Onda expansiva

Onda expansiva

Alruvaro

16/03/2025

Te arrastras por el suelo, sintiendo ese hormigueo que trepa desde tu nuca como una araña eléctrica, saltando por tu columna vertebral. La hierba reseca cruje bajo tu peso, desprendiendo un olor agrio a tierra y maleza incandescente: un calor que no solo golpea, sino que respiras como una bomba de vacío; hace falta oxígeno aquí. La adrenalina hace su parte en todo esto. El cielo es una losa de cobalto sin clemencia, y el astro, en su cenit, quema el casco hasta hacerlo crepitar, como si el plástico y el hierro fueran a fundirse sobre tu cráneo. Cada arrastre de codos y rodillas (entrenados, sí, pero ahora ardientes como yesca) levanta mini tormentas de polvo amarillento que se adhieren a tu sudor, convirtiéndolo en barro. En el aire, silbidos intermitentes lejanos—¿el viento?, ¿balas perdidas?—se mezclan con el zumbido de moscas ebrias de calor y el sonido de la aviación disparando a objetivos a su paso.

Mi AK-47 es una extensión más de mis brazos. Mis lentes fotocromáticos parpadean, automáticos, ante el destello cegador que rebota en los casquillos oxidados esparcidos como cadáveres metálicos. Todo es sequía y metal: el olor a óxido, el sabor a batería en la lengua, el gemido de las tablas de la cerca vieja que se curva bajo el sol. Hasta el viento parece gritar aquí, arrastrando remolinos de hojas muertas que chocan contra las botas, imitando el sonido de granizo en el asfalto. Naciste para esto, repites: para la coreografía perfecta de músculos, para el equilibrio entre el pulso cardíaco y el gatillo, para este infierno que te sienta como un guante.

Y entonces, un estallido.

Luego, una onda expansiva que me sacude estrepitosamente a la realidad…

El mundo se deshace en píxeles de humo: el campo de batalla se dobla como un campo gravitacional, el casco se aligera de repente (¿era siempre de cartón?), y el calor… el calor se transforma en el soplo tibio del ventilador de tu habitación, uno de los últimos días de verano. Es la voz de tu madre, atravesando las paredes…

—¡Elías! ¡La comida se enfría!—

—¡Ya voy, mamita!

El último vestigio de tu misión épica se evapora entre el olor a lentejas y el traqueteo de unos platos calientes en la cocina.

«Mi mami lo preparó».

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