Aventureros en la Taberna
La Lombriz Flaca era la última posada adecuada a lo largo de la carretera entre el reino fronterizo de Nalin y las Tierras Silvestres del Este. Como tal, muchas partidas de aventureros pasaban por allí en su camino para buscar fortuna, destino, o al menos una muerte interesante. Pero alguien tenía que hacer funcionar ese lugar, y durante los últimos años, esa persona había sido Ilae.
Ilae había sido una de esos aventureros. Junto a sus compañeros, había logrado sacar una pequeña fortuna en monedas de oro de una ruina embrujada, y su parte fue suficiente para comprar la posada. Así que se estableció, contrató a algunos personajes de aspecto dudoso como personal, y se puso a dirigir el mejor centro de aventuras de la región. La posada contaba con un establo, un bar completamente abastecido con varias atractivas camareras, una cocina que podría alimentar a una multitud hambrienta de ogros, y habitaciones en el piso de arriba para alquilar por la noche o la semana. También había muchos rincones oscuros para aquellos solitarios de actitud sombría que preferían meditar.
El negocio iba bien. Esa noche, había un buen y animado público en la sala principal. Mientras Ilae limpiaba el mostrador, su mirada se posó en un grupo de aventureros reunidos alrededor de una mesa en la esquina, cuyas risas y ruido animado llenaban el aire.
Ilae observó al grupo de aventureros con curiosidad. Se acercó a su mesa, secando una jarra con un paño mientras les preguntaba:
«Entonces, ¿qué están planeando exactamente? Parece que tienen algo interesante en mente.»
Los aventureros la miraron, evaluando su postura relajada pero atenta y el hecho de que era la dueña del lugar. El más alto del grupo, un bárbaro de aspecto feroz con un hacha de guerra al hombro, sonrió ampliamente mostrando sus dientes separados.
«¡Estamos pensando en explorar las ruinas de Kesh! ¿Has oído hablar de ellas?»
Ilae asintió con la cabeza lentamente. «Sí, he oído algunas historias.» Las historias sobre las ruinas de Kesh eran leyendas de terror incluso entre los aventureros más endurecidos. Se rumoraba que estaban infestadas de espíritus vengativos, trampas mortales y monstruosidades abominables. Muchos equipos habían entrado en sus profundidades oscuras, pero pocos habían regresado para contar su historia.
Ilae arqueó una ceja, mirando al grupo con una mezcla de incredulidad y asombro.
«Me sorprende que quieran ir allí. Las historias que he oído sobre Kesh no son para débiles de corazón.»
El bárbaro se rió con fuerza, dando una palmada en la mesa que hizo temblar las jarras de cerveza. «¡Bah! ¿Miedo? ¡No tememos a ninguna maldición ni monstruo! ¡Somos los Desgarradores de Espejismos, la partida más dura de esta región! ¿Quién mejor que nosotros para desenterrar los secretos de Kesh y su tesoro?»
Ilae levantó una ceja, evaluando su fanfarronería. Había visto a muchos grupos de aventureros pasar por allí, todos ellos seguros de sí mismos y llenos de bravuconería antes de adentrarse en las Tierras Silvestres. Algunos regresaban con gloria; otros, no regresaban en absoluto. Secamente, ella dijo:
«Buena suerte, entonces. Pero recuerda, las palabras arrogantes pueden ser las últimas que se te oiga decir.»
El bárbaro frunció el ceño por un momento, antes de soltar otra risotada. «¡No tememos a las palabras de un posadero! El tesoro de Kesh será nuestro y nos convertiremos en leyendas.»
Ilae hizo un gesto despreocupado. «Como quieran. Pero cuando regresen, y espero que lo hagan, tengan presente que tendrán una cama y una jarra de cerveza fría esperándolos aquí.» Le dio una palmada al bárbaro en el hombro con fingida familiaridad antes de girarse y alejarse de nuevo hacia la barra.
El grupo de aventureros continuó celebrando ruidosamente, haciendo planes para su expedición a las ruinas de Kesh. Su entusiasmo era contagioso, y pronto otros clientes del bar se unieron a la conversación, ofreciendo consejos, advertencias y algunas historias espeluznantes sobre los horrores que supuestamente acechaban en esas profundidades oscuras.
Ilae observó a los aventureros con una mezcla de escepticismo y preocupación. Aunque estaban llenos de confianza y valor, podía ver que les faltaba la experiencia dura que solo se obtenía después de muchas pruebas y tribulaciones. Sus rostros eran demasiado jóvenes, sus ojos demasiado brillantes, sin las sombras de horror y pesar que a menudo se veían en aquellos que habían pasado por el abismo. Suspiró para sus adentros, sabiendo que muchos como ellos habían partido llenos de esperanza, solo para encontrar la muerte o algo peor en las Tierras Silvestres.
Pero no era su madre ni su guardián. Ellos habían elegido ese camino y debían seguirlo hasta el final, aunque ese final pudiera ser sangriento y brutal. Aun así, no podía evitar sentir una punzada de preocupación por su seguridad. Se acercó de nuevo a su mesa y se inclinó hacia ellos, bajando la voz para que solo pudieran oírla.
«Escuchad, yo también he estado ahí fuera. He visto cosas que harían que los hombres más duros se cagaran de miedo en sus calzones.»
Los aventureros la miraron, curiosos ante su repentina seriedad. El bárbaro frunció el ceño, la sonrisa desvaneciéndose lentamente mientras escuchaba atentamente. Fue entonces cuando Ilae continuó, instándolos a considerar la gravedad de lo que estaban a punto de hacer.
Ilae levantó la vista hacia el bárbaro, cuya confiada sonrisa comenzaba a desvanecerse ligeramente bajo su mirada intensa. Le habló directamente, ignorando al resto del grupo por un momento.
«Te miro a ti, grandulón, y te digo que he visto a hombres más grandes que tú temblando en sus botas sucias por lo que encontraron allá afuera.»
El bárbaro se puso tenso, su sonrisa desapareciendo por completo. Sus compañeros de aventuras intercambiaron miradas inquietas. El silencio se apoderó del grupo mientras las palabras de Ilae resonaban en sus mentes. Habían oído las historias, todas las partidas habían oído las historias de horror y locura que se ocultaban en las Tierras Silvestres.
Ilae continuó, su voz baja pero firme. «No subestimen lo que están a punto de hacer. La bravura es una cosa, pero la preparación es otra muy diferente. Los espíritus de los que hablan las leyendas son reales, y las trampas no son solo un cuento para asustar a los inexpertos. Han devorado almas sanas y fuertes.»
El grupo escuchaba en silencio, la animación de antes desvaneciéndose mientras las advertencias de Ilae se establecían en su mente. Aunque su instinto les decía que era más una posadera que una guerrera, sentían la verdad detrás de sus palabras, una verdad que podrían haber ignorado por completo de no ser por la intensidad de su mirada.
Mientras limpiaba la mesa, Ilae continuó contando lo que sabía sobre las ruinas de Kesh. Su voz era baja y grave, cargada de experiencia y sombras de recuerdos oscuros.
«Las ruinas de Kesh son antiguas, más antiguas que cualquier reino o imperio que conocemos hoy en día,» dijo. «Se dice que fueron construidas por una raza olvidada de seres inmortales, cuyos secretos están enterrados profundamente en sus cámaras oscuras y laberintos. Pero no son solo las trampas y los engaños los que hacen de Kesh un lugar de pesadilla.»
«Las historias hablan de entidades sobrenaturales que acechan en sus pasillos, seres que no deberían existir en este mundo. Aventureros que han regresado, si es que lo hacen, cuentan de voces que susurran en la oscuridad, llamándolos hacia la locura. De criaturas abominables, mitad hombre mitad bestia, que merodean los rincones más oscuros de las ruinas. Dicen que su mera presencia puede hacer que el valor más férreo se derrita como cera. Y aún hay algo peor en Kesh, algo que nadie ha visto y vivido para contarlo, pero cuya influencia se siente como un peso opresivo en el alma.»
Ilae miró a los aventureros y notó cómo sus rostros había palidecido ligeramente mientras escuchaban sus palabras. Sus ojos estaban muy abiertos, y el bullicio de la taberna parecía haberse desvanecido hasta convertirse en un susurro lejano. El bárbaro tragó saliva visiblemente antes de hablar, su voz ya no tan segura como antes.
«Entonces… ¿tú crees que no deberíamos ir?» Su pregunta quedó colgando en el aire, pesada de duda y temor.
Ilae levantó la vista hacia él, considerando cuidadosamente sus próximas palabras. Finalmente, suspiró y sacudió la cabeza. «No es mi lugar decir lo que debéis o no debéis hacer. Soy una simple posadera, no vuestra líder ni vuestra consejera. Pero os diré esto: el este es un lugar peligroso, lleno de cosas que harían temblar incluso al aventurero más duro. Kesh es solo una de las muchas amenazas que acechan allí. Si vais a ir, id con cuidado y sed conscientes del terrible peligro que corréis.»
«Yo misma he visto cosas en mis viajes que no deseo volver a ver.» Se detuvo un momento, un destello de recuerdos oscuros cruzando por sus ojos. Las sombras de monstruos abominables y pesadillas olvidadas parecían danzar en su mirada por un breve instante antes de que se recompusiera. Con voz firme, continuó: «Pero no soy quien para impedir a nadie buscar su destino, por muy peligroso que sea. Si verdaderamente estáis decididos a ir a Kesh, entonces id. Pero hacedlo con los ojos bien abiertos y el corazón lleno de valor. Porque si no regresáis…»
Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras se asentara sobre ellos. Luego continuó en un tono más ligero: «Como dije, cuando regreséis, tendréis una cama caliente y una jarra de cerveza fría esperándoos aquí. Ese es mi compromiso con todos los aventureros que pasan por mi posada.»
Ilae los miró a todos, evaluándolos con una mezcla de preocupación y respeto. Sabía que el camino que habían elegido era peligroso y probablemente mortal, pero también comprendía que era su propio camino, lleno de gloria y destino. Intentó aligerar el ambiente diciéndoles:
«Y no os preocupéis, si volvéis vivos, la casa invita.»
Sin embargo, su intento de aliviar la tensión cayó un poco plano, ya que la gravedad de sus palabras anteriores seguía pesando en sus mentes. El grupo de aventureros intercambió miradas incómodas, tratando de recuperar algo del entusiasmo y la confianza que habían tenido antes. Finalmente, el bárbaro levantó su jarra de cerveza en un brindis forzado, intentando reunir algo del espíritu alegre que había mostrado anteriormente.
«Por el regreso seguro y el tesoro en nuestras manos,» dijo con voz demasiado fuerte y estridente. «A la gloria y la fortuna que nos espera en las ruinas de Kesh.»
Ilae levantó la vista hacia el bárbaro y una sonrisa se dibujó en su rostro, apreciando su intento de levantar los ánimos. Levantó el paño que había estado usando para limpiar las mesas y se dirigió de nuevo a la barra, deteniéndose un momento para decir con voz clara:
«Así se habla, grandulón.»
Su comentario generó una risa forzada entre el grupo, rompiendo un poco la tensión que había en el aire. Regresó a la barra, ondeó a una de las camareras y le pidió que llevara otra ronda de bebidas a la mesa de los aventureros. Mientras ella se apresuraba a obedecer, Ilae se volvió hacia otros clientes que la llamaban, ocupándose de sus labores de posadera.
Sin embargo, no podía sacar de su mente las sombrías advertencias que había dado a los aventureros. Sabía demasiado bien lo que les esperaba en las Tierras Silvestres y en particular en las ruinas de Kesh. Había visto a muchas partidas llenas de esperanza y valor partir hacia el este, solo para no volver nunca o regresar completamente cambiadas, con el horror reflejado en sus ojos.
Ilae veía cómo su mente divagaba mientras atendía a los clientes, recordando aventuras y viajes del pasado. Le venían a la mente los rostros de antiguos compañeros de armas, algunos de los cuales no habían regresado de sus incursiones en las Tierras Silvestres. En particular, recordaba a una mujer, una guerrera elfa llamada Alaria. Sus ojos eran como el cielo en un día despejado y su destreza con el arco era legendaria incluso entre los elfos. Habían luchado juntas en muchas batallas, resistiendo contra hordas de orcos, tropas de goblins y oscuras criaturas de magia negra. Recordaba la última vez que la vio, cuando ambas formaban parte de una partida que se adentró en las Tierras Silvestres en busca de un legendario artefacto mágico. Fue una expedición llena de peligros, con monstruos acechando en cada sombra y trampas mortales esperando a cada paso en falso.
Nada las preparó para lo que encontraron en las profundidades de una antigua tumba, oculta en un valle perdido. Allí, en la penumbra, acechaba un horror de otro mundo, una criatura salida directamente de las pesadillas de un hechicero loco. Tenía la apariencia de una araña gigante, pero su cuerpo estaba cubierto de pinchos negros como la noche y sus ojos brillaban con una inteligencia maligna. La batalla que siguió fue una pesadilla, con la criatura lanzando chorros de ácido y telarañas pegajosas mientras luchaban desesperadamente por sus vidas. Alaria fue la primera en caer, atrapada por las telarañas viscosas de la criatura. Ilae vio cómo sus ojos se llenaban de terror y desesperación mientras la arrastraba hacia sus fauces abiertas, repletas de pinchos como agujas. Luchó con todas sus fuerzas para salvarla, esgrimiendo su espada contra el monstruo, pero era demasiado poderoso.
Finalmente, también cayó, golpeada por un chorro de ácido que le quemó la piel y la dejó cegada de dolor. Fue entonces cuando el hechicero de su partida, un hombre llamado Darragh, realizó un último y desesperado conjuro. Invocó una explosión de fuego místico que consumió tanto al monstruo como a Alaria, sacrificándola para salvar al resto de ellos. Ilae la recordaba, con su cabello plateado y sus ojos azules como el cielo, luchando valientemente contra la terrible criatura, su arco disparando flecha tras flecha con una precisión letal. Pero incluso con toda su habilidad y coraje, no pudo sobrevivir a los horrores de las Tierras Silvestres. Ilae suspiró, sacudiendo la cabeza para alejar los sombríos recuerdos. Esos días estaban detrás de ella ahora, y había encontrado un nuevo propósito en la vida como posadera del Skinny Louse. Pero las historias y leyendas de las Tierras Silvestres seguían siendo contadas, y cada nuevo grupo de aventureros que pasaba por su puerta reavivaba esos recuerdos oscuros.
Se dio la vuelta para atender a otros clientes, tratando de dejar a un lado los recuerdos sombríos. La taberna estaba cada vez más concurrida, con grupos de aventureros, mercaderes y viajeros de toda laya abarrotando las mesas y llenando el aire con un bullicio de voces y risas. La camarera regresó de la mesa de los aventureros, sonriendo y charlando animadamente con ellos mientras les servía las bebidas. Ilae podía oír su risa musical por encima del bullicio de la taberna y vio cómo levantaba la vista hacia ella, guiñándole un ojo con picardía.
Al ver a la camarera tan animada y segura de sí misma, Ilae recordó cómo había llegado a la puerta de su posada buscando trabajo. Era una joven tímida y reservada, con el cabello castaño rojizo y un par de ojos grandes y cautelosos que no parecían estar acostumbrados a este tipo de vida. Ilae la contrató, viendo en ella algo de sí misma en sus comienzos. Solía llamarla cariñosamente «la pequeña Erille». Con el tiempo, había visto a Erille crecer y florecer en su papel, ganando confianza y habilidad. Ahora era una de sus empleadas más valiosas y queridas.
Ilae se acercó a ella mientras servía las bebidas en la mesa de los aventureros, poniendo una mano amistosa en su hombro. Erille levantó la vista hacia Ilae, su rostro iluminándose con una cálida sonrisa al verla. Ilae le susurró al oído:
«¿Recuerdas, pequeña Erille, cómo llegaste aquí buscando trabajo, tan tímida y asustada? Mira cómo has crecido. Ahora eres una verdadera mujer de taberna.» Erille se sonrojó ligeramente, pero sus ojos brillaron de orgullo y afecto hacia Ilae. Susurró de vuelta:
«Gracias a ti, Ilae. Me diste una oportunidad cuando nadie más lo haría. Te debo mucho.»
Ilae le dio un apretón en el hombro antes de retirar la mano, asintiendo con aprobación. Le dijo con una sonrisa:
«Has trabajado duro y has ganado tu lugar aquí. Estoy orgullosa de ti, Erille.» Luego se giró hacia los aventureros que estaban sentados en la mesa, tomando sus bebidas con entusiasmo renovado. Con voz clara, les dijo:
«Bueno, parece que esta noche estáis de suerte.»»La pequeña Erille os va a servir personalmente en esta ronda, cortesía de la casa.» Los aventureros aplaudieron y vitorearon, levantando sus jarras en un brindis. El bárbaro lanzó un grito de júbilo y tiró su jarra vacía al aire, haciéndola girar con destreza antes de atraparla de nuevo. Ilae se giró hacia Erille, sonriendo ante la escena. Le dijo en voz baja:
«Estos aventureros están ansiosos por la atención de una hermosa doncella como tú. Asegúrate de que no se peleen por tus favores.» Erille se sonrojó, pero su sonrisa pícara le dijo a Ilae que entendía el juego. Ilae se encogió de hombros, sonriendo con afecto mientras veía a Erille volver a la barra para traer más bebidas para los aventureros.
El bullicio de la taberna volvió a elevarse a medida que la multitud se sumaba al jolgorio, las historias y las risas llenando el aire. Ilae se volvió hacia otros clientes que la llamaban, ocupándose de sus labores como posadera…
Urgencia y Valentía
Al pasar de las horas, Ilae observó cómo entraba un aventurero en la taberna, asustado y todo lastimado. Sus ropas estaban rasgadas y manchadas de sangre, y se podía ver el miedo en sus ojos. Caminaba con dificultad, apoyándose en una pared mientras se abría paso entre las mesas hasta la barra. Sus ojos buscaban desesperadamente un rostro amigable, y cuando finalmente se posaron en Ilae, parecía encontrar algo de consuelo. Se acercó tambaleándose, dejando gotas de sangre en el suelo detrás de él. Cuando llegó a la barra, se agarró a ella con fuerza, como si temiera caer sin su apoyo.
Ilae le preguntó con preocupación:
«¿Qué te ha pasado?» El aventurero levantó la vista hacia Ilae, y por un momento no parecía capaz de hablar, como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta por el miedo y el dolor. Finalmente, consiguió decir con voz temblorosa:
«Monstruos… en el camino. Nos atacaron… mi grupo… todos muertos…» Las palabras le golpearon a Ilae como un puñetazo en el estómago. Había visto muchas cosas en sus días como aventurera, pero nunca se acostumbraría a la pérdida de vidas jóvenes y valientes. Le pidió que continuara, tratando de mantener la calma en su voz:
«Cuéntame más. ¿Qué tipo de monstruos? ¿Cuántos había?» El aventurero jadeaba, tratando de recuperar el aliento y recomponerse. Sus ojos estaban muy abiertos, como si aún estuviera viendo a los monstruos que lo perseguían. Finalmente, logró decir con voz temblorosa:
«Eran… no sé qué eran. No había visto nada como eso antes. Eran como… como hombres lobo, pero más grandes. Mucho más grandes.»
Ilae hizo una seña a otra de sus meseras, una mujer morena y ágil llamada Salara. Ella se acercó, sus ojos oscuros llenos de curiosidad y preocupación. Ilae le pidió que trajera un poco de agua limpia y paños limpios para el aventurero herido. Mientras Salara se apresuraba a cumplir con la solicitud, Ilae siguió escuchando el relato del joven aventurero. Él continuó describiendo a los monstruos que atacaron a su grupo:
«Tenían el cuerpo cubierto de pelo negro y ojos rojos que brillaban en la oscuridad.» «Sus fauces estaban llenas de dientes afilados como cuchillas, y sus garras eran como dagas.» El joven temblaba visiblemente mientras describía los horrores que enfrentó, su voz temblorosa y llena de terror. Sus ojos parecían estar reviviendo la escena, como si aún estuviera viendo el ataque en su mente.
Ilae se dirigió al otro lado de la barra, colocándose junto al joven aventurero. Podía ver el temblor en sus manos y la palidez de su rostro, que estaba manchado de sangre y polvo. Colocó una mano firme en su hombro, tratando de tranquilizarlo con su presencia.
«Tranquilo, estás a salvo aquí», le dijo con voz suave pero firme. «Estás a salvo aquí», le repitió, notando cómo su temblor disminuía ligeramente bajo su mano. «Lo peor ya ha pasado. Ahora estás entre amigos.»
El joven aventurero levantó la vista hacia ella, sus ojos llenos de gratitud y alivio. Sus labios se abrieron, pero no pudo encontrar las palabras para responder.
Ilae le preguntó suavemente, tratando de aliviar el ambiente:
«¿Cómo te llamas, joven aventurero?» El muchacho parpadeó, como si estuviera regresando lentamente al presente. Trago saliva con dificultad y luego respondió en un susurro ronco:
«Me llamo… me llamo Drayce.» Ilae asintió con una sonrisa cálida, tratando de hacer que se sintiera cómodo.
«Es un placer conocerte, Drayce. Yo soy Ilae, la propietaria de este lugar. Has sido muy valiente al venir aquí, después de lo que has pasado.» Drayce asintió, su mirada aún algo perdida. Sus manos temblorosas aferraban el borde de la barra.
Ilae le preguntó a Drayce, tratando de determinar cuán cerca ocurrió el ataque:
«Drayce, ¿dónde te encontraste con esos monstruos? A juzgar por tu estado, no puedes haber venido muy lejos.» Drayce jadeó, tratando de recuperar el aliento. Sus ojos miraron sin foco por un momento, como si estuviera reviviendo la escena del ataque. Finalmente, consiguió responder con voz temblorosa:
«No… no estaba lejos. Apenas a una hora de caballo hacia el este. Estábamos siguiendo el camino principal cuando nos atacaron.» La respuesta de Drayce preocupó aún más a Ilae. Si los monstruos estaban tan cerca de su posada, eso podría significar problemas para sus clientes y para su negocio. Podía sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. No solo tenía que proteger a sus clientes actuales, sino que también debía pensar en los futuros viajeros que podrían encontrarse con esos monstruos en el camino.
En su mente, Ilae comenzó a evaluar la situación. «Esto es malo», pensó, frunciendo el ceño. «Y los soldados están muy lejos de aquí como para avisarles.» Se dio cuenta de que, por el momento, ella y sus clientes estaban solos frente a esta amenaza. No podía depender de la ayuda externa para resolver el problema; tenía que actuar rápido para proteger a sus clientes y su negocio. Se giró hacia Drayce, evaluándolo con una mirada crítica. Aunque estaba herido y asustado, parecía ser un aventurero con cierta experiencia. Preguntó con voz firme:
«Drayce, ¿crees que podrías guiar a un grupo de rescate de vuelta al lugar del ataque?»
Ilae le colocó una mano en el hombro, mirándolo a los ojos con determinación.
«Drayce, sé lo que has vivido, pero debemos aniquilar a esas bestias nosotros mismos. Los soldados están demasiado lejos para ayudarnos. Necesitamos actuar rápido antes de que más inocentes caigan víctimas de estos monstruos.» Drayce asintió lentamente, un destello de determinación apareció en sus ojos a pesar del miedo y la fatiga. Ilae pudo ver que, aunque estaba asustado, tenía el corazón de un verdadero aventurero. Estaba dispuesto a enfrentarse a los monstruos que mataron a sus compañeros de grupo para proteger a otros viajeros.
Ilae se volvió hacia Drayce, evaluándolo con una mirada crítica. Aunque él estaba decidido a enfrentarse a los monstruos, estaba claro que no podía hacerlo en su actual estado de heridas y agotamiento. Le dijo con firmeza:
«Está decidido, Drayce. Pero antes de formar un grupo para enfrentarnos a estas bestias, debemos curarte por completo.» Hizo una seña a Salara, que se acercó rápidamente, llevando consigo un botiquín de primeros auxilios. Entre las dos, lograron llevar a Drayce a una habitación privada en la parte de atrás de la taberna. Allí, con delicadeza pero firmeza, limpiaron y vendaron sus heridas.
Ilae miró a Salara y le pidió que buscara a algún sanador con experiencia que pudiera estar en la taberna y que estuviera dispuesto a ayudar a curar por completo a Drayce. Salara asintió, comprendiendo la gravedad de la situación, y salió rápidamente de la habitación, dirigiéndose al salón principal de la taberna para buscar entre los clientes a alguien con habilidades de sanación.
Mientras Salara buscaba un sanador, Ilae se quedó con Drayce, observando cuidadosamente su estado. Aunque había limpiado y vendido sus heridas, él seguía luciendo pálido y débil, temblando levemente a pesar del calor de la habitación. Ilae le preguntó con suavidad:
«Drayce, ¿cómo te sientes? ¿Hay algo más que pueda hacer para ayudarte?» Drayce levantó la vista hacia ella, esforzándose por sonreír a pesar de su evidente dolor y fatiga. Sus palabras salieron entrecortadas, pero Ilae pudo ver la determinación en sus ojos.
«Estoy… estoy bien. Solo necesito… un poco de descanso. Pero debemos… debemos detener a esas criaturas. No puedo permitir que otros…» Su voz se apagó, como si el mero esfuerzo de hablar fuera demasiado para él en ese momento. Ilae le pidió que se calmara y que no se esforzara tanto.
«Tranquilo, Drayce. No te preocupes por eso ahora. Primero debes ponerte bien.» Mientras hablaba, pudo oír pasos acercándose a la puerta. Era Salara, que regresaba con una mujer de mediana edad, con el cabello oscuro atado en una cola de caballo y un par de ojos agudos y penetrantes. Llevaba un delantal manchado de hierbas y ungüentos, y su mirada evaluó rápidamente a Drayce. Ilae le dijo a Salara:
«Gracias, Salara. Has hecho bien en encontrar a alguien tan rápido.» Luego se dirigió a la mujer, que se presentó como Maeva, una sanadora con experiencia en el cuidado de los heridos y enfermos. Ilae explicó la situación a Maeva, destacando la urgencia de curar a Drayce para que pudiera guiar a un grupo de rescate de vuelta al lugar del ataque. Maeva asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. Se acercó a Drayce, examinando sus heridas con ojos expertos. Murmuró algo sobre la gravedad de las heridas y la posibilidad de infección, pero parecía confiada en su habilidad para tratarlas. Sacó un pequeño vial de su delantal y desenroscó el tapón con un movimiento rápido. Le dio a Drayce para beber el contenido, explicando que era una poción de curación que debería aliviar su dolor y ayudar a cerrar sus heridas. Mientras Drayce bebía la poción, Maeva comenzó a limpiar y vendar sus heridas con manos expertas, aplicando ungüentos y cataplasmas donde eran necesarios.
Ilae pudo ver cómo el rostro de Drayce se relajaba a medida que la poción de curación hacía efecto, el dolor y la tensión desapareciendo lentamente de sus rasgos. Maeva trabajaba en silencio, sus manos moviéndose con destreza mientras trataba las heridas de Drayce. Poco a poco, el color retornó al rostro de Drayce y su respiración se volvió más estable. Maeva se incorporó, limpiándose las manos en su delantal. Informó a Ilae con voz serena:
«El joven está fuera de peligro. La poción ha hecho efecto y sus heridas están limpias y vendadas.» Maeva continuó: «Le he dado también un brebaje para que descanse profundamente. Necesita dormir para completar su recuperación.»
Ilae agradeció sinceramente a Maeva por su ayuda y le preguntó cuánto le debía Drayce por sus servicios. Maeva negó con la cabeza, sonriendo ligeramente.
«No es necesario. Ayudo porque creo en la causa, no por la recompensa.» Ilae la volvió a agradecer por su generosidad y comprensión, asegurándose de que su acto de bondad no sería olvidado y que encontraría una manera de recompensar su altruismo en el futuro. Maeva sonrió gentilmente, diciendo que su única recompensa era saber que había podido ayudar a alguien en necesidad.
Una vez que Maeva se retiró, Ilae se volvió hacia Drayce, que ahora descansaba cómodamente en la cama, sus ojos cerrados y su respiración profunda y regular. Ella pudo ver cómo el sueño lo invadía rápidamente, el brebaje de Maeva haciendo efecto. Sabía que era importante dejarlo descansar para que su cuerpo pudiera sanar por completo y recuperar sus fuerzas.
Ilae se acercó a Drayce, que ahora descansaba cómodamente en la cama, sus ojos cerrados y su respiración profunda y regular. Podía ver cómo el sueño lo invadía rápidamente, el brebaje de Maeva haciendo efecto. En un susurro, le deseó una pronta recuperación:
«Ojalá te recuperes rápido, joven. Te necesitamos pronto para encontrar a esas criaturas.» Sabía que era importante dejarlo descansar para que su cuerpo pudiera sanar por completo y recuperar sus fuerzas. Con un último vistazo a Drayce, salió de la habitación, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
En el salón principal de la taberna, los clientes continuaban con sus conversaciones y bebidas, ajenos a la crisis que se avecinaba. Ilae se acercó a la barra, su mente trabajando febrilmente en un plan. Necesitaba reunir un grupo de aventureros dispuestos y capaces de enfrentarse a los monstruos que habían atacado a Drayce y sus compañeros. Mientras llenaba una jarra de cerveza, su mirada recorrió el salón, evaluando a los clientes que podrían ser candidatos potenciales.
Su atención se centró en un grupo de tres aventureros que estaban sentados alrededor de una mesa, con sus armaduras y armas apoyadas contra la pared cercana. Parecían veteranos, con un aspecto que indicaba que habían vivido muchas batallas. Ilae se acercó a su mesa, con la jarra de cerveza en mano, y los saludó con una sonrisa amigable.
«Perdonad la interrupción,» dijo, su voz proyectándose por encima del bullicio de la taberna. «Me preguntaba si podríais ayudarme con un problema.»
Los aventureros se volvieron hacia Ilae, sus expresiones curiosas y atentas. El más viejo del grupo, un hombre de cabello gris y barba bien cuidada, le preguntó con voz profunda:
«¿Qué tipo de problema, amiga mía?»
Ilae les explicó la situación, detallando el ataque de monstruos en el camino y la desaparición de un grupo de aventureros. Mencionó que necesitaban un grupo para investigar y, posiblemente, rescatar a los desaparecidos. Los aventureros intercambiaron miradas, procesando la información que acababa de darles. El hombre de cabello gris, que se presentó como Thoradin, habló por el grupo:
«Entendemos la gravedad de la situación, Ilae. Hemos enfrentado nuestras cuotas de monstruos y peligros en nuestros viajes. Estamos dispuestos a ayudar en esta búsqueda y rescate.»
Los otros dos aventureros asintieron en acuerdo, sus expresiones serias y decididas. Uno de ellos, una mujer elfa con el cabello largo y plateado, se presentó como Aelara. Llevaba un arco largo colgado a su espalda y una espada fina a su cintura. El otro, un hombre más joven con cabello castaño y ojos brillantes, se llamaba Rodan. Vestía una capa mágica y sostenía un bastón con runas talladas en la madera, indicando que era un hechicero de considerable habilidad.
Thoradin, Aelara y Rodan escucharon atentamente mientras Ilae les explicaba la situación de Drayce y cómo él había prometido guiar al grupo de rescate de vuelta al lugar del ataque. Aelara frunció el ceño, preocupada por la seguridad de Drayce.
«¿Estás segura de que él estará lo suficientemente recuperado como para guiar al grupo tan pronto?»
Thoradin le dio una palmada reconfortante en la espalda.
«Drayce es un luchador valiente. Si dice que puede hacerlo, confío en su palabra.»
Rodan, el hechicero, añadió con una sonrisa confiada:
«Además, yo soy un sanador más que competente. Estaré allí para asegurarme de que Drayce esté en plena forma durante nuestro viaje.»
Ilae se sintió aliviada al saber que contaban con un sanador en el grupo. Era un peso menos del que preocuparse. Agradeció a los aventureros su voluntad de ayudar y les dijo que Drayce descansaría y sanaría hasta el amanecer, cuando partirían para investigar el lugar del ataque. Thoradin asintió, su expresión seria pero determinada.
Ilae observaba a Aelara, la mujer elfa que formaba parte del grupo de aventureros reclutados para enfrentarse a los monstruos que habían atacado a Drayce y sus compañeros. A medida que Aelara hablaba y se preparaba para la misión, Ilae no pudo evitar recordar a su antigua compañera de armas, Alaria. Los ojos de Aelara destellaban con la misma determinación y valentía que Ilae solía ver en los de Alaria. La forma en que Aelara sujetaba su arco, la gracia con la que se movía, incluso el tono de su voz, la transportaban a tiempos pasados, llenos de aventuras y peligros compartidos.
Una mezcla de nostalgia y tristeza se apoderó de Ilae al recordar a Alaria, una gran guerrera que había luchado valientemente a su lado en muchas batallas. La última misión que emprendieron juntas había sido una de las más peligrosas: una incursión en las profundidades de una antigua tumba, llena de trampas y monstruosidades.
Recorderó con dolorosa claridad el momento en que todo salió terriblemente mal. La criatura que encontraron allí, una araña gigante con pinchos negros y una inteligencia maligna, las había tomado por sorpresa. Alaria fue la primera en caer, atrapada en las telarañas viscosas que aquella monstruosidad lanzó contra ella. Ilae luchó desesperadamente por salvarla, esquivando las patas pinchudas de la araña y los chorros de ácido venenoso que escupía. Pero la araña era demasiado poderosa, demasiado rápida. Uno por uno, sus compañeros cayeron, hasta que solo quedaron ella y Darragh, el hechicero, enfrentándose a la criatura.
En ese momento crítico, Darragh tomó una decisión desgarradora. Con un grito de desafío, lanzó un hechizo oscuro y poderoso, sacrificando a Alaria para canalizar su energía y destruir a la araña. El monstruo explotó en pedazos viscosos, pero el costo fue terrible.
La habitación parecía girar a su alrededor a medida que los recuerdos inundaban la mente de Ilae, las imágenes de aquella batalla sangrienta y el sacrificio de Alaria aún frescas y dolorosas después de todos estos años. Se aferró al borde de la mesa, luchando por mantener la compostura frente a los aventureros que la observaban con creciente preocupación. Aelara fue la primera en reaccionar, su voz suave y llena de comprensión cuando se dirigió a Ilae:
«Ilae, ¿estás bien? Pareces como si hubieras visto un fantasma.»
Las palabras de Aelara la sacaron de vuelta a la realidad, el salón de la taberna volviendo a enfocarse a su alrededor. Se obligó a sonreír, negando con la cabeza y sacudiéndose los recuerdos sombríos.
«Estoy bien, Aelara. Solo me he dejado llevar por los recuerdos durante un momento.» Su voz sonó un poco forzada, pero Aelara parecía aceptar su explicación, aunque sus ojos seguían siendo escrutadores.
Thoradin se levantó, su imponente figura acercándose a ella. Puso una mano grande y reconfortante en su hombro.
«Entendemos más de lo que crees, Ilae. Todos nosotros hemos perdido seres queridos en nuestras aventuras. Es un peso que todos llevamos.» Sus ojos se veían sombríos por un momento, como si también él estuviera recordando algún doloroso pasado. Luego se aclaró la garganta, su voz recuperando fuerza y determinación.
«Pero no debemos dejar que esos recuerdos nos detengan. Tenemos un trabajo que hacer, un deber que cumplir. Por aquellos que hemos perdido, lucharemos contra las sombras y buscaremos justicia para los desaparecidos.»
Rodan asintió, sus ojos brillantes de empatía y resolución. «Thoradin tiene razón, Ilae. No podemos cambiar el pasado, pero podemos luchar por un futuro mejor. Por aquellos que ya no están, y por aquellos que aún necesitan nuestra ayuda.» Aelara también asintió en acuerdo, su mano buscando la empuñadura de su espada como si buscara consuelo en su tacto frío y sólido.
Las manos de Ilae se cerraron en puños a los lados, la determinación creciendo en su interior como un fuego ardiente. Tenía razón, pensó para sus adentros. No podía dejar que el pasado la consumiera, no cuando había vidas en peligro y una misión que cumplir. Así que asintió, su voz firme y decidida al hablar:
«Tienen razón.»
Las horas pasaban en la taberna, el bullicio de las conversaciones y las risas llenando el aire. Los clientes iban y venían, algunos buscando refugio para la noche, mientras que otros simplemente disfrutaban de la buena cerveza y la compañía. En medio de todo esto, Ilae y los aventureros reclutados para la misión de rescate se preparaban para la aventura que les esperaba al amanecer.
Ilae llamó a Salara y a Erille, haciendo una señal discreta para que la siguieran a una habitación aparte. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí y les explicó la situación de los monstruos en el camino y cómo había decidido unirse al grupo de aventureros para enfrentarse a esta amenaza.
«Salara, Erille, voy a ser franca con ustedes.» Sus ojos se encontraron con los de ambas, viendo la preocupación creciente en sus rostros a medida que les explicaba la situación. «Como saben, nunca me he involucrado directamente en las peleas de los aventureros que se alojan aquí. Pero esto es diferente. Estos monstruos representan una amenaza para nuestro negocio, para nuestra seguridad, y no puedo ignorarla.»
Les comunicó que durante su ausencia, ellas estarían al mando de la taberna, responsables de mantener las cosas en funcionamiento y asegurarse de que los clientes fueran atendidos y estuvieran seguros. Aunque era una tarea enorme, especialmente para Erille, quien era más joven y menos experimentada, ambas parecían entender la gravedad de la situación y estaban dispuestas a hacer lo que fuera necesario.
Ilae aseguró a Salara y a Erille que podían confiar en los cocineros y demás empleados si necesitaban ayuda en algo. Les recordó que tenía plena confianza en todos los miembros de su equipo y que estaban más que capacitados para manejar cualquier situación que pudiera surgir durante su ausencia. Aunque aún había preocupación en sus ojos, también podía ver determinación y coraje.
«Está bien, Ilae,» dijo Salara, su voz firme y decidida. «Haremos lo que sea necesario para mantener la taberna en funcionamiento. Puedes confiar en nosotros.»
Erille asintió en acuerdo, un poco más nerviosa pero igualmente resuelta. «Sí, Ilae. Haré todo lo posible para ayudar a Salara y asegurarme de que todo funcione sin problemas aquí.»
Las palabras de Salara y Erille llenaron a Ilae de orgullo y alivio. Sabía que había dejado la taberna en buenas manos y que podían manejar cualquier desafío que se presentara durante su ausencia. Aun así, no podía evitar sentir una punzada de preocupación por lo que podría suceder mientras estaba lejos. Este era su hogar, su negocio, y había trabajado duro para construirlo desde cero.
Pero también sabía que esta misión era necesaria, no solo para la seguridad de su taberna y sus clientes, sino también para el bienestar de todos los viajeros en esa ruta. No podía ignorar la amenaza de esos monstruos, no cuando había vidas en juego.
Así que respiró hondo, enderezando sus hombros con determinación. «Gracias, Salara, Erille. Significa mucho para mí saber que puedo contar con ustedes.» Su confianza en ellas se reflejaba en su voz y en la firmeza de sus hombros. «Mantengan las cosas en marcha aquí y cuiden de los clientes como siempre. Yo me encargaré de estos monstruos y volveré tan pronto como pueda.»
Las dos mujeres asintieron, sus expresiones un cruce de preocupación y determinación. «Ten cuidado allá afuera, Ilae,» dijo Salara, su voz llena de inquietud. «No te arriesgues demasiado.»
Erille añadió, su voz un poco temblorosa pero llena de convicción: «Volverás victoriosa, Ilae. Tienes que hacerlo. Por todos nosotros.»
Ilae rodeó a Salara y a Erille con sus brazos, abrazándolas con fuerza. Aunque la situación era seria y la tarea que tenía por delante era peligrosa, no pudo evitar sonreír un poco al pensar en todas las veces que había tenido que regañarlas por volver a tirar bebidas. «Claro, si no, ¿quién las regañaría cuando vuelquen las bebidas?» Sus palabras las hicieron sonreír, creando un momento de alegría compartida en medio de la tensión. El abrazo se rompió después de un momento, y las tres se secaron los ojos, riendo suavemente.
Con la decisión tomada y el plan establecido, Ilae regresó al salón de la taberna con Salara y Erille, decidida a hacer su mejor trabajo en lo que respecta a la misión que tenía por delante. A medida que entraba en el bullicioso salón, vio a los aventureros reunidos alrededor de una mesa, discutiendo sus planes y preparándose para el viaje. Aelara, Thoradin y Rodan estaban inmersos en una conversación animada, con las cabezas inclinadas hacia adelante y los ojos brillantes de emoción. A medida que se acercaba, Ilae podía oír fragmentos de su discusión: estrategias de batalla, hechizos de sanación y provisiones necesarias para el viaje.
Ilae pasó las horas restantes en la taberna, asegurándose de que todo estuviera en orden antes de su partida. Ayudó a Salara y Erille a servir bebidas y comida, limpió mesas y escuchó las historias de los aventureros que se alojaban en su establecimiento. La emoción y la expectativa crecían en el ambiente a medida que se acercaba el amanecer. Los aventureros charlaban y se preparaban, afilando sus armas y rellenando sus provisiones. En medio de todo esto, Drayce apareció, descansado y listo para salir. Su rostro estaba libre de dolor y su postura erguida, mostrando que había sanado significativamente durante su sueño.
Ilae se acercó a él, comprobando su estado con una mirada experta. «¿Cómo te sientes, Drayce?» Su voz era suave pero firme, buscando cualquier señal de debilidad o malestar. Él asintió, una sonrisa confiada en su rostro.
«Estoy listo, Ilae. Maeva hizo un buen trabajo. Me siento como nuevo.» Su confianza era contagiosa y Ilae pudo sentir cómo la emoción crecía en su interior. Este era el momento que había estado esperando, la oportunidad de enfrentar a los monstruos que amenazaban su hogar y su negocio.
Ilae dio los últimos retoques para su partida, revisando sus armas y provisiones con un ojo experto. Su gran hacha de batalla, que había mantenido oculta detrás de la barra durante todos esos años, ahora estaba a la vista, lista para enfrentar cualquier amenaza que pudiera encontrar en el camino. Saludó a sus empleados, quienes se habían convertido en su familia adoptiva durante su tiempo como posadera. Les dio instrucciones finales y palabras de aliento, asegurándoles que estaría de regreso tan pronto como pudiera. Sus rostros estaban llenos de preocupación y temor, pero también de orgullo y determinación.
Ilae se dirigió a la puerta principal de la taberna, con la mano en el picaporte, lista para abrirlo y enfrentar el destino que tenía por delante. Antes de salir, se detuvo un momento y miró el salón una vez más.
El salón estaba bullicioso y lleno de vida, como siempre. Los clientes charlaban y reían, ajenos a la misión que estaba a punto de emprender. En la barra, Salara y Erille trabajaban diligentemente, sirviendo bebidas y limpiando mesas. Sus rostros eran serios, pero sus ojos brillaban con determinación. Ilae sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de cuánto dependía de su éxito en esta misión. No solo la seguridad de sus clientes y empleados, sino también el futuro de su negocio y su hogar. Si fracasaba, si esos monstruos no eran derrotados, podría significar el fin de todo lo que había trabajado tanto para construir.
Pero también sintió una oleada de determinación y coraje. No permitiría que el miedo la detuviera, no cuando había tanto en juego. Tenía un deber para con su gente y su hogar, y no lo tomaría a la ligera. Respiró hondo, enderezando los hombros con determinación. Luego, abrió la puerta de golpe, dejando entrar un torrente de aire frío y luz brillante. Fuera, el amanecer estaba pintando el cielo de tonos rosados y anaranjados, y el sol aún estaba bajo en el horizonte. Los aventureros la esperaban, sus figuras recortadas contra la luz del alba. Aelara, Thoradin y Rodan estaban listos, con sus armas y armaduras preparadas para la batalla.
OPINIONES Y COMENTARIOS