Era un día en que el sol brillaba con más fuerza, cuando de repente se vio algo en el cielo que brillaba con una potencia inusitada. Milan estaba jugando con los hermanos de Lern afuera, en un momento que tenían de paz, cuando de improviso los edificios comenzaron a temblar y a moverse de un modo tenebroso. Milan empujó a los niños a que volvieran junto a su hermano. Lern fue hacia ellos, envolviendo a los niños en su abrazo, y entonces acudieron corriendo los jóvenes estudiantes, seguidos de las espadas mágicas. Mars y Elisa fueron en tropel a donde se encontraba la chica. Esta se abrazó a su padre.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Rul yendo a ella y confortándola en su abrazo.
—No, no lo sé —titubeó ella, no entendía qué estaba sucediendo. El temblor proseguía, y ellos se estaban uniendo para no sucumbir al pánico.
—¡No os quedéis aquí fuera! —dijo Elisa a los chicos. —Venid dentro de mi barrera. Y todos se precipitaron a ella, y se metieron debajo de esta, la cual estaba siendo creada por la bruja rápidamente.
—No comprendo qué es esto, no parece tener un origen mágico —dijo Mars escudriñando el cielo, que se había vuelto de un color negro profundo. No se veía al sol por ningún lado.
—Esto da mucho miedo —dijo Lern, rodeando a sus hermanos pequeños con los brazos—. Deberíamos marcharnos tan pronto como sea posible de este lugar.
—¡Idos! —les recomendó Inelda—. Así os protegeréis con seguridad.
Xevios se ajustó las gafas, mirando al cielo.
—¿Qué demonios habrá provocado todo eso?
—De improviso el temblor fue remitiendo hasta que desapareció como si nunca hubiera existido. Rul soltó a Milan de su presa, todos suspiraron aliviados.
—Menos mal que ha acabado todo en un susto —resopló Mavis.
—Yo no estaría tan seguro —masculló Keith. —Puede que vuelva a por nosotros.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que esa cosa viene a por nosotros? —inquirió Dara estremeciéndose.
—Como sea, volvemos a las clases de la Universidad —dijo Keith, y ellos estuvieron conformes.
Se despidieron de su padre y de Elisa y de Milan.
—Te aseguro que la protegeremos —dijo Mars apaciguador.
—Vale.
Rul esbozó una tímida sonrisa y se fueron en un santiamén a la plaza universitaria. La gente caminaba tranquilamente y ellos estaban contentos de poder volver a la normalidad.
—Soy yo… ¿O el cielo sigue estando oscuro…? —preguntó Tarik señalándolo con el dedo.
—Una cosa muy rara sin duda—dijo Jackie.
—Todavía Shenya no ha venido —resopló Matsuko cambiando de tema, sin ambages—. Mira que se tarda.
Entonces el aludido se presentó frente a los muchachos.
—Hola. Ya estoy aquí.
—Shenya, ¿qué tal todo? —comentó Cara.
—¿Por qué has tardado tanto? —quiso saber Mavis.
—Nos tenías en ascuas —se lamentó Zora lastimera.
El negro del cielo los alertó de que algo malo estaba por suceder, o ya pasaba. Unos tipos encapuchados se aparecieron y empezaron a danzar en círculos en el cielo.
—¿Y esos quiénes son? —dijo Matsuko indicándolos.
Los chicos se apercibieron de ellos. Los tipos iban hacia ellos, la gente chillaba aterrada y se iba en desbandada, corriendo en tropel para ponerse a salvo. Todo a su alrededor crujía y se desestabilizaba, y la gente tenía prisa por irse…
—Otra vez ese temblor tan extraño… ¿Qué es lo que sucede? —interpeló Rul apretando los dientes.
Los tipos, que eran cuatro en total, se dirigían a ellos. Desenfundaron sus espadas y ellos tuvieron que retroceder.
—¿Quiénes sois y que queréis? —inquirió Shenya en tono firme.
—Somos los Imperdonables, amigo. Y estamos aquí porque venimos a por Rul Albern.
—Qué? —todos se giraron a mirarlo.
Él se adelantó, blandiendo a Inelda seguro de sí mismo.
—¿Cómo es que sabéis mi nombre?
—Necesitamos que vengas con nosotros —dijo otro de los Imperdonables, sacando unos tentáculos por fuera de su capa.
—No te puedes negar.
—Claro que puedo —farfulló él.
Sus amigos cruzaron miradas de circunstancias.
—¿Por qué habláis tan convencidos?
—Oh, creo que se te olvida tu hermanita —canturreó uno de los tipejos, el más gordo de ellos, bamboleando su tripa—. La tenemos con nosotros. Se tendrá que venir al Infierno.
Y mostraron, para gran horror y conmoción de los muchachos, a Milan que colgaba inerme de sus gruesos brazos.
El de los tentáculos, seguro tras la máscara, dijo alzando la voz:
—Di que quieres acudir. O si no, nos la llevaremos.
— ¡No quiero! Devolvedme a Milan! —chilló Rul, y trató de ir a rescatar a su hermana, pero se interpuso otro de los truhanes en su camino.
— ¡Ven a por ella! —dijo el más cantarín de los cuatro, y se fueron desapareciendo, esfumándose en el aire hediondo.
—Tenemos que ir a por ellos —dijo Rul—. Hay que salvar a mi hermana.
—Lo más probable es que se hayan separado para distraernos —razonó Xevios.
—Mavis, Tarik, Jackie y yo nos iremos por el norte, los demás id por otras direcciones. La encontraremos y la pondremos a salvo.
—No te preocupes —le dijo amable Inelda. Rul le dirigió una mirada amorosa.
—De acuerdo, vamos. No podemos perder tiempo.
Y salieron cada uno en una dirección, casi volando. Rul se topó con el de los tentáculos, el que llevaba a su hermana.
—Vas a tener que luchar conmigo, por la fuerza, si deseas que la suelte —dijo este secamente.
—Eso ya lo sabía. —Rul desenvainó a Inelda y trató de esquivar los numerosos y viscosos tentáculos, que eran resbaladizos, y se fue escudando y evadiendo los ataques del adversario como podía.
Entre tanto, Matsuko que era blandido por Zora fue enarbolado y se enfrentó al más enclenque de los cuatro bellacos.
— ¡Galmor, no dejes que te corte con esa espada! —lo alertó el rechoncho, moviéndose nerviosamente— ¡Es una espada mágica! ¡Estaremos acabados si nos pilla!
Zora pensó perpleja que era raro que supieran tanto de esas espadas. La mayoría de los magos desconocía por completo su existencia.
—¡Allá voy! — dijo, y empezó a luchar.
Tarik, Shenya y Mavis con Jackie se enfrentaron al tercer tipo. El cual era muy inexpresivo.
—¡Cuidado con eso! —dijeron ellos a las chicas, las hermanas Vulcan. A una orden de Keith, se enfrentaron al gordo.
—Soy Taku, encantado de conocerte. ¿Puedo colmarte de besos? —e hizo un gesto con su boca.
—Me temo que tendré que rechazar esa oferta —dijo Keith.
—Bien dicho, es un ser repugnante, una bola de grasa —dijo Cara.
—¡Acabemos con él y su chulería! —gritó Dara toda emocionada.
Y eso lograron hacer tras muchas tentativas. El silencio llegó de golpe luego de un poderoso estruendo. El firmamento se abrió de par en par, y unas puertas pesadas llenas de cadenas y mostrando unas calaveras deslucidas que la adornaban y que eran de un enorme tamaño, dejaron pasar a unas dagas que se configuraban en unos brazos gigantescos y musculosos que parecían estar sondeando lo todo.
—Por los dioses, ¿qué demonios es eso?
Jackie estaba aterrorizada.
— ¡No os quitéis las máscaras, sed cautos y fingid que no pasa nada! ¡Así no os atrapará! —decía Taku a sus compañeros.
Galmor fue atrapado, desgraciadamente para él, y se fue entre gritos y jadeos intermitentes.
—¡¡No quiero regresar!! ¡¡No!! —eso fue lo que dijo antes de ser engullido por la oscuridad.
Un sudor frío resbalaba de los cuerpos de los chicos.
—¡¡Nos han descubierto!! —chilló aterrado Melket.— ¡¡Han cogido a Galmor, y nosotros somos los siguientes!!
—¡Deja de ser imbécil! —lo recriminó el tipo imperturbable, Sakot—. ¡Aún nos podemos llevar a la chica!
—Ah, sí.
Pareció que su compinche se calmaba, y en ese momento de confusión y de nervios un portal se abrió apareciendo justo al lado de Taku.
Un encadenado se fue deshaciendo, en lo más profundo del Infierno, hasta hacerse niebla y polvo. Gritó de dolor, plagado de angustiosa desazón y congoja sin igual. Nadie fue a socorrerlo y a decirle que podía ser salvado. Él era un pecador que no tenía remordimientos, por lo cual no sería salvado jamás de los jamases. Se trataba de su escarmiento, por haber hecho tales actos horripilantes. Una persona que sería denigrada como ella había degenerado y perturbado a sus víctimas. Ya no era más que una existencia olvidada que sucumbía a la oscuridad de sus propias acciones perversas.
Una mujer joven, de mediana estatura, cuya apariencia no traslucía más de dieciocho o veinte años, de pelo corto a la altura de los hombros, y blanco como la nieve, que llevaba recogido a medias en una especie de turbante, con el cuerpo cubierto por un traje largo y desgastado de color blanquecino, ya desvaído y descosido en algunos puntos, que portaba una daga negra que desenvainó resueltamente, se hizo presente ante ellos.
De un golpe resolutivo liberó a Milan de su presa y la alzó en sus brazos, agarrándola como si ésta fuera un bebé, debido a la fuerza descomunal que poseía. Rul no daba crédito a lo que veía, así como los demás, pero a los raptores les había producido un intenso malestar esa persona y la miraron con odio.
—Tú… Maldita… Cómo has podido hacernos esto… —saltó el gordinflón, herido de muerte.
Ella se encogió de hombros, indiferente, y enseñó una tranquilidad rayana en la pasividad. Las cadenas y grilletes que sujetaban sus muñecas tintinearon.
—No es nada nuevo para mí esto de rescatar a las personas inocentes. Por favor, si no es mucho pedir, volved al infierno.
Rul y sus amigos ya iban a darle las gracias cuando ellos se fueron a ella, y la empujaron y la golpearon cogidos por la ira y la violencia y se llevaron a Milan consigo.
—¡No! —estalló Rul, las puertas infernales se estaban cerrando y Milan se iba con ellos.
Su sola visión lo deprimía y lo dejaba seco, como si le hubieran chupando todo su maná. Los demás, sudorosos, otearon impotentes como se marchaba la joven y desaparecía por el hueco que luego se cerró y se volvió el cielo a su gris acostumbrado. Matsuko, como fuera su costumbre, no se esperó y agarró a la delgada chica de los hombros huesudos y estirados. Ella dejó de encorvarse, impelida por el estrés.
—¿Quién eres? ¿Cómo has llegado aquí? ¿Qué es lo que buscas? ¿Por qué has salvado a Milan? ¿Y por qué demonios no has intentado recuperarla?
Discernieron que ella interponía sus manos entre ambos.
—Espera, tranquilízate, no puedo responderlas todas…
—Dinos cuál es tu identidad —pidió Keith, y no era una exigencia que pudiera ser denegada.
Ella miró a los lados por si reaparecían las puertas, y murmuró con voz queda:
—Vámonos a otro lugar. No me siento segura.
En casa de Rul, todos se volvieron a mirarla. Ella se sentó en una silla.
—¿Qué son esos grilletes que portas? —preguntó Rul ávido de respuestas, señalando las cadenas que permanecían en sus muñecas.
—Primero, vayamos por orden. Soy Koka, una de los Imperdonables.
— ¿Qué es un Imperdonable?
Cara no lo había captado. Los otros tampoco. Rul la observó extrañado.
—Creo que no nos está mintiendo —se apresuró a decir Mars para aliviar la presión que se ejercía sobre la muchacha.
—Sé lo que son los Imperdonables. He leído mucho, sin embargo, no tengo idea de lo que significa —dijo Shenya pasmado.
Koka emitió un suspiro resignado.
—Venga, tenéis que saber lo que es. O al menos lo habéis oído.
—En los cuentos —los asombró Mavis respondiendo, y añadió: —Sí, mi padre me contaba muchos cuentos acerca del Infierno.
—Yo creía que solo existía el cielo —dijo Dara.
—No, existen las dos dimensiones —comentó Zora con una expresión seria, pues le asustaba decirlo.
—El cielo es adonde van los buenos y el Infierno es donde residen los malos. Son azotados sin descanso por los kushenadaa’, y se les obliga a hacer trabajos pesados… —explicó Koka.
—Un lugar lleno de muerte y desolación, como suena —dijo Shenya pensativo.
—No me digas que tú procedes de allí.
Elisa se quedó boquiabierta. Muchos pares de ojos se clavaron en Koka.
—¿Cómo has logrado escapar?
—Bueno, la seguridad es impenetrable. Ya sabéis, lo típico. A veces los guardianes se duermen y nosotros podemos irnos…
—¿Nosotros? —se extrañó Inelda.
—Yo y esos tipos pertenecemos al mismo nivel. Lo que significa ser Imperdonable, es terrible. Nunca puedes evadirte de la muerte cíclica e interminable. Es un pozo sin fondo del que nadie ha logrado salir jamás.
—Y tenemos que ir ahí a rescatar a Milan… —dijo Rul dando vueltas.
Koka se levantó del asiento y se puso las manos en las caderas. Se volvió a ellos tras unos segundos.
—Hombre, no te quedan muchas más opciones que ir a buscarlos. Pero el Infierno es un lugar peligroso, yo no lo recomiendo.
—Es lo único que tenemos —dijo Mars desesperado.
—Koka, hemos de ir sí o sí —dijo Xevios.
Ella exhaló un largo suspiro. Sus ojos relucieron con un brillo fosforescente durante unos segundos, y sus pupilas se estrecharon, volviéndose rajadas como las de un felino. Se dirigió exclusivamente a Rul, obviando a todos los demás.
—Verás, tu hermana ya corre un grave peligro. Huelga mencionar que si pasa mucho tiempo allí, se convertirá en uno de los míos… Es decir, su alma sucumbirá al infierno.
—¿Y cuáles son los peores pronósticos de eso? —preguntó Mavis.
—Morirá. Sin lugar a dudas. La muerte es lo que acontece. Hay que tener el alma muy negra para acabar con tu trasero en el infierno. Y hay que ser de espíritu resistente a fin de poder sobrevivir al día a día de este sitio —suspiró resignada—. Vaya. Supongo que os vais a rendir…
—En absoluto —Rul fue a ella, sorprendiéndola—. ¿Por quién me tomas?
—Dicho eso —dijo Koka sonriendo levemente— ¿Qué os parece si…, vamos de viaje al Infierno? Venid a mi vera.
Y se acercaron a ella. Se despidieron de Elisa y de Mars.
—Mucha suerte, chicos —dijeron ellos.
Rul se atrevió a sonreír, esperanzado. Después de unos segundos de haberse metido en el portal, llegaron al Infierno. Ante ellos se extendía una vasta planicie cuadrada y también rectangular, y un largo pasillo azul que se perdía en el horizonte.
—Bienvenidos al Infierno —dijo Koka, riendo sarcástica—. ¿No os gusta?
—Huele a azufre y a inmundicia —comentó Cara, olfateando.
—Me echo a temblar al pensar en lo que nos puede ocurrir aquí —se asustó Dara, estremecida.
—No es como lo esperaba —repuso Mavis.
Tarik farfulló:
—Igualmente no es un sitio agradable. No me iría aquí de vacaciones.
— ¡Su geometría es perfecta! —Keith alzó emocionado los brazos, tanteando el aire que se cernía en torno a ellos— ¡Contemplad todas esas líneas rectas!
—No me puedo creer lo que atisbo —dijo Xevios limpiándose las gafas.
— ¡Esto no estaba en los libros! —exclamó Shenya alborozado, contemplando todo lo que había en derredor suya.
—No os distraigáis y vayamos a por las prioridades —los alarmó Rul, y se pusieron a correr desenfrenadamente.
Koka los iba guiando por las bifurcaciones, mientras torcían a la izquierda o a la derecha. Estaban mirando para todas partes, a donde se extendía el idéntico paisaje marrón y desolador, y unas personas macilentas salieron tambaleantes desde las sombras.
— ¿Y ellos también son Imperdonables? —preguntó Matsuko.
Koka se afanó en responder.
—Has dado en el clavo. Pero ellos, a diferencia de otros como Galmor, Melket, Sakot, Taku y yo, se han rendido. Sus almas se han partido y quebrantado de tanto intentarlo en vano, y se han perdido en la desesperación. —Inelda ahogó un grito aterrado—. Otros siguen luchando. —Un kushenaada’ se les acercó por detrás bramando atronador, y empezó a retorcer y a quebrantar el suelo—. ¡Corred más rápido! los apremió la extraña mujer, desplazándose hasta casi lograr la velocidad del sonido—. ¡No dejéis que os atrape, o moriréis en el Infierno! ¡Y si morís aquí, renaceréis como seres infernales! ¡No os garantizo una salida!
Llegaron a un punto donde el sendero se desvanecía.
—Aquí acaba el sendero —constató Jackie—. ¿Qué hacemos?
Se detuvo junto a los demás.
— ¡Saltad!
Koka, con todo el peso de sus cadenas, se precipitó al vacío. Rul e Inelda siguieron su ejemplo. Los demás dudaron si hacerlo, vacilantes.
— ¡Os he dicho que saltéis!
La voz de Koka se oyó desde el final de la cuenca.
Sin vacilar, los chicos saltaron y se cayeron al vacío insondable, huyendo del guardián, que se volvió con un gruñido sordo y regresó a su puesto correspondiente. Aparecieron empolvados en una explanada de tierra rojiza y yerma, se levantaron y se sacudieron la ropa para quitarse la tierra adherida a ella. No se avistaban signos de vida alguna por toda su superficie, que era extensa y brillante. Los ojos violetas de Koka centellearon efusivos, mostrando un fuerte trazo inhumano, y se incorporó y continuó caminando.
—Vamos, no seáis flojos. ¿O queréis quedaros aquí por una larga temporada?
— ¡No, por los benditos dioses! —rezongó Tarik, que se había quedado rezagado y no tardó en coger carrerilla y unirse al grupo.
Delante de los viajeros había un círculo excavado en la piedra a conciencia, y unos huesos enormes, de aspecto inquietante, refulgieron histriónicamente, elevándose contra el cielo.
— ¿Esa es la tumba de esas criaturas que hemos visto arriba? —preguntó Matsuko.
— ¿Es la sepultura de los kushenaada’? —matizó Rul ávidamente.
Afortunadamente para él, Koka satisfizo su curiosidad insaciable.
—Sí. Los kushenaada’ mueren al cabo de miles y miles de años. Digamos que son pocos, pero viven unas longevas vidas. Y así, ellos se organizan para vigilar a todos los habitantes del Infierno. Nos hallamos en el estrato más caluroso y mortífero de todos. El hogar de los Imperdonables —dijo irónicamente—. Yo he tratado de escapar de sus miradas, pero nunca me han dejado en paz. —Fue bajando por las paredes rocosas del desfiladero—. Seguidme.
Rul fue a ello, pero Keith lo retuvo. Se volvió sorprendido.
—Rul, confías ciegamente en ella. Más que ninguno de nosotros. Y apenas la conocemos. ¿Está bien que lo hagas? —le dijo Keith.
—Ella ha salvado a Milan y además ahora se ha ofrecido para llevarnos al Infierno. Cualquier otro nos habría dejado en la estacada —se defendió él con su argumento bien pensado, y se volvió hacia Koka.
Confiaba en ella, ya que no guardaba nada secreto.
Bajaron por el terraplén y aterrizaron en el ancho espacio.
—Hola, chicos. Me alegra ver que llegáis tan lejos. ¿Tal vez sea hora de que volváis a vuestras casas? Vuestras mamás seguro que os echan de menos. —Una voz que provenía de un hombre alto, que portaba ropas oscuras y una capa de plumas sobre los hombros, y cuyo tono sonaba arrogante, los alertó de que se enfrentaban a un nuevo oponente—. Buenas tardes. Siempre es un placer que reclutes a novatos, Koka.
La miró sonriendo maligno.
— ¡No son reclutas para tu ejército, idiota! —le escupió ella. Se volvió a ellos rauda—. Es Shuzen, un malnacido. No lo escuchéis. Lo que escupe son mentiras. Todas y cada una de sus palabras.
— ¡Ese no es un buen reconocimiento!
Shuzen se volteó hacia ellos y chasqueó los dedos. A su señal, aparecieron Taku, el gordo, Sakot, el imperturbable, Galmor, el enclenque, Melket, el de los tentáculos naranjas. Todos se mostraban en su verdadero y deplorable aspecto.
— ¿Qué os contáis? —sonrió Taku.
— ¡Así que trabajaban con él! —dedujo Xevios, arribando a la conclusión de que todo era un plan del pérfido Shuzen.
—Efectivamente —dijo Koka, convenciéndolos de que era así.
Keith y Shenya se la quedaron mirando, escaneándola desconfiados. Mas los otros no daban muestras de desconfiar en absoluto de ella.
—Rul Albern. Ayúdame a desembarazarme de estas cadenas, para que pueda salir del Infierno —dijo Shuzen— y yo me pensaré el devolverte a tu hermana.
— ¡Milan! —gritó Rul angustiado.
— Inelda y las otras chicas reprimieron un grito de horror.
Milan estaba colgada de una de las grandes y voluminosas costillas de los kushenaada’.
— ¿Tiene una cadena en el pecho? —se acongojó Inelda.
—Habrá debido de inhalar el miasma del Infierno y se habrá desmayado posteriormente —elucubró Koka sombríamente—. No nos queda mucho tiempo.
—Debemos encargarnos de estos canallas —dijo Matsuko, y llamó la atención de Zora—. ¡Colega, hay que entretenerlos!
—Claro, ¡y que Rul y Koka, junto a Inelda, vayan a salvar a Milan! —añadió ella resuelta.
El olor fétido se hacía más intenso, y destilaba sangre por todas partes. Koka se recogió sus vestiduras mugrientas y le tiró a Rul del brazo.
— ¡Vayamos a por tu hermana! ¡Es nuestra máxima prioridad! ¡Deja que tus amigos se encarguen de esto! —expresó con vehemencia.
Él comprendió que ella tenía la razón, y casi sin reparar en Inelda, se fue hasta el exterior del área. Se toparon con Taku, que estaba intercediendo y les cerraba el paso.
—Eh, tu adversario soy yo —dijo Keith enarbolando sus espadas.
Taku se giró a confrontarlo.
— ¡Te voy a besar hasta la muerte! —exclamó chillón.
—Me temo que tendré que declinar esa oferta —replicó Keith sin alterarse un ápice.
—Puaj, no quiero ni imaginármelo —dijo Cara asqueada.
— ¡No podemos retroceder ahora, hemos de apoyar a Rul! —los animó Dara.
Ellos se sorprendieron de que Taku se tragara todos los ataques.
—Gracias, guapo. Estaban deliciosos. ¡Te los devuelvo con intereses! —y le lanzó de repente otro ataque más fuerte que el anterior.
— ¡Tú eres un ser imperfecto, que no se merece dirigirme la palabra!
Keith, enfurecido, lo esquivó y lo volvió a catapultar hacia su adversario. Los cien golpes de las espadas arremetieron contra él, y Taku supo que tenía que darse por vencido.
—Oh, no… —gimió desolado.
— ¡Has perdido! —gritaron los tres jóvenes.
Por su parte, Sakot luchaba contra Shenya que era asistido por Xevios y Tarik, y mantenían una reñida lucha. Shuzen observaba desde lo alto el curso de las peleas.
Sakot los golpeaba una y otra vez.
— ¡No quiero ser cortado! —decía Shenya horrorizado.
— ¡No te va a pasar! —dijo Xevios calmándolo.
Y juntos, aunque jadeantes,lograron vencer a Sakot y hacer que este se esfumara. En el caso de Zora yMatsuko, repelían los ataques de Melket, y ella se cuidaba de ser atrapada porsus tentáculos. Aunque los cortara incesante, reaparecían, por lo que Matsukolo partió en dos y este se fue. Mavis y Jackie lograron acabar con elesquelético Galmor después de inmovilizarlo con sus grandiosas y atrevidastécnicas de lucha y lo derrotaron por fin. Tras darles el golpe de gracia, loschicos se quedaron en silencio, meditabundos. Las nieblas opacas que sedesprendían de la tierra les nublaron la mente por unos instantes.
Koka corría acompañada de Rul e Inelda por los intrincados callejones antiguos y desgastados que tenían retazos de dolor y sufrimiento y abnegación pintados en sus paredes, y desembocaban en algunos que no tenían salida, y descendían escaleras infinitas, y caían arrastrados por la inercia en más mundos laberínticos, hasta que al fin arribaron a un desierto de arenas amarillas y palpitantes. Había grandes montículos de tierra diseminados a lo largo y a lo ancho del desierto, que se mantenían inmóviles e impolutos.
—Es muy raro —dijo Inelda extrañada, mirándolo con detenimiento.
— ¿Qué es todo esto? —interpeló Rul a su guía.
Koka le contestó de modo inmediato y certero:
—Esta arena que pisamos no es una arena normal. Está hecha con los restos de los Imperdonables.
— ¿Cómo? No lo entiendo —dijo Inelda resollando, por la carrera sin descanso que habían efectuado.
Koka ejecutó un gesto vago con la mano, forzándose a sí misma a hacerse entender.
—Sé que mis explicaciones no son de lo mejor que encontraréis, mas haré un esfuerzo descomunal porque sean de vuestro agrado y estéis complacidos. Resulta que cuando los Imperdonables morimos, y somos aplastados y nuestros espíritus crujen, se deshacen creando esta arena recalcitrante. Yo personalmente la odio, como me odio a mí misma por estar anclada en el Infierno. —Inelda pensó que era el momento de que desvelara su secreto, la razón por la cual los había ayudado—. No obstante, no me rindo y prosigo hacia delante.
—Nunca te rindas —dijo amablemente Inelda, regalándole una sonrisa plena en cariño—. Eso es lo que nos diferencia de quienes se sienten desgraciados. Uno se levanta y sigue caminando, por más que le cueste.
Rul se lanzó a cuestionarle a Koka, a la misteriosa joven que los estuviera acompañando por los senderos impracticables del Infierno, sobre su desconocido pasado.
—Y tú… ¿cómo fue tu vida? ¿Cómo es que viniste al Infierno?
La joven no le sostuvo la mirada, desviándola a donde las sombras se acurrucaban en las esquinas. Él entendió que era una pregunta demasiado íntima, y que sería contestada en un momento más propicio para ello.
—Ya estamos en nuestro destino —dijo ella, al cabo que terminaron de bajar las escaleras.
Ambos chicos alzaron el mentón y vislumbraron en la lontananza el monstruoso esqueleto que se recortaba contra el cielo rojizo del Infierno, seguramente era el refugio del detestable Shuzen.
—Allí es donde Shuzen tiene retenida a tu hermana. Esa es su repulsiva guarida —y al volverse a Rul, las tinieblas hendieron en su rostro antes inescrutable, asomaron los pozos del terror y la desidia entremezclados, se cogían de sendas manos.
—Voy a contarte porqué motivo…, yo terminé en el Infierno. Yo tuve una vez tres hermanos, dos varones y una niña. Los tres eran muy vivaces y despiertos, y me querían locamente, y me hacían siempre caso… Nos habíamos quedado sin comida, y yo salí a comprar, pensando tontamente que la desgracia no vendría a tocar a mi puerta… —El viento gélido removió los cabellos albos de ella, y se coló en sus huesos removiendo sus tripas y poniéndolas a remojar. Su sentido común era empañado por el perverso odio que la impelía a que dejara de ser razonable y los matara, los destrozara, les arrancara la piel a tiras y los escuchara agonizar sin concederles ni una sola pizca de clemencia. Ella no había podido hacerlos felices pese a haberlo prometido, y lo había pagado con creces… Los echaba tantísimo de menos… Pero ya no podía llorar. Solo odiar a los asesinos y sobreponerse a la desdicha… —Y al volver, me los encontré muertos. Los habían matado…, unos rufianes de la calle. —Ella no fue capaz de cambiar el pasado, y habíase esforzado en retorcerlos y achicharrarlos, la desgracia la había cambiado a ella luego de todo—. Yo intenté vengarme de ellos, y los perseguí… Y así terminé en este horrendo y traicionero lugar…—Las cosas que no pudo variar la hicieron un ser pútrido y obsesivo, que no pudo pasar por alto las emociones negativas que la invadieron en ese instante en que todo estuvo perdido, en un sinsentido que quería negar—. El adecuado para los de mi calaña…
Ella torció el gesto, y se fue hacia donde se perfilaban los contornos de los grotescos y mudos paisajes, apretando el paso.
Los azuzó vivamente:
— ¡Ven, Rul! ¡A tu hermana no le quedan más de unas horas de vida!
— ¿No crees que es antinatural que parezca tan buena siendo una de los Imperdonables? —dijo Inelda susurrando a Rul—. No es que la odie, sino que me transmite malas vibraciones…
—No es nada, eso es porque no la conocéis bien —repuso él, serio—. Yo he decidido depositar en ella mi confianza, y creo que no ando equivocado.
— ¿Y si por casualidad te hallaras errado?
Inelda tironeó de él, pero Rul se desasió molesto y le espetó:
—Déjame que yo piense lo que quiera de ella, ¿te importa? No puede ser tan mala si se ha tomado la molestia de llevarnos a Milan. Así que deja de ser tan suspicaz. Por los dioses, estáis todos afectados por el miasma del Infierno.
Koka le hizo una seña, y Rul se acercó a ella, Inelda se mantuvo detrás, recelosa de aproximarse.
—Tus amigos habrán derrocado a los tipos malignos, así que tenemos vía libre. Esta es nuestra válvula de escape. No desaproveches dicha oportunidad para salvar a tu hermana.
Rul hizo un ademán a Inelda de que se les aproximara. Ella accedió aun ceñuda y reticente, sospechando de los motivos auténticos que escondiera Koka bajo capas y capas de piel, detrás de sonrisas bonitas y sinceras y ademanes mesurados y aparentemente afables.
—Vamos —les indicó Koka.
Se dirigieron apresuradamente a la guarida de Shuzen, y este miró a Rul altivamente, plantándose en el suelo a unos doscientos metros de distancia de ellos. Milan languidecía en sus brazos, mortalmente pálida.
—Oh, pobre criatura, cada vez está más expuesta al miasma del Infierno…, Me pregunto cuánto tardará en morirse… —dijo malévolamente, y estalló en risas maléficas que se esparcieron, y dispersaron partículas por el aire ceniciento.
— ¡Vas a pagar por lo que has obrado, bastardo! ¡Suéltala ya! ¡Suelta a Milan!
Rul, habiendo pronunciado esto, llevó a Inelda a su lado, esta se transformó en espada y él empuñándola fieramente, se acercó a continuación decidido, hirviendo de ira, hacia Shuzen. Este seguía riendo, sin inmutarse.
—Eso es truculento. Koka, has logrado que cayera en la trampa. Como esperaba de ti.
— ¿Qué estás diciendo, mentecato? —se mofó ella, negando con el cráneo fervientemente—. ¡Ellos van a ganar y tú nunca podrás salir del Infierno! ¡Así son las cosas en esta cruel vida! ¿Es que acaso te pensabas que ibas a ser el afortunado que sería liberado por sus pecaminosas faltas por siempre, por toda la eternidad? ¡Ja! ¡Eso es lo que te llevas por ser un criminal de tomo y lomo!
Sacó su daga negra, que relumbró destellando con rabia contenida, y aulló en medio de la nocturnidad que los abrazara y los estrujara, llevándolos a la deriva, y empezó la guerra. La lucha encarnizada, en la que ambos contendientes se ensañaban para ganarle al contrario.
Y Shuzen dijo a Rul, impávido:
— ¡Atrayéndote mediante el rapto de tu hermanita fue un plan genial! ¡Significaba la única manera de que nos entendieras y nos dieras el gusto de liberarnos! ¡Vamos! ¡Corta esas cadenas! ¡Córtalas!
— ¡Insensato! —le gritó Rul, y se abalanzó sobre él.
Pero Shuzen fue más raudo y lo paralizó con las llamas azules que brotaban de sus dedos.
Rul fue dando espadazos a diestro y siniestro pero repentinamente se oyó un grito desgarrador a su espalda. Shuzen había atacado a Koka, y Rul distinguió preso del terror a Koka con el torso y las manos ensangrentadas, que se reducía a cenizas ante sus ojos aterrados.
— ¡Koka! —chilló entristecido.
No permitió que su temple cediera y le diera esto ventaja a Shuzen, no se amedentró y lo golpeó febril, asestándole una poderosa estocada, y lo derrumbó. Estaba ardiendo del venenoso padecimiento que corría por sus venas encharcándolas. Había caído en la desesperación. Milan reposaba en el suelo, a unos metros de ellos. Los amigos ya se estaban acercando, oía sus voces en la lejanía. Rul se reclinó, sollozando pavoroso y quebrado.
—Han matado a Koka…, cómo puede ser… Y Milan, ella tiene la marca del Infierno…
—Ella, Koka, nos ha enseñado que nunca hay que rendirse —dijo Inelda firmemente y lo abrazó, tratando de concederle un mínimo consuelo.
El cadáver de Shuzen se descomponía raudamente, y en un abrir y cerrar de ojos dejó un vacío en su lugar, donde previamente hubiera estado.
— ¡Eso es lo que hay que hacer siempre!
Una daga negra refulgió enlas tinieblas. Koka sonreía malignamente, y su arma se ensartaba en el cuerpodel joven, rezumando la maldad más pura y tétrica. El ambiente se habíarecrudecido, y ella mostraba su verdadera naturaleza. Rul escupió sangre eintentó erguirse, pero le fue imposible. La herida era tan profunda que habíaperforado sus intestinos.
— ¡¡No!! —sollozó Inelda angustiada, dolorida.
Rul se giró a Koka, que había contorsionado sus pálidas facciones en una mueca que exteriorizaba todo el desprecio que cabía en su interior.
—Qué ingenuo eres, Rul Albern. Estaba esperando a que viniera un tipo como tú, tan inocente que se creyera todo lo que le dijeran. No has cambiado con el tiempo, ¿no lo crees? Los niños tienen que aprender a desconfiar de los extraños. No vale la pena confiar en las personas. Son criaturas reptantes, asquerosas, débiles y superficiales. Se arrastran por la suciedad que ellas mismas crean. Las corto con cuchillos y las echo al fuego, se desfiguran y vuelven aquí pidiendo disculpas, que les ofrende mi perdón. Pero todo se ha truncado. —Sacó la espada de él, y Rul se retorció de dolor, notando que la cabeza le zumbaba, señal de que iba a perder el conocimiento de un momento a otro, y el corazón bombeaba sangre profusamente. Los pitidos en los oídos no desaparecían, al contrario de lo que pensaba, sino que se intensificaban todavía más—. ¿Entiendes ahora por qué soy tan misógina, por qué odio a la gente? Ellos mataron a mi familia, a la más hermosa y perfecta que tuve alguna vez… Bueno, supongo que ya he vivido durante dos milenios. Siempre he deseado ser libre al fin… Y para eso te tengo a ti, Rul.
— ¿Tú no habías muerto? —dijo Rul, desvelando la pregunta que lo carcomía tanto a él como a Inelda.
—Oh, es difícil morir en el Infierno de un modo que sea definitivo. Yo he sido revivida, simplemente. Todo se reduce a existir en un círculo vicioso que nunca finaliza. La vida aquí es dura, ¿sabes? Supongo que nunca te lo has planteado, ya que eres un ser de alma celestial, prístina, y reluciente. No eres corrompido. Y aunque has sido engañado, el instinto me recomendó que confiara en ti, que te usara para mis planes…
— ¿Acaso todo eso fue una farsa? ¿Un plan de los que ideaste? —inquirió Inelda con horror.
—Sí, pedí prestada la ayuda de esos inútiles —ella señaló con un dedo a los Imperdonables, que se estaban regenerando, no eran más que unos grumos de masa deforme que ardían debido a que habían caído en el fuego, estaban resurgiendo lenta y parsimoniosamente de sus restos calcinados—. Shuzen me ayudó a que diera con vosotros, y los demás raptaron a Milan.
—O sea, que hemos estado haciéndolo todo según lo que habías dictado… —resolló Rul.
—En realidad, te estábamos buscando a ti, Rul. Tu hermana pequeña fue el cebo que te llevó a nosotros. Tú eres la pieza clave en nuestro plan. Todo lo que hube planeado y programado con el pasar de los siglos era para que tú lo perfeccionaras. Exacto, Rul —siseó ella mirándolo con una expresión arrolladora, y compuso una amplia sonrisa—, tú eres lo que yo necesito para salir del Infierno. De esta repugnante cárcel. Se han desplegado los actores. Tus amigos me han ayudado mucho, estoy agradecida. Mi sueño se cumplirá. —La sonrisa murió en su boca, y se volteó al lado opuesto—. Llevo sobreviviendo en este puñetero cementerio de almas condenadas muchísimo más tiempo del que puedo recordar —hizo énfasis, recalcando la palabra cementerio—; como comprenderás, no es una vida digna de un ser humano. Los monstruos no sé adónde irán, tampoco es que me importe. Aquí solo rige la ley del más fuerte. Y estamos obligados a aceptarlo, nos pese o no. Porque es el destino que nos aguarda a los asesinos y bellacos. Los débiles son partidos y se desmoronan en la decadencia, y los fuertes, como en mi caso, perseveramos, aguantamos los golpes, nos caemos y nos volvemos a levantar. Todos los malditos días de esta inmunda vida… En algún momento, me volví loca… —Su cara se curvó en una sonrisa macabra que se fue descolgando de sus labios—. Todo acaba barrido tarde o temprano. Las esperanzas, los sueños, las vanas ilusiones que no podemos alcanzar…, y nos sumimos en la oscuridad sempiterna. No equivalen a nada más que aire, la felicidad no es nada, se escurre de entre mis dedos… Cada vez que me levanto en este mundo, pienso si este será mi último día, o si moriré hoy. ¿Habrá llegado mi momento?, me pregunto. Una vez tras otra. Te hartas. Lo odias. He recreado mi calvario constante, viajando años infinitos por estos lares, en agonía, soltando espuma de la boca de la rabia que me atenazaba, retorciéndome en el pavimento terroso, era capturada y devorada por los kushenaada’ cuando intentaba escapar… Han sido cientos de ocasiones… Y si te pido, Rul, si te ruego implorante que me tiendas una mano, ¿te negarías? —Se quitó el turbante, apartándolo de sus rasgos endurecidos y quejumbrosos, revelando la horrible historia que había debajo, y sus pupilas se contrajeron malvadas, ansiando poseer lo que ellas no habían jamás dado—. Todo tiene consecuencias en este mundo podrido y estéril. El más pequeño paso en falso y acabas convertido en una pila de huesos en la tierra. Nadie se preocupa por enterrarte. Nadie llora por tu ausencia. Nadie te quiere, en suma.
Rul e Inelda vieron las cicatrices que perlaban y surcaban sus brazos, sus rasgos, y su alma desgarrada, y supieron lo que había tenido que sufrir. Ella había sido machacada.
— ¿Y lo que me contaste de tus hermanos era cierto? —preguntó Rul.
—Sí, era verdad. Los ladrones eran ellos. —Los Imperdonables se acercaban, Koka se dirigió a ellos y los comenzó a pisotear, aplastándolos—. ¡Quedaos quietos y muertos un rato! ¡No vengáis a fastidiar! ¡Ineptos, cobardes, cerdos de mierda! ¡Joder! …. Por eso, yo fui por ellos y me cobré mi justa venganza. Pero eso no me devolvió a mis hermanos. Fui una mala hermana y los dejé solos… Si solo hubiera sido más cautelosa, ellos no habrían sido asesinados… No los protegí. Y pensándolo bien… Ja, el idiota de Shuzen se creía que había que arrebatarte el poder para poder salir del Infierno, no, lo que había que hacer era lograr que confiaras. Confiaste en mí, yo te legué todo, te dije todo lo que buscabas oír, te conté mis desgracias patéticas a fin de que me compadecieras…
—Así que eso explica que estuvieras solo reparando en él. Estabas obsesionada con llamar su atención todo el tiempo —dijo Inelda pensativa.
— ¡Así podré ser salvada! ¡Mi sueño será cumplido! —exclamó eufórica—. ¡Por eso te pido, Rul, que me liberes de estas cadenas! —Él miró los centenares de cadenas que la aprisionaban del cuello, de las muñecas, de las piernas, y sostuvo su mirada vacua y contrita—. ¡Para que pueda revivir y volver a ver a mis hermanos!
—No, eso que me pides es imposible.
Rul se levantó y miró fijamente a Koka, que le devolvía la mirada, atónita.
—Tus hermanos no resucitarán. No va a servir de nada. Eso no te devolverá a tu vida anterior. No podrás ser normal y estar junto a ellos. Debido a que ellos ya pertenecen al mundo de los muertos, y sus reglas los atan y los tienen obligados a permanecer allí. Te has dejado llevar por tu propio egoísmo y te has descarrilado del sendero original, el de la buena obra. Has perdido todo, y no has podido arreglar nada engañando a los demas, te has mentido a ti misma todo este tiempo. Y lo peor es que sabes que esas heridas innumerables no se curarán. Es irremediable. Además, ¿crees que tus hermanos habrían querido que los mataras vil y cruelmente? Lo único que hiciste fue engañarte a ti misma a base de mentir a los demás.
Ella no lo escuchaba, no quería asumir que ésa era la verdad.
—Eres tú la que no se reconoce. ¡La venganza no los traerá de vuelta! ¡Ellos no anhelaban que mataras a nadie!
— ¡Claro que sí! —replicó ella histérica, la rabia y el odio se agitaban convulsos en su ínterin, carcomiéndola poco a poco—. ¡Yo lo hice por ellos! —lo fulminó con la mirada.
Los amigos se estaban aproximando y recogieron a Milan.
— ¡Me niego a ayudarte, Koka! ¡Has sucumbido al Mal! ¡Los dioses no van a perdonarte! ¡Te vas a ahogar en tus propios actos execrables y deleznables!
— ¡¡NO!! —chilló Koka, y las sombras se abatieron sobre ella y las cadenas tiraron de su cuerpo, arrojándola a las tinieblas del Infierno, en las que sería torturada eternamente.
Se desgañitaba presa de la histeria, pero fue tragada por el miasma que los impregnaba a todos y partió a la parte más profunda de los dominios infernales, donde estaría el resto de su existencia.
—Eso es lo que se merece, y lo ha recibido —sentenció ceñudo Keith.
—La muy maquiavélica pretendía engañarnos por entero —resopló Dara.
—Menos mal que sospechamos y no nos dejamos disuadir por las palabras de la serpiente —farfulló Shenya abatido, y todos se miraron con desaliento.
Recogieron a Milan y Rul estuvo junto a ella, y Elisa aseguró que la curaría. Ya de regreso en casa, la dejaron descansar. Rul suspiró de alivio. Un día muy largo acababa de terminar, y lo mejor era que todo había vuelto a la normalidad.
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