Víctor puso el pie en el restaurante bien pasadas las once, o quizás eran ya las doce; no sabía. Atraído por unos neones en la puerta del local, situado en la zona de moda de la ciudad, se aventuró a entrar con la esperanza de tener mejor suerte con la cena que con la cita de la que acababa de despedirse.
Al mismo tiempo, Bárbara dejó de secar la vajilla detrás de la barra cuando la puerta de entrada chirrió y dirigió una mirada de hastío al cliente que entraba a deshoras. Ya no quedaba nadie dentro, la música de fondo sonaba vacía como el local, ella era la encargada de cerrar aquel día. La sorpresa fue mutua cuando ambos cruzaron sus miradas.
—Vaya, vaya… No sabía que trabajabas aquí —dijo él con una sonrisa difícil de descifrar.
—Y yo no sabía que eras de los que gustan de la cocina vegetariana —ironizó ella.
—¿Vegetariana? Con las ganas que tenía de un buen bistec…
—Por qué no me sorprende. Siempre carnaza —dijo Bárbara en un tono bajo, pero lo suficientemente audible para que Víctor la escuchara—. Aquí no servimos carne. Me temo que no te voy a poder ayudar.
—»Aquí no servimos carne»… —repitió él con tono burlón y contrariado—. Menudo coñazo. La carne es la que da intensidad a una buena cena.
—Pues resulta que no hace falta hacer sufrir a ningún animal para que tu paladar disfrute —respondió ella. Las cervezas que se había ido tomando en pequeños momentos durante la noche le estaban empezando a soltar la lengua—. Tendrás que irte o conformarte con algo más ligero.
—La carne forma parte de nuestra cadena alimenticia, es completamente natural. No sé a qué viene tanto alboroto ahora —siguió Víctor, cogiendo carrerilla en su argumentación—. No soporto, de verdad, el buenismo de hoy en día.
—Ya sé que, si fuera por ti, siempre sería carne, carne y más carne. ¿Sabes? Hay otras cosas. La verdura es más compleja a la hora de cocinarla y tiene muchas más texturas y matices.
—Pues no te importaba comer carne cuando estábamos juntos.
—Es posible, pero la gente cambia.
El silencio cayó con rotundidad entre los dos y les hizo sostenerse la mirada.
—Mira, tengo una idea. Voy a prepararte algo que quizás te guste.
Bárbara desapareció unos minutos y volvió con dos copas de vino y un plato, que dejó en la barra delante de Víctor con un golpe seco. En el plato descansaba una humeante longaniza de tofu, trinchada, torcida y con un aspecto ridículo.
—Muy sutil… Siempre has sabido tener la última palabra —Víctor la miró, sonriendo con cierto aire de resignación.
—Y tú siempre supiste cómo ignorarla —dijo ella, acercando las dos copas y ofreciéndole un brindis a su expareja.
—Por la verdura y los paladares insatisfechos —sentenció él y las copas hicieron resonar su cristal.
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