Bajo el Manto del Cielo Estrellado

La noche se cernía sobre el pueblo como un manto oscuro, y la luna, en su esplendor plateado, se alzaba en el firmamento, observando cada rincón con su mirada sabia. En una pequeña cabaña al borde del bosque, Clara se sentó junto a la ventana, su corazón palpitando con la intensidad de un tambor de guerra. La brisa nocturna acariciaba su rostro, trayendo consigo el susurro de secretos olvidados.

Clara no era una mujer común; su vida había estado marcada por la tragedia y el misterio. Con ojos que reflejaban la profundidad de un océano en calma, y una melena oscura que caía como cascada sobre sus hombros, era la imagen de la belleza y la melancolía. Su alma, sin embargo, era un laberinto de emociones, un torbellino de recuerdos que la mantenían despierta en las noches más oscuras.

Esa noche, el aire estaba cargado de una tensión palpable. Clara había recibido un mensaje críptico, un aviso de que algo siniestro se acercaba. La luna, su confidente, parecía advertirle de un peligro inminente. «Pido a la luna que te acompañe», murmuró, como si sus palabras pudieran atravesar la distancia y llegar a quien más amaba. «Que ilumine tu sendero y te cuide en cada paso».

Mientras hablaba, las estrellas comenzaron a titilar, como si respondieran a su súplica. «Las luciérnagas te guiarán», continuó, imaginando un camino brillante que se extendía ante él, un sendero que lo llevaría a salvo. Pero en su corazón, una sombra de duda se cernía. ¿Y si no llegaba a tiempo? ¿Y si el peligro lo alcanzaba antes de que pudiera protegerlo?

De repente, un ruido sordo interrumpió sus pensamientos. Clara se giró, su corazón latiendo con fuerza. La puerta de la cabaña se abrió de golpe, y una figura oscura se deslizó en la penumbra. Era Marco, su amado, con el rostro pálido y los ojos desorbitados. «Clara, tenemos que irnos. No hay tiempo», dijo, su voz temblando como una hoja en el viento.

Sin dudarlo, Clara se levantó, su instinto de supervivencia despertó en su interior. «¿Qué ha pasado?», preguntó, mientras su mente corría a mil por hora, buscando respuestas en medio del caos. Marco la tomó del brazo, arrastrándola hacia la puerta. «Los hombres de la sombra vienen por nosotros. No hay tiempo para dar explicaciones».

Mientras corrían hacia el bosque, Clara sintió que el aire se volvía más denso, como si la oscuridad misma estuviera viva, acechando en cada sombra. «Recuerda siempre mirar al cielo», le susurró a Marco, su voz un hilo de esperanza en medio del terror. «Porque en cada estrella hay un cálido beso, un abrazo y todos mis te quiero».

El bosque se convirtió en un laberinto de sombras y susurros, y Clara podía sentir la presencia de sus perseguidores, como un eco lejano que se acercaba cada vez más. Pero en su mente, la imagen de la luna brillando en lo alto le daba fuerzas. «Ese será nuestro secreto», pensó, «encontrarnos bajo el manto del cielo estrellado».

Finalmente, llegaron a un claro, donde la luna iluminaba el suelo con su luz plateada. Clara se detuvo, respirando con dificultad, y miró a su amado. «Aquí, aquí es donde nos encontraremos», dijo, su voz firme. «Si nos separan, busca la luz de la luna. Allí estaré».

Marco asintió, y en ese momento, un grito desgarrador resonó en la oscuridad. Los hombres de la sombra habían llegado. Clara sintió que el tiempo se detenía, y en un acto de valentía, se interpuso entre su amado y el peligro inminente. «¡Corre!», gritó, mientras la oscuridad se abalanzaba sobre ella.

La luna brilló con fuerza, y en ese instante, Clara supo que su amor y su sacrificio serían el faro que guiaría a Marco de regreso a casa. Mientras la oscuridad la envolvía, sus últimas palabras resonaron en el aire: «Siempre estaré contigo, bajo el manto del cielo estrellado».

Pero el destino tenía otros planes. En un giro inesperado, la luz de la luna se intensificó, y una figura resplandeciente emergió de la oscuridad. Era la guardiana de las estrellas, quien, con un gesto de su mano, desvaneció a los hombres de la sombra. «El amor verdadero nunca se apaga», dijo con voz melodiosa. «Tu sacrificio no será en vano».

Clara, atónita, sintió cómo la oscuridad se disipaba. Marco, que había estado a punto de perderla, corrió hacia ella, sus ojos llenos de lágrimas de alivio. «Clara, estás a salvo», exclamó, abrazándola con fuerza. «Nunca más te dejaré ir».

Bajo el manto del cielo estrellado, los dos se encontraron, sus corazones latiendo al unísono. La luna, testigo de su amor, sonrió, y las estrellas comenzaron a danzar en el firmamento, celebrando la victoria del amor sobre la oscuridad. Clara y Marco, unidos por un lazo indestructible, supieron que, sin importar los desafíos que enfrentaran, siempre encontrarían el camino de regreso el uno al otro, guiados por la luz de su amor eterno.

Y así, en la noche más oscura, el amor se convirtió en su luz, un faro eterno que nunca se apagaría. 

Autora: Naiz Francia Jiménez D’arthenay

Fecha: 22/03/2025

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