En una de estas mañanas frías que están haciendo, y sin ningún pronóstico de hacer algo en mi día de descanso, tomé mi baño habitual y me puse la lencería más cómoda que tengo: mi top rojo con transparencias, con corazones, y una tanga sin costuras roja que tengo en mi closet especial. Son lo más cómodo que puedo tener en el día de solo Netflix. Cuando me dispongo a acostarme en mi cama, me llaman de la portería; que llegó algo así que lo dejé pasar. Tomé mi bata de satín roja para poder revivir lo que me había llegado.
Tocan el timbre, abro, y para mi sorpresa, me sale un gemido en vez de un «hola». No puedo creer que en frente de mí y en mi día de descanso está mi dios vikingo. No sé cuánto tiempo me quedé contemplándolo hasta que él sonríe. No sé cómo puede este hombre generar tanto en mí. En medio de su sonrisa, me pregunta: «¿Puedo pasar?». Yo solo puedo mover mi mano para que entre. Cierro la puerta, él me da su bolso, lo acomodo en una silla del comedor y me dice que si puede lavarse las manos. Le digo que sí y que si desea tomar algo. Me dice que agua, así que voy a la cocina por su agua.
Mientras él lava sus manos, termina de hacerlo y toma asiento en toda la mitad del sofá cama; mi sala es el único lugar más fresco de mi casa. Le paso el vaso con agua, temblando aún por la sorpresa. Lo toma, y como es de costumbre, la pregunta que él me hace es: «¿Cómo estás?». Con mi más sincero gesto, le digo que muy sorprendida de verlo, ni en mis mejores sueños lúcidos pensé en tenerlo a él solo para mí, en mi casa.
Me mira y me sonríe, y con ese simple gesto no me puedo contener, así que me acerco a él quedando enfrente de él en el sofá. Me quito el camisón y quedo en lencería frente a él; pongo una de mis piernas en la mitad de las suyas y me inclino a besarlo. Sus labios, suaves, son perfectos; puedo sentir su calor, su olor. Pone una de sus manos en mi cuello mientras yo tomo la otra y la paso por mi pecho. Hago que sienta mi seno izquierdo, que sienta lo agitado que está mi corazón, lo duro de mis pezones; que la palma de sus dedos sienta la textura de mi cuerpo. Pasado su mano por mi abdomen mientras el beso sigue, llega a mi monte de Venus y al llegar, se detiene. Con la fuerza de dios que tiene, me tumba a su lado. Al caer se para el beso y me sale un gemido. Quedo con la pierna que tenía en la mitad de las suyas en el suelo, mientras la otra queda encima del sofá. Quedo totalmente expuesta a él. En ese momento, nos volvemos a besar, y su mano entra en mi panty.
Con las palmas de los dedos, de la mitad, los pone en «V» para que cada dedo toque uno de mis labios internos. Al bajar suave y lentamente sus yemas, siente lo húmeda que me tiene, humedece sus dedos y los mueve en círculos de arriba abajo entre mis labios. Siento que voy a estallar en un orgasmo profundo; me tiene tan excitada que solo puedo sentir sus manos. Ya no siento el beso; lo único que siento y deseo es llegar.
Y es en ese momento donde empiezo a tener un orgasmo profundo. Empiezo a sentir las contracciones en mi pussy y él también, así que, sin dejarme de estimular, aprovecha para meterme sus dedos justo en el momento perfecto, donde puede sentir todo lo que ha logrado en mí. Siento en ese momento que es el más largo que he tenido en mucho tiempo de no verlo. Al terminar, en el momento en el que mi vista por fin recobra el enfoque y lo veo a los ojos, saca sus dedos de mí y, con sus dedos llenos de mi orgasmo, me prueba y me dice algo que hace mucho no escuchaba de él: ¡Qué puto sabor tan delicioso! Es justo en ese momento donde la emoción de su sorpresa hace que me ponga encima de el, con mis manos sobre su cuello y mi cabeza en su pecho, dándole un abrazo que hacía mucho necesitaba. Es donde nos quedamos en silencio por un largo tiempo.
Es la incomodidad de mis pantys lo que me hace apartarme de él; estaban tan mojados que realmente eran incómodas en ese momento. Así que, sin decir nada, me levanto a tomar una ducha rápida mientras él esperaba en la casa. Y bueno, lo de rápida lo pensé yo, ya que al escuchar el agua caer, apareció en mi baño con su cuerpo completamente desnudo para mí. Verlo totalmente erecto hizo que mi boca babeara de deseo por él. Así que ingresó al baño, le di espacio en la ducha y el agua le empezó a caer. Solo podía contemplarlo todo; mi boca deseaba tenerlo todo para mí. Así que, sin dudarlo, me acerco, lo beso bajo el agua, lo toco con mis manos: su cara, su cuello, hombros, pecho. Mientras también voy besando esas partes, me deslizo y pongo mi mano derecha en su gran erección. Al ver su pene duro, dispuesto para mi boca, esta se hace agua. Como me conoce bien, sabe cuál es mi intención y, sin esperarlo, me voltea hasta quedar de espaldas para él, contra la pared. Me tiene, toca mis senos mojados y pone su mano en mi cuello, mientras con su otra mano acomoda su pene hasta quedar listo para entrar en mí. Estando yo un poco empinada, ya que él es más alto que yo, y como ambos estamos con este deseo de tenernos en esta posición, solo puedo esperar a sentirlo dentro de mí. En ese instante, en el que me embiste por primera vez en ese día, con su pene totalmente duro y húmedo para mí, sale de mí el gemido más profundo de ese día, el cual repite con intensidad más pausada y que cada vez se acelera más. Con más intensidad, más profundos e intensos son mis gemidos. De mi boca es inevitable contener la saliva; sale de ella. Siento que estoy a punto de llegar por segunda vez, y es en ese instante donde se incrementan las contracciones al llegar nuevamente a un profundo y delicioso orgasmo, el cual puedo sentir que su pene y él disfrutan tanto como yo. Cuando terminó, me zafó de él y me arrodillo ante él. Con una mano tomo su pene, lleno de mí y aún duro; con la otra siento todo su pecho, o lo poco que puedo tocar. Quedó muy pequeña ante él. Con mi boca llena de agua, tomo su pene y muevo mis labios, lengua y mano en sincronía. Entiendo todo en su totalidad, deseando que llegue para mí. Es inevitable mirar hacia arriba y ver su cara de placer, lo que hace que de mí aún salgan gemidos. Con su mano en mi cabello y la otra contra la pared, más su expresión, sé que está a punto de llegar para mí, de ser todo en ese momento para mí. Saborearlo en ese instante, todo para mí, es delicioso; su sabor dulce es una delicia para mí. Verlo como me mira mientras trago en ese momento es el clímax más excitante que tenemos juntos. Al lograr el cometido, lo dejó libre y le sonrío. Me paro y salgo de la ducha, tomando mi toalla sin decirnos nada. Salgo en busca de una para él; al volver de la paso, aún no nos decimos nada. Me veo al espejo y estoy roja. En definitiva, esta quema de calorías es necesaria, es lo que pienso. Aún estoy muy nerviosa; tiemblo aún por su sorpresa y todo lo que en el día de hoy este dios vikingo me ha hecho disfrutar y sentir.
Sale de la ducha y nos sentamos en el sofá, él sentado y yo, para disimular mi nerviosismo, me acuesto un poco alejada de él. Tenemos un silencio; no pienso en nada y creo que él igual. Existimos por un rato; ni él habla ni yo tampoco, hasta que él rompe el silencio y me dice: «Pensé que esto no volvería a suceder», a lo que no supe qué decir, pero sí qué hacer: lo abracé. La intimidad que tenemos es maravillosa, pero abrazarlo y solo sentirlo para mí se siente como cuando uno llega muy cansado de un lugar, se quita los zapatos y se tumba en la cama. Se siente como un lugar seguro, en paz, tranquilo. Todo esto lo interrumpe un sonido en mi estómago; tanto placer me dejó con hambre, así que me río y le digo: «Vamos a comer algo, que con tantas situaciones juntas puedo desmayarme fácil». Él se ríe con sus dientes perfectos, se muerde los labios y asiente. Él se viste y yo busco qué ponerme; lo fácil que encuentro es un vestido del GYM blanco y otras pantys sin costura. Me visto, tomo mis llaves, billetera y móvil, y llegó de nuevo a la sala. Él ya estaba vestido, así que salimos. Miramos al cielo a la vez y estaba haciendo un sol. A lo que le dije: «Esta mañana ese sol no estaba y ya está en todo su apogeo». Y como buen paisa, me dice: «Eso es para llover». Ahorita me río y le dije: «No se ven ni las nubes». Y él, con un aire de «yo lo sé todo», me dice: «Bueno, no me crea, pero va a llover». Me río; me encanta que nunca nos damos la razón. Al pasar la calle, le tomó el brazo, pero él me toma la mano. En ese momento, me sentí el ser más afortunado del mundo.
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