Timoto y Cuicas, tras su heroica hazaña de liberar a los niños de las garras de los malvados guerreros opresores, se encontraron bajo el cielo de la tribu de Tubusito, esa noche las estrellas parecían brillar más intensamente. El aire fresco del río La Quebrada traía consigo el aroma de flores silvestres y el eco de risas infantiles rondaba en cada rincón de la choza. Los pequeños que antes estuvieron en cautiverio ya estaban reunidos con sus familias, y las historias de valor y amor de Timoto y Cuicas comenzaron a recorrer cada rincón de la Cordillera Andina.
Poderosamente los colibríes llegaron visitando a las familias de las tribus de Niquitao, Mucuchies, Siquisay, Tostóses, Escuques,Boconoes, Jajón, Quicóri, Durí, Musí, Isnotí,Cheregué, Betijoque,Vitú, Chibchas y los Carachíes. Estos seres Sagrados para la cultura indígena tenían la misión de comunicar a través de un sueño todo lo que había sucedido en la gran Teta de Niquitao. Así se propagaba mágicamente una historia de liberación. Cada vez que llegaba un colibrí a la tribu todos se postraban en el suelo como un signo de reconocimiento de la divinidad, eran los dioses de Niquitao que habían enviado a sus mensajeros de paz.

Esa noche, en el hogar de Cuicas, se organizaba una gran fiesta en honor a los libertadores. Músicos de todas las tribus llegaron a la celebración, y el sonido de la flauta de carruzo se entrelazaba con el tambor. Todos danzaban alrededor del fuego, siguiendo el ritmo de la música alegre.
Cada paso evocaba las memorias de los antepasados . En aquel ambiente festivo, los jóvenes compartieron miradas cómplices al ritmo de la danza, sintiendo que su amor eterno era tan fuerte como su deseo de libertad para todos. No solo querían unir sus corazones sino el corazón de la gran Cordillera que había estado dividido por generaciones. El dios de las sombras tenia el poder de engañar sembrando en las tribus: ambición por el poder, vanidad, desenfreno, ira, lujuria y egoísmo.
Mientras el ayuno de las sombras caía sobre ellos, Timoto tomó la mano de Cuicas, y juntos se dirigieron a la montaña sagrada de Esdovás . Allí, en la cima, hablaron sobre su destino.
Dijo Cuicas, con su mirada llena de determinación.
—Mi Timoto, estoy segura de que vamos a ganar la batalla. El Dios de Niquitao está con nosotros, se ha manifestado de una manera especial. El Oso Frontino, El Condor, La Lagartija y ahora los Colibríes son enviados por los dioses para nunca sentirnos solos en la batalla.
Timoto sonrió, sintiendo que su corazón latía al ritmo con el de Cuicas.
—Mi Cuicas, ya verás que lo vamos a vencer —respondió él, apretando su mano y mirándola fijamente a los ojos.
Llevaban consigo una pequeña tinaja con agua de la Teta de Niquitao, símbolo de su conexión con la diosa y su fe en el poder del amor. Mientras caminaban vega abajo, de pronto, se encontraron rodeados por las sombras que se cernían sobre ellos; la lucha interna contra el dios oscuro de la opresión era inminente.
Pero en el fondo de su ser, sabían que su amor y las almas libres que habían rescatado eran poderosas. Con el canto de los ancestros resonando todavía en su mente, avanzaron decididos, listos para enfrentar la oscuridad y liberar a aquellas jóvenes que habían sido privadas de su libertad.
La batalla que se avecinaba no solo sería por ellas, sino por cada generación que soñaba con un futuro prospero. Ya con la luz de la luna guiando su camino y el murmullo de la Teta de Niquitao en sus corazones, Timoto y Cuicas se prepararon para luchar, sabiendo que el verdadero poder reside en el amor y la libertad que ansiaban restaurar.
Así, entre susurros de esperanza, se lanzaron hacia la cueva de eternidad, donde la victoria no solo era un triunfo sobre las sombras, sino un himno a la fuerza irrefrenable del amor.
Al llegar a la cueva, un profundo temor envolvió a Cuicas, llevándola a un trance de sombras. En ese instante crítico, apareció Timbis, la sabia curandera. Su voz, clara y firme, le dijo a Timoto que debía continuar solo.
Timbis le advirtió sobre tres peligros en su camino: mirar hacia atrás, dejarse seducir por la ambición y aceptar regalos engañosos. Con estas palabras resonando en su mente, Timoto se internó en la cueva. De repente los ecos de gritos de auxilio llenaron el aire, y entre ellos, creía distinguir la voz de Cuicas.
Atraído por la ilusión, dio un paso hacia la trampa, miro hacia atrás y cayó en un pozo profundo rodeado de serpientes venenosas de coral, cuyas miradas amenazantes brillaban en la penumbra. Sin embargo, el miedo no lo paralizó. Recordando la tinaja de agua de la laguna de la Teta de Niquitao que llevaba consigo, la destapó.
Con coraje, roció las serpientes con el líquido sagrado. En un instante, las criaturas se transformaron en bejucos, inofensivos, que se deslizaron fuera de su camino. La clara luz de la verdad brilló en su corazón y, con cada paso que daba, sentía la fuerza de Cuicas y los niños liberados impulsándolo.
Finalmente, logró escalar fuera del pozo, decidido a enfrentar al dios oscuro que solo quería hacerlo caer en sus trampas para luego devorarlo. Timoto comprende que debe ser más astuto para no dejarse engañar. Gracias al liquido Sagrado pudo vencer a las serpientes que lo tenían acorralado.
Esta historia continuará en el siguiente capítulo…
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