de este inmenso saco al camión de la basura, que daba tranquilidad y señales de una vida honrada. Entonces mi corazón de ahi, Ni siquiera estaba allí. Andaba en lo previo, en las sonrisas avergonzadas, acompañadas de un rubor jovial, en los chistes inocentes, con ademanes chistosos. En aquellas manos entrelazadas que seguían vívidas ante mis ojos. Manos que yo apretaba, solo yo. En esa belleza inmarcesible dentro de mi percepción. Dientes de león, que mueren por las brisas. Todo se acabaría cuando yo quisiera,  Y cuando yo quisiera, la recibiría de nuevo con la cara abierta. Aunque mis brazos se mantendrían cruzados

Quizá por el rechazo mudo cotidiano, por el pecado de la incertidumbre, por el callar del amor. 

Volvieron las muertes, cayendo delante de mí, y yo inclinado, apoyando la cabeza, como apreciándo. Pero apreciaba otras cosas, fuera de aquí, fuera de esta realidad, de este presente. Me apoyaba para perderme. ¿Donde estoy? 

Aún en Concilazione, entonces me pierdo.

Tal vez por allí , tal vez por allá, tal vez cercano a ese descampado, no tan profundo, donde era curioso atrapar siluetas, inventarme nombres, familias enteras, tragedias, estaba en mi hacerlo, por pura inercia. El tiempo vuela así, como ahora. Entonces, allí sabía que bordeaba Caquetá, que ahora tocaba ir de frente, como se debe ir siempre, muy de frente, hasta que, llegando al cuartel, doblaba. Pienso que uno se debe doblar siempre para llegar a donde quiere. Así iba yo, y así llegaba a donde quería. Gracias a este doblez, sabía lo cerca que estaba, y me emocionaba, pintaba las predicciones exageradas de mi mente con colores vivos y agradables a la vista, todo muy estético, incluso en los escenarios donde me atravesaba la hoz del destino. Pues esto era lo que me había dejado aquel día seguramente, un buen sabor de boca, unas pupilas brillantes y un latir bien inspirado.

Pero, ¿de que sirvió todo eso? ¿A donde me llevo todo eso? 

Ya no hay más cadáveres delizándose por las pistas. Y han mermado los gritos. Ahora estoy en Cairoli, y debi quedarme en Cadorna, tan similares, tan cercanas. Si fuese medio ciego y medio sordo, no sería muy preciso. Pero al ver y oír doble, no lo soy jamás.

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