Érase una vez, en un pequeño y colorido jardín, una bebé morrocoya llamada Nina. Era un regalo especial de amor que Elaila, su dueña, había recibido de su prometido. Nina era una morrocoya de caparazón brillante y suave, con ojos grandes y curiosos que reflejaban la luz del sol como dos pequeñas estrellas. Elaila la adoraba tanto que decidió protegerla como si fuera un tesoro. La metió en una cajita de cristal, donde había creado un pequeño paraíso con arena dorada y plantas verdes que parecían bailar con el viento.
Sin embargo, a pesar de su hermoso hogar, Nina se sentía triste y sola. No podía salir a explorar el mundo, pues su mamá humana temía que algo le pudiera pasar. «Es como estar en una burbuja de cristal», pensaba Nina, «hermosa por fuera, pero vacía por dentro».
Un día, mientras la lluvia caía suavemente, una cucaracha traviesa llamada Carla se refugió en la caja de cristal. Con un brillo en sus ojos, le preguntó a Nina: «¿Qué haces aquí, hermosa? ¿Por qué estás atrapada en esta caja de cristal?».
Nina, con un suspiro, respondió: «Esta es mi casa. Mi mami humana me cuida mucho, pero a veces me siento triste y sola. ¿Cómo es tu mundo?».
Carla, con una sonrisa pícara, comenzó a contarle sobre sus emocionantes aventuras. «¡Oh, Nina! Mi vida es como un cuento de hadas. He viajado por el jardín, he conocido a otros insectos, y he visto cosas que tú no puedes imaginar. ¡Es un mundo lleno de sorpresas y diversión!».
Los ojos de Nina brillaron como dos luceros. «Me encantaría conocer ese mundo, pero mi mamá se pondrá triste si me voy», dijo con un tono melancólico.
«No te preocupes», respondió Carla, «podemos ir y volver sin que se dé cuenta. ¡Te prometo que será una aventura inolvidable!».
Así, con un pequeño empujón de valentía, Nina decidió salir de su burbuja de cristal. Juntas, la morrocoya y la cucaracha se adentraron en el jardín, donde el aire fresco y el aroma de las flores las envolvieron como un abrazo cálido.
Nina descubrió que el mundo era un lugar lleno de colores vibrantes y sonidos alegres. Se enfrentaron a desafíos, como un charco de agua que parecía un océano y un grupo de hormigas que marchaban en fila. Pero cada obstáculo se convirtió en una lección, y cada risa compartida fortaleció su amistad.
Sin embargo, mientras tanto, Elaila se preocupaba. Al no encontrar a su querida Nina, su corazón se llenó de tristeza. «¿Dónde estará mi pequeña?», lloró, pensando que algún depredador la había atrapado. Pasaron los días, y aunque el tiempo sanó algunas de sus lágrimas, siempre recordaba a su amada morrocoya.
Finalmente, después de muchas aventuras, Nina y Carla regresaron al jardín. Pero Nina ya no era la misma; había crecido y aprendido tanto. Su caparazón brillaba con una nueva luz, y su corazón estaba lleno de historias que contar.
Cuando Elaila vio a su morrocoya regresar, su corazón se llenó de alegría. «¡Nina, querida! ¡Te he extrañado tanto!», exclamó, abrazándola con ternura.
Desde ese día, Nina nunca más se separó de su mamá humana. Aprendió que, aunque el mundo exterior era emocionante, el amor y la seguridad de su hogar eran igualmente valiosos. Y así, la morrocoya y la cucaracha siguieron siendo amigas, compartiendo historias de aventuras y recordando que, a veces, la verdadera aventura está en el corazón.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Autora: Naiz Francia Jiménez D’arthenay
Fecha 26/03/2025
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