LA CONFUSIÓN DEL CORAZÓN

LA CONFUSIÓN DEL CORAZÓN

S.Yesenia M.

20/03/2025

Era un día soleado de primavera en el pequeño pueblo, los árboles a luz del sol lucían de un verde cautivador, la brisa refrescaba cada rincón y cada espacio de la villa, el ambiente era acogedor y se podría decir que había un aspecto casi romántico en las campiñas y calles de este hermoso poblado. Este es el día que Sofía escogió para conocer las estaciones y pequeños negocios del que desde ahora sería su lugar de residencia, una aldea muy campestre que le permitiría relajarse de la agitada ciudad de la que provenía, viviría con algunos parientes maternos durante un buen tiempo, trabajaría y se prepararía para posteriormente continuar sus estudios. En este día tan placentero, Sofía conoció al que después de varias citas y paseos encantadores se convertiría en su novio, Alejandro. Tenían 22 y 23 años respectivamente, y desde ese momento, su relación fue como un sueño. Se enamoraron profundamente y disfrutaban de cada momento que pasaban juntos.

Alejandro tenía un mejor amigo, Mateo, que también tenía 23 años. Era un muchacho humilde y trabajador que se desempeñaba como mecánico de autos y jugaba fútbol en su tiempo libre. Un día, Alejandro decidió presentar a Sofía y Mateo, y desde ese momento, los tres se volvieron inseparables.

Salían juntos a todos lados: cine, juegos de fútbol, tardes de parque. Sofía se sentía muy feliz de haber encontrado a alguien como Alejandro, y Mateo se convirtió en un amigo muy cercano para ambos.

Un día, Alejandro le dijo a Sofía que quería regalárselo un auto que había estado restaurando durante meses. Sin embargo, el auto estaba descompuesto y necesitaba que alguien lo arreglara. Alejandro le pidió a Mateo que se encargara de la reparación y que se reuniera con Sofía en las tardes para que ella le fuera indicando cómo quería que quedara el auto.

Así que, Mateo y Sofía comenzaron a reunirse en las tardes para trabajar en el auto. Al principio, todo parecía normal, pero con el tiempo, Sofía comenzó a sentir una atracción hacia Mateo que no podía ignorar. Se sentía confundida porque, por un lado, todavía quería mucho a Alejandro, pero por otro lado, no podía negar la conexión que sentía con Mateo.

Una tarde, mientras trabajaban en el auto, Mateo se acercó a Sofía y comenzó a explicarle cómo funcionaba el motor. Sofía se sintió atraída por la forma en que Mateo se movía, por su sonrisa y por su mirada. De repente, Mateo se dio cuenta de que Sofía lo estaba mirando de una manera diferente y se sintió atraído hacia ella también.

La tensión entre ellos era palpable. Mateo se acercó un poco más a Sofía y comenzó a explicarle algo sobre el auto, pero Sofía no podía concentrarse en lo que él decía. Se sentía como si estuviera en un sueño, como si nada de lo que estaba sucediendo fuera real.

De repente, Mateo se detuvo y miró a Sofía a los ojos. Sofía se sintió como si estuviera desnuda frente a él, como si él pudiera ver derecho a su alma. Mateo se acercó un poco más y Sofía se sintió como si estuviera a punto de desmayarse.

¡Mateo, no!, dijo Sofía, intentando apartarse de él.

Pero Mateo no se detuvo. Se acercó un poco más y comenzó a besar a Sofía. Sofía se sintió como si estuviera en un torbellino, como si nada de lo que estaba sucediendo fuera real. Se sintió atraída hacia Mateo de una manera que no podía explicar.

La escena se volvió cada vez más intensa. Mateo y Sofía se besaban apasionadamente, sin importarles nada más que el momento presente. Pero de repente, Sofía se detuvo y se apartó de Mateo.

¡Lo siento!, dijo Sofía, intentando recuperar el aliento. No deberíamos haber hecho eso. Mateo se miró a Sofía con una mezcla de confusión y deseo. “¿Por qué no?”, preguntó.

Sofía se sintió como si estuviera atrapada en una red de sus propias emociones. “Porque estoy con Alejandro”, dijo finalmente.

Mateo se miró a Sofía con una expresión de tristeza. ¡Lo siento!, dijo. No quise hacer nada que te hiciera sentir incómoda. Sofía se sintió como si estuviera a punto de llorar. -No es tu culpa, dijo. Es mía. Me siento confundida-.

Mateo se acercó a Sofía y la abrazó. Está bien, dijo. Estoy aquí para ti, no importa lo que pase.

Sofía se sintió como si estuviera en un lugar seguro, como si nada malo pudiera sucederle mientras estuviera en los brazos de Mateo. Pero sabía que no podía quedarse allí para siempre. Tenía que enfrentar la realidad y tomar una decisión.

Durante los días siguientes, Sofía se sintió confundida y dividida. Por un lado, todavía quería a Alejandro pero por otro no podía negar la atracción que sentía por Mateo.

En la noche del domingo de aquella semana, Sofía, Andrés y Mateo asistieron a una pequeña reunión de barrio en la que se celebraba una fiesta en honor al patrono del pueblo. Los tres convivieron de la manera más amigable en la misma mesa, pero, al calor de una cervezas y bajo la influencia de la música empezó a ser evidente la cercanía y la complicidad que existía entre Sofía y Mateo, actitudes que Alejandro fue capaz de percibir, pero el amable muchacho intentó negarlo y decidió que sólo era una paranoia suya, era imposible que existiera atracción entre su mejor amigo y su novia.

Después de la fiesta, Sofía no podía apartar la mirada de Mateo. La calidez de la noche, la brisa suave y la música aún resonaban en su mente. Alejandro se despidió temprano, alegando cansancio, y Mateo se ofreció a acompañar a Sofía a casa.

Caminaron en silencio bajo la luz tenue de los faroles, sintiendo la electricidad en el aire. Al llegar a la puerta de su casa, Sofía dudó. No quería que el momento terminara.

¿Quieres entrar un momento? preguntó, casi en un susurro.

Mateo la miró, buscando en sus ojos una respuesta que no se atrevía a dar en voz alta. Finalmente, asintió.

Dentro, la atmósfera era íntima. Solo la luz de una lámpara iluminaba la estancia. Sofía se acercó, con el corazón latiéndole en el pecho. Mateo levantó la mano y apartó un mechón de su rostro, recorriéndolo con la mirada como si intentara memorizar cada detalle.

-No deberíamos, murmuró Sofía, pero su voz carecía de firmeza.

Mateo no respondió con palabras, solo inclinó su rostro hasta que sus labios rozaron los de ella con una delicadeza que la hizo estremecerse. Sofía cerró los ojos y se entregó al beso, profundo y ansioso. Sus manos recorrieron la espalda de Mateo, sintiendo la firmeza de su cuerpo, la necesidad contenida en cada caricia.

Los minutos se volvieron difusos. La ropa se deslizó de sus cuerpos con una lentitud tortuosa, como si quisieran saborear cada instante. Cuando sus pieles se encontraron, sintieron que todo lo que habían reprimido finalmente estallaba, él besaba con fuerza y mucha pasión recorrió su cabello con las manos, luego descendió con su boca, hasta su cuello y hasta besar su clavícula, luego con sus manos acarició cada uno de sus pechos y con sus pequeños pezones jugó mordisqueando con suavidad cada uno de ellos, Sofía no podía creer la intensidad de cada una de sus caricias, sintió la humedad de su feminidad inundarse entre sus piernas, de pronto ella también acariciaba la amplitud del pecho de Mateo y la dureza de su torso y fue más atrevida logrando llegar hasta la longitud de su virilidad y tomarla entre sus manos, Mateo se estremeció ante las caricias tortuosas de Sofía, pero, a su vez, sentía que el placer que le proporcionaba era fuera de este mundo como nunca antes lo había sentido .

La noche avanzó entre susurros y caricias, entre besos que quemaban y miradas cargadas de deseo. En ese momento, no existía nada más, solo ellos dos, perdiéndose en el placer de lo prohibido. Pero cuando la madrugada trajo consigo el silencio y la realidad, Sofía supo que nada volvería a ser igual.

El amanecer se filtraba por la ventana, tiñendo la habitación con una luz tenue. Sofía abrió los ojos lentamente, aún envuelta en el calor del cuerpo de Mateo. Su respiración era pausada, pero su mente estaba agitada. Todo lo que había pasado la noche anterior seguía ardiendo en su piel, en su corazón, en su alma.

Se incorporó ligeramente, sintiendo cómo la culpa empezaba a instalarse en su pecho. Miró a Mateo, quien aún tenía los ojos cerrados, pero su expresión no era de paz. Como si sintiera su mirada, Mateo abrió los ojos y la observó en silencio.

No hizo falta decir nada de inmediato. El peso de la noche, de sus acciones, estaba presente en el aire, en cada suspiro.

Sofía, susurró finalmente, su voz ronca por el sueño y la emoción contenida.

Ella bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos.

Mateo, esto, comenzó, pero él negó con la cabeza y se incorporó, sentándose en la cama.

No me digas que fue un error, dijo con suavidad, pero con una tristeza profunda en su voz. No podría soportarlo.

Sofía sintió un nudo en la garganta. Claro que no había sido un error, pero tampoco era algo que pudieran ignorar.

No quiero mentirte, susurró ella, Anoche… lo que pasó… fue real. No sé cómo describirlo, pero no fue un simple impulso.

Mateo se pasó una mano por el rostro, respirando hondo.

Tampoco lo fue para mí -confesó. Sofía, llevo tiempo sintiéndome así. No quería aceptarlo, no quería ponerle nombre a lo que sentía por ti… Pero cada momento contigo, cada risa, cada instante en el que estábamos juntos… Me hacían darme cuenta de que te quiero.

Las palabras cayeron sobre ella con el peso de la verdad. Sofía sintió el corazón acelerarse, pero también el dolor que se reflejaba en los ojos de Mateo.

-Pero también quiero a Alejandro -continuó él, con un tono desgarrador- Es mi mejor amigo. Es como un hermano para mí. Y lo traicioné. Sofía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La culpa que ya ardía en su interior se hizo más intensa.

– No sé cómo pasó esto, susurró ella -Nunca quise hacerle daño.

-Yo tampoco – dijo Mateo, y su voz se quebró, Pero ahora es demasiado tarde. Se miraron en silencio, ambos atrapados entre el deseo y la culpa. Entre el amor y la deslealtad.

Mateo tomó su mano y la apretó con fuerza.

-Dime qué vamos a hacer, Sofía, rogó en voz baja, Porque lo que siento por ti no se va a desvanecer de la noche a la mañana… Pero tampoco puedo vivir con la idea de haberle fallado a Alejandro. Sofía cerró los ojos. No tenía una respuesta. Solo sabía que, sin importar qué camino eligieran, alguien saldría herido.

Los días siguientes transcurrieron en un torbellino de emociones para Sofía. La culpa la carcomía, pero, al mismo tiempo, la confesión de Mateo resonaba en su mente. Él la quería. Lo había dicho con una sinceridad que la dejó sin aliento. Pero Alejandro… Alejandro seguía ahí, sin sospechar nada, mirándola con el mismo amor de siempre.

Intentó actuar con normalidad, pero era difícil. Cada vez que Alejandro la abrazaba, cada vez que la besaba, sentía una punzada en el pecho. Se esforzaba por devolverle el cariño, por no levantar sospechas, pero todo se sentía distinto.

Una noche, Alejandro la invitó a su casa. La atmósfera era cálida, íntima. Había preparado una cena sencilla, con velas encendidas en la mesa. Sofía sintió un nudo en la garganta. Alejandro la miraba con devoción, con ese amor sincero que siempre le había brindado.

Después de cenar, él la tomó de la mano y la llevó al dormitorio. Se besaron con lentitud, y Alejandro la miró a los ojos.

-Te amo, Sofía, susurró, acariciándole el rostro.

Ella sintió el corazón latir con fuerza. Quiso responderle con la misma intensidad, pero algo dentro de ella se sentía vacío. Sonrió y lo besó, dejando que la pasión los envolviera, intentando convencerse de que todo seguía igual, de que su cuerpo podía olvidar lo que su corazón ya sabía.

La ropa se deslizó con naturalidad, los besos se volvieron más profundos, y Alejandro recorrió su piel con una familiaridad que solía hacerla estremecer. Pero Sofía no sentía el mismo fuego de antes. Su mente se escapaba, su cuerpo respondía por inercia, pero su alma estaba en otro lugar.

Cerró los ojos con fuerza, intentando concentrarse en el momento, en la persona que había estado siempre a su lado. Pero en su mente, sin quererlo, aparecía la imagen de Mateo. Sus manos, su voz, la intensidad de su mirada.

Alejandro la abrazó con ternura después de hacer el amor. Sofía sintió la calidez de su cuerpo, la seguridad que siempre le había dado. Pero en su interior, todo se sentía diferente.

Se quedó en silencio, con los ojos abiertos, mirando el techo. Alejandro respiraba pausadamente a su lado, satisfecho, tranquilo. Pero ella no podía ignorar la verdad: la pasión que una vez ardió entre ellos ya no era la misma.

Se giró lentamente y lo miró. Alejandro era un buen hombre, alguien que la amaba con sinceridad. Pero ¿podía seguir engañándolo? ¿Podía seguir engañándose a sí misma?

Un suspiro tembloroso escapó de sus labios. Sabía que el momento de tomar una decisión estaba cada vez más cerca. Y, sin importar qué camino eligiera, alguien iba a salir herido.

Alejandro y Mateo estaban sentados en la parte trasera del taller mecánico, donde solían reunirse después de un día largo. El aire olía a aceite y metal caliente, y el sonido lejano del tráfico era la única interrupción en el silencio que se había instalado entre ellos. Alejandro sostenía una lata de cerveza, pero apenas la había tocado. Miraba al suelo, con el ceño fruncido, perdido en sus pensamientos.

Mateo lo observaba de reojo, notando su semblante sombrío. Finalmente, Alejandro soltó un suspiro pesado y habló:

—No sé qué pasa con Sofía… últimamente la siento distante. Antes siempre buscaba estar conmigo, reíamos, hablábamos de todo… pero ahora es como si estuviera en otro mundo.

Mateo se removió en su asiento, incómodo. Mantuvo la mirada fija en el suelo, sintiendo cómo un sudor frío se instalaba en su espalda.

¿Y has hablado con ella? preguntó con cautela.

Alejandro se encogió de hombros.

Lo he intentado, pero siempre dice que todo está bien. No sé si soy yo, si es ella… pero siento que algo cambió. A veces pienso que debería dejarla, darme un tiempo para reflexionar.

Mateo sintió cómo la rabia le subía por el pecho como un incendio. Apretó los puños y soltó una risa amarga. ¿Darte un tiempo? —repitió, su voz cargada de furia contenida. Claro, como siempre. A la primera señal de problemas, decides largarte, desconectarte, fingir que nada pasa.

Alejandro lo miró, sorprendido por el tono de su amigo.

-¿De qué hablas? -preguntó con el ceño fruncido.

Mateo se puso de pie bruscamente, incapaz de contener más la culpa, la rabia y la verdad que llevaba semanas ocultando. ¡Que eres un cobarde, Alejandro! Siempre lo has sido. Cuando algo se complica, cuando las cosas dejan de ser fáciles, en lugar de luchar, simplemente te alejas. Y esta vez… esta vez lo hiciste sin darte cuenta de que alguien más estaba ahí.

Alejandro entrecerró los ojos, su cuerpo se tensó ante la agresividad de las palabras de Mateo.

-¿De qué demonios estás hablando?

Mateo respiró hondo. Sabía que lo que iba a decir destruiría todo, pero ya no podía seguir ocultándolo.

-Sofía y yo… – su voz se quebró, pero continuó. Sofía y yo estuvimos juntos.

El silencio que siguió fue atronador. Alejandro parpadeó, como si no hubiera entendido.

¿Qué? -su voz era apenas un murmullo.

-Nos acostamos, Alejandro. Sofía me quiere, aunque trate de negarlo. Y yo… yo también la quiero.

La expresión de Alejandro se transformó en una mezcla de incredulidad y furia. Se puso de pie de golpe, su respiración agitada.

-¡Dime que es una maldita broma!

Mateo lo miró con seriedad, sin apartar la vista.

– No lo es. Y lo siento. Pero tenía que saberlo. Tenías que entender que no puedes seguir huyendo de todo cuando las cosas no salen como esperabas.

La puerta del taller se abrió de golpe y Sofía entró corriendo, alarmada por los sonidos de la pelea. Lo que vio la dejó helada: Alejandro y Mateo estaban en el suelo, forcejeando como si quisieran destrozarse el uno al otro. Sus rostros estaban marcados con golpes recientes, la ira brillaba en sus ojos, y la traición flotaba en el aire como un veneno.

¡Basta!, gritó Sofía, lanzándose entre ellos con los ojos llenos de lágrimas. ¡Por favor, basta!

Mateo se apartó primero, respirando agitadamente, con sangre en la comisura del labio. Alejandro, sin embargo, tardó un poco más en soltarlo. Cuando lo hizo, se puso de pie bruscamente y miró a Sofía con el rostro desencajado.

-Dime que no es verdad, su voz era un susurro cargado de dolor, Dime que Mateo está mintiendo, que esto es una locura. Sofía sintió cómo el pecho se le oprimía. Miró a Alejandro con tristeza y negó lentamente con la cabeza.

-Es verdad susurró, con la voz quebrada. Todo lo que Mateo dijo es cierto.

Alejandro cerró los ojos por un momento, como si necesitara procesar la magnitud de la traición. Cuando los abrió de nuevo, su mirada estaba llena de rabia y decepción.

¿Desde cuándo? preguntó, su tono endurecido.

Desde hace poco, respondió Sofía, con la voz temblorosa, pero no quiero mentirte, Alejandro. No fue solo un error de una noche. He sentido cosas por Mateo… aunque nunca quise lastimarte.

Alejandro soltó una risa amarga, sin poder creer lo que escuchaba.

¿Nunca quisiste lastimarme? repitió, incrédulo. ¡Eras mi novia, Sofía! Y tú, se giró hacia Mateo con los ojos encendidos, ¡eras mi mejor amigo! ¿Cómo pudieron hacerme esto?

Mateo bajó la cabeza, sin defenderse. Sabía que no había excusa que pudiera borrar lo que había pasado.

-Lo siento, murmuró Sofía, sus ojos llenos de lágrimas, de verdad lo siento, Alejandro. No quise que esto pasara así… pero tampoco quiero seguir engañándote.

Alejandro respiró hondo, como si intentara controlar su furia.

¿Y ahora qué? preguntó con frialdad ¿Vas a estar con él?

Sofía negó de nuevo, apartando la mirada.

-No… susurró. Sé que Mateo y yo nos queremos, pero no puedo estar con él ahora. No puedo estar con nadie. No después de todo esto. Tanto Alejandro como Mateo la miraron con sorpresa.

¿Qué estás diciendo? preguntó Mateo, con el ceño fruncido.

– Que necesito estar sola, dijo Sofía con firmeza, secándose las lágrimas. No quiero entrar en otra relación ahora, no después de haber hecho tanto daño. Necesito tiempo para sanar, para entender lo que realmente quiero.

Alejandro la observó por un largo instante, con los ojos llenos de dolor. Luego sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro pesado.

-Haz lo que quieras, dijo finalmente, con voz cansada. Para mí, ustedes dos están muertos.

Dicho esto, se dio la vuelta y salió del taller sin mirar atrás.

Mateo la miró, todavía sorprendido por su decisión.

– Sofía…

Ella le dedicó una sonrisa triste.

– Lo siento, Mateo. Pero si algún día quiero estar con alguien, quiero hacerlo bien. Y ahora mismo, lo único que sé es que necesito estar sola.

Mateo asintió, entendiendo sus palabras, aunque le dolieran.

El taller quedó en silencio cuando Sofía se marchó, dejando atrás el eco de un amor que nació en medio de la traición y que, por ahora, no tenía un destino claro.

EPÏLOGO

El aire olía a lluvia reciente y a tierra mojada. Sofía caminaba lentamente por la plaza del pueblo, sintiendo cómo el viento fresco acariciaba su rostro. Habían pasado dos años desde aquella noche en el taller, desde que tomó la decisión de alejarse de todo para encontrarse a sí misma. Durante ese tiempo, viajó, estudió, se redescubrió. Aprendió a estar sola, a sanar sus heridas, a perdonarse.

Pero aún había un recuerdo que nunca se desvaneció del todo.

A lo lejos, entre la gente que paseaba por la plaza, lo vio. Mateo.

Su corazón dio un vuelco. Estaba ahí, apoyado contra un farol, con las manos en los bolsillos y esa misma sonrisa que tanto la había hecho temblar en el pasado. Sus ojos se encontraron, y el tiempo pareció detenerse.

Él se acercó, con la cautela de alguien que no está seguro de si es bienvenido.

-Hola, Sofía.

Ella sonrió, sintiendo que toda la incertidumbre de los años pasados se disipaba en ese instante.

-Hola, Mateo.

Se quedaron en silencio un momento, mirándose, sintiendo esa conexión que ni el tiempo ni la distancia habían podido borrar.

-Has cambiado —dijo él, con suavidad.

-Tú también.

Mateo bajó la mirada un instante antes de susurrar:

-Siempre esperé que volvieras.

Sofía sintió un nudo en la garganta, pero esta vez no era de culpa ni de confusión, sino de emoción.

-He vuelto.

Mateo dio un paso más cerca y le tomó la mano. Esta vez, sin miedo, sin traiciones. Solo ellos dos, listos para empezar de nuevo. Y entonces, se besaron. Un beso lleno de promesas, de nuevos comienzos, de amor verdadero.

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